abelcornejoPor Abel Cornejo

Hace poco terminé de leer un libro altamente recomendable, de un autor italiano llamado Giuliano da Empoli. Su título es: Los Ingenieros del Caos.

Empoli alcanzó una notable popularidad con una novela titulada El Mago del Kremlin, cuyo argumento alude a las vinculaciones políticas en la cima del poder ruso, entre un asesor y el presidente Putin. Cualquier semejanza con la realidad, es pura casualidad, dirían algunos.

En Ingenieros del Caos, traza el retrato de cómo una pequeña empresa de marketing web en Italia, devino en un partido político que ganó las elecciones, que encumbraron a Matteo Salvini como primer ministro. Analiza los fenómenos del Brexit, en particular Brasil y recala finalmente en la indómita ultraderecha norteamericana, dispuesta a alzarse con las elecciones de noviembre a como dé lugar.

¿Qué enseñanza importantísima deja esta obra? La nueva e impiadosa forma de hacer política, basada en la destrucción sistemática del adversario y cualquier oposición que se le enfrente en base a insultos, amenazas y la difusión descarriada de trolls, en los cuales se toman medias verdades o directamente se las inventa y se las pone en circulación en forma profusa.

Las redes sociales ocupan entonces no sólo un lugar central, sino que generan una relación directa entre el líder y la gente, según cómo sea que el líder interpreta o quiera contar cómo es la realidad. Se introduce en forma abierta y desembozada a la violencia como elemento central y ordenador del caos. Es decir que, si el caos presupone violencia para desatarse, en política se debe construir ese caos para gobernar en base a enfrentamientos constantes, y la búsqueda de nuevos enemigos como quien elige una camisa para cambiarse todos los días.

Cada día requiere un enemigo y un nuevo enfrentamiento, porque en esa lógica se fortalece el poder. A mayor odio instalado, mayor la efectividad política del proyecto. Y así las fórmulas: “están conmigo, o están en mi contra” o “los que se me oponen son brutos o corruptos” como sostuvo el presidente Javier Milei, son en realidad prácticas aceptadas y aplaudidas en esta versión demoledora de un neofascismo universal.

Ciertamente, democracias como Gran Bretaña o Francia, advertidas del fenómeno, votaron en otro sentido. Estados Unidos parecería ir inexorablemente al triunfo de otro odiador serial como Donald Trump, aunque la aparición de la vicepresidenta Kamala Harris como candidata demócrata puede dar alguna sorpresa.

En nuestro país, desde que asumió el poder el 10 de diciembre, el presidente Milei no esquivó ni se privó de descargar su ira contra todo aquel o aquella que osaran contradecir o perturbar sus propósitos. La vicepresidenta de la Nación incluida.

Una factoría de trolls emerge cada mañana desde una oficina próxima a la del presidente, ubicada en la propia Casa Rosada. Desde allí, la tarea destructiva genera sonrisas y satisfacción hasta el paroxismo. De esas diatribas no se salva ningún periodista que pretenda tener una opinión medianamente independiente, porque lo que se trata es de disciplinar a la opinión pública, mediante un nubarrón de agravios, epítetos e insultos que terminan generando temor y desazón en todo aquel que piense diferente.

Los economistas son otro blanco preferido de los ataques oficiales. Sobre todo, si se encargan de demostrar la cantidad de giros copernicanos y de meandros que tiene el relato del programa libertario. Ahora se pretende “reformar” por enésima vez la renacida Secretaría de Inteligencia del Estado y dividirla en cuatro oficinas. La tristemente célebre S.I.D.E vuelve a estar entre nosotros. Esta vez con formato 2.0 por cuanto se anuncia que a los espías oficiales se les pagará con criptomonedas. Digno de una ficción para streaming y tan peligroso como lo que puede verse en una pantalla.

La realidad supera a la ficción. Como diría Woody Allen: los malos, sin duda, han comprendido algo que los buenos no saben. En muchos sentidos -escribía Mencius Moldbug, conocido bloguero norteamericano, cuyo nombre real es Curtin Yarvis - los exabruptos son un instrumento organizativo más eficaz que la verdad. Cualquiera puede creerse la verdad, mientras que creer en lo absurdo es una auténtica muestra de lealtad.

Y quien tiene un uniforme, tiene un ejército. Así, el líder de un movimiento que integra noticias falsas para construir su propia visión del mundo se desmarca del común de los mortales. No se trata de un burócrata pragmático y fatalista como los demás, sino de un hombre de acción que construye su propia realidad para satisfacer las expectativas de sus discípulos.

Es una forma mesiánica y brutal del ejercicio del poder. Deberíamos reflexionar sobre estas cosas. De lo que si estamos seguros es que: gobernar, no es insultar.