medranoPor Josefina Medrano (*)

Estaba el viernes pasado, que fue feriado, temprano en mi casa preparando el desayuno cuando, de repente, me sobresalté ante un golpe en la ventana de la cocina. Gran sorpresa me llevé cuando vi que era mi sobrino de 13 años y 1.80 de estatura, que, abrigado hasta los dientes, llegaba de su casa, a cuatro cuadras de la mía, caminando.

Imaginarán, por la edad, lo difícil que es, primero, que se levanten temprano y, después, que caminen en el frío. Al principio me preocupé porque pensé que pasaba algo con mi hermana, pero rápidamente comprendí "el móvil" de su visita, como dicen en la jerga de la investigación. ¡Se levantó al alba, aprovechando que los adultos dormían, dispuesto a hacer una maratónica de PlayStation y, chan!, de repente se dio cuenta de que le faltaba un cable. Cable que se había olvidado el día anterior en casa, ya que se pasa transportando el aparato adonde va. Sabrá Dios las veces que le recorté el uso de este juego y que, como madre, fue causal de muchas discusiones con mis hijos, que aún no terminan de entender el porqué. Segura estoy, a pesar de que me quiere, que muchas veces habrá tenido el deseo intenso de tener otra tía (imaginarán el porqué), pero como le digo, esto es lo que hay.

Egresé de la facultad con un baúl de conocimientos que luego se perfeccionaron y orientaron hacia el cuidado de los niños en el ilustre Hospital Pedro de Elizalde, o para los que lo llevamos en el corazón, "Casa Cuna". Pero en esa etapa de formación, lejos estábamos de hablar de pantallas y sus impactos, ya que recién comenzaba lentamente la llegada de dispositivos digitales a los que solo unos pocos podían acceder. Hoy resulta impensable no conocer sobre el tema y no trabajar a diario para transmitir a los padres los enfoques necesarios para abordar el uso adecuado de los mismos. Y créanme que no es solo una tarea de consultorio, sino también de casa con mis hermanos, amigos, hijos y sobrinos.
Diariamente veo a los "Nativos Digitales", así definidos por Marc Prensky en 2014, ingresar a la consulta con teléfono en mano, cruzar el umbral de la puerta sin levantar la mirada y sin responder al saludo afectuoso, bien dirigido y entonado, que busca el primer contacto con quien será la persona que minutos más tarde intentará resolver su problema de salud.

Tomando estos dos ejemplos, resulta necesario disponer de un tiempo para hablar sobre el uso de las pantallas en los niños, una situación que preocupa por el incremento de esta práctica en detrimento de la actividad física y de la interacción social, tanto a través de la palabra (afectando el desarrollo del lenguaje) como del contacto con el otro. Así también, otras situaciones de salud son tan frecuentes como el aumento de niños con tendinitis en las manos, dolores cervicales, sobrepeso y alteraciones del sueño.

Si bien todavía no está del todo claro cómo el uso generalizado de las pantallas afecta el desarrollo, sí se sabe que los niños son seres en movimiento físico, mental, emocional y social. Esto les permite, dada su plasticidad cerebral, recibir experiencias internas y externas en estos ámbitos, llevando a un desarrollo mental adecuado. Claramente, los medios digitales presentan gran dificultad a la hora de realizar un aporte con las características señaladas.

La Sociedad Argentina de Pediatría recomienda lo siguiente sobre el uso de las pantallas:

- Antes de los 2 años, se desaconseja la exposición a todo tipo de pantallas, debido al estado de inmadurez del sistema nervioso central y del aparato psíquico.
- Entre 2 y 5 años, se recomienda un máximo de entre media y una hora de pantallas de entretenimiento por día, acompañados por un adulto.
- Entre los 5 y los 12 años, el tiempo máximo de uso de pantallas con fines de entretenimiento recomendado se extiende a una hora y media, preferentemente con compañía adulta.

Ahora bien, a la pregunta de si son buenas o malas las pantallas, diríamos que no son malas en sí mismas, pero sí en su uso. Y es ahí donde nosotros, los adultos, jugamos un rol esencial en el manejo de la tensión que produce la socialización y el consumo de este universo digital. Tomar posturas coherentes y adecuadas nos llevará a que la balanza se incline en el uso de estas en la evolución positiva de las sociedades, disminuyendo el impacto negativo que el mal uso genera. Como ejemplo, el acceso a la información más allá de las geografías y los ingresos, permitiendo a las personas usar esta herramienta en su educación y alinearse con las tendencias del mundo actual.

Seremos también los responsables de no usar esta tecnología como mecanismo de recompensas o para tener a los niños calmos mientras buscamos un tiempo para nosotros. Seguramente habrán visto familias en la mesa y a los pequeños con sus tabletas, perdiéndose la interacción con sus padres y hermanos, estímulo fundamental para su desarrollo global.

¿Cómo podremos los médicos sugerir cambios de conductas para los niños si mientras los examinamos algunos padres están mirando las pantallas de sus teléfonos sin percibir la necesidad de esa mirada que los acompañe y sostenga frente al abordaje de un desconocido?

He aquí la importancia del ejemplo. Si bien actualmente somos los responsables de regular la actividad de los niños, tenemos que responder a las exigencias del dispositivo porque el trabajo o el mercado lo demandan. No obstante, debemos tener la capacidad de diferenciar su uso social y laboral, y poder disponer de tiempo para mantener a los pequeños en "movimiento", movimiento necesario para su óptimo desarrollo.

Sabemos que el uso prolongado de las pantallas, sobre todo en niños pequeños, tendrá un impacto negativo en la adquisición de habilidades cognitivas, motoras, del lenguaje y socioemocionales, que repercutirán fuertemente en el aprendizaje, reducirán la memoria y la atención, generando problemas en el comportamiento, en el rendimiento académico y la salud en general.

Una encuesta realizada a padres arrojó que casi el 80% considera que su uso, desde temprana edad, no genera ningún peligro. Pues bien, debemos estar atentos y entender que esto no es así del todo. Permitamos, sí, el uso de esta herramienta digital en la medida justa y controlada, y estemos atentos para protegerlos de los riesgos a los que se ven expuestos, tanto de contenido, contacto y conductas, entre los más importantes.

Miren si será complejo el tema que se calcula que el 15% de los adolescentes, en quienes ya podemos hablar de adicción, presentan una relación inadecuada, excesiva y dependiente de sus teléfonos al punto tal que la Asociación Americana de Psiquiatría, recientemente, incluyó el trastorno del juego en Internet (Internet gaming disorder; IGD, por sus siglas en inglés) en el Diagnostic and Statistical Manual, Fifth Edition (DSM-5) que se utiliza para la clasificación de las enfermedades psiquiátricas.

Para concluir, debemos saber que el uso excesivo y descontrolado de la tecnología en pantallas es un tema sensible e intrincado, que vengo escuchando en los congresos internacionales, y es por eso que soy una convencida de que es un gran problema de Salud Pública que pocos están mirando y menos los que están en posiciones de decisión, y por lo tanto no se ocupan de desarrollar estrategias y proyectos a los fines de transmitir la necesidad urgente de intervenir para el buen uso de esta tecnología.

(*) Ex Ministra de Salud de Salta.