abelcornejoPor Abel Cornejo

Se hizo una reedición del libro El Nombrador del poeta salteño Jaime Dávalos. La edición de la obra estuvo a cargo de Aráoz Ediciones, la compilación de su hija, la cantante y pintora Julia Elena Dávalos y el prólogo pertenece al autor de este artículo.

Sobre el particular, sería muy poco decir que tengo el honor de prologar esta reedición de “El Nombrador” de Jaime Dávalos, porque a veces las palabras no alcanzan a describir la vastedad de las emociones, ni las de la admiración. Lo hago desde otro lugar, que se remonta a mi infancia y juventud, cuando escuchaba interpretar El Jangadero, Resolana, Vamos a la Zafra, Pato Sirirí, Canción para Dormir a una Muñeca y tantas otras que su poesía, musicalizada en muchos casos por la maestría de don Eduardo Falú, ingresaba a esas noches perfumadas de azahares o en los fogones de las guitarreadas.

A Jaime no se lo puede ubicar en ningún movimiento literario, afortunadamente. Por la sencilla razón de que él era único. El hombre y sus circunstancias, al decir de Ortega y Gasset. Ese poeta caudaloso como los crecidos ríos que bajan por las quebradas del Valle de Lerma en la época estival, que hacen estremecer la tierra con el ruido de sus cantos rodados. Acaso porque la arena es piedra vencida, afirmó un poeta, como Martín Aleman Mónico. Y como si viniese desde el origen de los tiempos, tuvo un amor infinito por un valor que toda su obra trasunta, que es la libertad. Nadie podrá negarle a Jaime Dávalos su íntima convicción de hombre libre, de soñador de las estrellas y de inspirarse con el alma henchida, desplegada en esos versos pletóricos en metáforas que le venían de la propia naturaleza.

Le debo esta inmerecida distinción a Julia Elena, su hija. La cantora inigualable que rememora siempre entre lágrimas profundas la figura de su padre. Recuerda sus frases sentenciosas y las luchas del poeta con una realidad que en infinidad de ocasiones no lo comprendió. Es curioso que alguien sucumba ante el asombro de tres generaciones. Primero Juan Carlos Dávalos, uno de los tres más grandes poetas y narradores de Salta y del país. Sus hijos Baica, Jaime, Arturo y Ramiro, quien no sólo fue un pintor excelso sino también un cantor de fuste y finalmente Julia Elena, desde su exilio interior, con quien mantenemos diálogos introspectivos y enriquecedores. En esas tres generaciones, la poesía y el canto estuvieron en el cenit. En el ábside de un templo imaginario al que sólo entran la paz, la armonía y la libertad. Nada mejor que evocar a León Felipe que decía: “el día que los hombres sean libres, la política será una canción”.

Salta está en deuda con Jaime Dávalos. Nunca podré olvidar que, el 3 de diciembre de 1981, había tomado raudamente un taxi para enviarles un telegrama a mis padres para informarlos que había aprobado mis dos primeras materias en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires. Una vez arriba del vehículo escuché por Radio Continental que Jaime había muerto. Todavía tengo presente que iba por la Avenida Figueroa Alcorta cuando sentí una mezcla de tristeza y desazón, pese a la alegría de haber rendido con éxito dos materias ese mismo día. Sentí que esa voz como arrancada de lo más profundo de las entrañas de la tierra, se había apagado y a la vez que sobreviviría para siempre en Las Golondrinas, Luna creciente, Río de Tigres, la Nochera, el Silbo del Zorzal, Memoria de un tiempo vivo, Canto a Entre Ríos, Canto a Rosario y tantas otras canciones que inoculan el alma para atemperar los dolores y serenar la acedía, a la vez que transportan hacia un clímax despojado de lo terrenal. Como el mismo lo escribiera: “…amor, se llama amor esta alegría, de amar sencillamente y comprender, que amar es el sentido de la vida y darse el heroísmo de la piel”. Con qué sencillez el poeta describe en un modo profundo el éxtasis innombrado de un sentimiento tan abarcador como indispensable para la condición humana.

Jaime Dávalos, al igual que su padre Juan Carlos Dávalos, nació en Villa San Lorenzo, en la provincia de Salta, el 29 de enero de 1921. Escribió su primer libro en 1947, de 80 páginas, titulado “Rastro Seco”, con cuatro ilustraciones y una viñeta del pintor Carybé (Héctor Julio Páride Bernabó, 1911-1997) y fue publicado por Ediciones Ángulo, de la ciudad de Salta. En un homenaje que se le tributara en la Academia Argentina de letras, con motivo de cumplirse el centenario de su nacimiento, Santiago Sylvester escribió que: «En el año 1950, y posiblemente el 2 de febrero, día de la Candelaria, como se llama a la Virgen en muchos pueblos de Salta, cambió el rumbo del folklore del Noroeste argentino. Esto ocurrió en la finca La Isla, por entonces de Gustavo Marrupe, conocido como Poncho, cuando se reunieron en un almuerzo Eduardo Falú y Jaime Dávalos y compusieron la Zamba de la Candelaria. Ese fue el momento en que la canción folklórica del Norte se renovó de una manera evidente al recibir la más actualizada poesía de la época. Hasta entonces predominaba en la canción de la zona una cierta ingenuidad literaria, que se puede ver incluso en zambas tan queridas como la López Pereyra, que funcionó de hecho, durante años, como algo parecido a un himno local en mi provincia”. Es probable que, a partir de esa zamba, se iniciara esa simbiosis artística incomparable que formaron Dávalos y Falú.

