Por Franco David Hessling
La historia es siempre una disputa para los pueblos. Si hasta hace poco tiempo parecía que Menem era ampliamente repudiado como presidente corrupto y nefasto, ahora su propio colega en ejercicio se atreve a reivindicarlo con honores simbólicos y con cargos para toda su familia.
El presidente Javier Gerardo Milei formalizó con un busto un homenaje que le viene haciendo desde hace ya muchos meses al expresidente y exsenador nacional y exgobernador de La Rioja -suena mucho a “casta”-, Carlos Saúl Menem, quien tuvo la innoble tarea concluir la misión neoliberal que había comenzado la dictadura cívico-militar de los setenta, empobreciendo así a una gran parte de la población, privatizando activos públicos -no sólo estatales- y generando las condiciones de pauperismo que acabaron, años después, con los piqueteros, la carpa blanca docente y, finalmente, el estallido de diciembre de 2001.
Esta semana, el presidente Milei condecoró a Menem con un busto. Pero desde hace meses que viene encomiándolo públicamente y, de hecho, lo mencionó varias veces durante su discurso de apertura del período ordinario de sesiones legislativas, el 1 de marzo último. En aquel discurso no todo fue anunciar el “pacto de mayo” y ofrecer números incomprobables sobre verdades libertarias, también hubo tiempo para reivindicar figuras como Menem y Alberdi, preferencias del actual primer mandatario.
Esa promesa de pacto de mayo que ahora peligra por la ya recurrente ausencia de cintura política que evidencia el gobierno libertario, quedó en el olvido de las prioridades de Milei, quien, en cambio, se muestra muy activo en cumplimentar sus rebusques simbólicos. Lo ha demostrado ya muchas veces con respecto al sionismo genocida del estado de Israel y ahora hace lo propio con el riojano predecesor, don Carlos Saúl.
Y no es que los honores se hayan agotado en nombrar a media familia Menem dentro del gabinete o en puestos que están bajo la órbita del oficialismo libertario. Aunque eso sea muy de “casta”, son varios los Menem que forman parte de la estructura de gobierno, aunque últimamente el más mencionado es el presidente de la Cámara de Diputados de la Nación, Martín, quien a su vez ha nombrado a otros Menem en el Congreso. Otros Menem distintos a los que ya había nombrado y hecho planta permanente el propio Carlos Saúl, tantas veces senador nacional -hasta su mismísima muerte-.
Hasta hace no mucho tiempo, cuando un argentino evocaba al riojano se tocaba el testículo o la mama izquierda, o, en todo caso y para más eficiencia cabulera, se tocaba madera. Los creyentes incluso se atrevían a aseverar “dios no quiera” y otras se conformaban con el siempre vigente “la boca se te haga a un lado”. Mencionar a Menem era poco menos que mala palabra, pues era sinónimo de pésimo gobierno, de desguace de lo que tenemos en común todos los argentinos y de todo lo decadente que puede ser una cultura nacional: pizza y champagne.
El busto a Menem de Milei va en línea con su misión de redención para aquellos a quienes la historia parecía ya haber juzgado. Recordemos, entonces, que la historia es a los pueblos lo que las identidades a las culturas, es decir, campos en permanente disputa. Cuando una verdad histórica parece clausurada, no por capricho, de hecho, por consenso, habrá que aprender que eso sólo luce como zanjado. La disputa por la historia no acaba nunca.
Con la lisonja a Menem y su realce como figura política de la historia argentina, Milei se aprovecha de las consecuencias, justamente, de la decadencia cultural y educativa que sembró el gobierno del propio riojano. Son las nuevas generaciones, nacidas y criadas durante el menemismo, o criadas por los nacidos y criados en el menemismo, quienes menos interés tienen por esa disputa con datos rigurosos y, por lo tanto, quienes más porosos están a revitalizar imágenes que ya la historiografía, con rigurosidad científica, había condenado al repudio, cuando no al ostracismo. Menem lo hizo, Milei lo refuerza.