Precisamente Eduardo Falú dijo: “la Salta que Jaime cantó es harto más rica, compleja y verdadera que la mera Salta geográfica o turística. Hace casi treinta años que Jaime se fue, pero para quedarse siempre en el alma, el paisaje y la gente de Salta”. Al libro “El Nombrador; poemas y canciones 1944 – 1950” lo publicó por primera vez la Editorial Colombo de Buenos Aires, en el año 1957 y obtuvo el Primer Premio Regional de Poesía y Faja de honor de la Sociedad Argentina de Escritores. Al año siguiente se inspiró en “Poemas y canciones” también editado por Colombo el cual obtuvo el premio Regional de la Dirección General de Cultura. A estas obras le siguieron: “Solalto” con su tres ediciones consecutivas en otros tantos lustros: 1960 1965 y 1970; “Canciones 1944 - 1966” publicado por editorial La Estrella en 1967; “Cantos rodados” editado en lagos, Buenos Aires en 1974; “Coplas al vino” editado por la Fundación Ross de Rosario de Santa Fe en 1987; “Cancionero” por Torres Agüero también en ese mismo año, se trata de un pequeño libro con ilustraciones que reúne sus mejores poemas musicalizados; “Poesías Inéditas” publicado por Codex ese año y en prosa escribió “Toro viene el rio”, en el año 1957 con prólogo del premio nobel guatemalteco, Miguel Ángel Asturias, quien profesaba una indisimulable admiración por Dávalos.

En materia discográfica Jaime Dávalos tuvo un inusitado éxito. La Editorial Lagos de Buenos Aires publicó sesenta y cinco temas suyos. A su vez, en materia discográfica, el sello Stentor grabó: Jaime Dávalos cuenta, recita y canta sus canciones; DisKorn: Recital Jaime Dávalos poemas y canciones; RCAVíctor: Jaime Dávalos, selección de poemas de Juan Carlos y Jaime Dávalos, con Eduardo Martínez en guitarra; el sello Philips/Polydor: Güemes, 1984 y finalmente Microfón grabó: Poemas y canciones y Cantos rodados. En el binomio creativo con Eduardo Falú nutrió al folclore argentino de un sin número de temas que lo proyectaron a nivel continental y fue un jalón en la música folclórica que perdura hasta nuestros días, basta recordar: La Nostalgiosa, Trago de sombra, hacia la ausencia, Zamba de la Candelaria, Zamba de un triste, El Paraná es una zamba, La leyenda guaraní, El silbo del zorzal, Alborada del viento, Como se dice adiós, Rosa de los vientos, Vamos a la zafra, Caspi Corral, Tonanda del viejo amor, Las golondrinas, Canto al sueño americano, Romance del molinero, La verde rama, Cueca del arenal, Vidala del nombrador, Corazón alegre, La torna, Sirviñaco, Río de Tigres, Simplemente mujer, entre tantas otras.

Con quien fuera la primera guitarra de Los Chalchaleros, el músico Ernesto Cabezas, compuso temas inolvidables, tales como: La nochera, Zamba del Chalchalero, Vivo en tu amor, Zamba enamorada, Zamba Correntina, Flor de nogal, Chacarera trasnochada, La mocita, Tiempo Cereal. También tiene obras en colaboración con Jaime Torres, Ariel Ramírez, Gustavo “El cuchi” Leguizamón, Rolando Soto, Julio Lacarra y su hija Julia Elena Dávalos. Es autor y compositor de: Canción del jangadero, Canción para dormir a una muñeca, Canto al Paraná, Canto a Rosario, Canto a Entre Ríos, Pato Sirirí y las incomparables Canción para un pueblo joven y Eterno amor. Tuvo sus propios espacios en televisión: El patio de Jaime Dávalos y Desde el corazón de la tierra, éste último ganador del Martín Fierro. Un poeta excepcional que se inspiró en el amor, el deslumbramiento de los paisajes de su tierra y fundamentalmente la libertad.

Reitero la deuda de Salta con Jaime. Es dable aspirar que a través de “El Nombrador” y sus trabajos completos la cultura argentina y continental se impregnen de esa sabia elemental que, como los árboles frondosos, alcancen en sus pobladas copas, la difusión necesaria. Como si se corporizara su libro Toro viene el río. Con Dávalos se facilita cualquier tarea, simplemente porque sus poemas esplendentes dan pábulo a esa suerte de iridiscencia sobrenatural que permite que se traslade la imaginación más allá de cualquier límite; acaso porque con el paso de los años y de los siglos nunca dejarán de tener actualidad. Jaime le puso sílabas al silencio de su pueblo. Ese es su único y mejor legado. Está inscripto en la piedra que tapa su sepultura en el cementerio de San Lorenzo, en medio del canto de chalchaleros y quitupíes, como el que quiso quedar inerme hasta volver a la sal de la tierra. Morada la zarza llora, madura mora bajo el chalchal, dice la letra de la Zamba del Chalchalero que el escribiera fecundándose en el paisaje natural de la Quebrada. Con la reedición de este libro se cumplirá inexorablemente con el deseo de Julia Elena Dávalos, y es que ese espíritu libre que habitó entre nosotros se expanda hasta el infinito y se torne inalcanzable.