04 11 hessLa legitimidad política y el programa económico del gobierno nacional dependen de la suerte que corran una serie de pocos instrumentos y decisiones que se debaten por estos días. Si todo sale bien para la Casa Rosada, se consolida para 2025, si, en cambio, los acuerdos y los dólares se complican, la gobernabilidad penderá de un hilo.

Por Franco Hessling

Por estos días transcurrimos momentos decisivos para la gobernabilidad de La Libertad Avanza, en particular en dos planos, que no por analizarse por separado operan disociados en la realidad: el programa económico y la legitimidad política. Están tan imbricados en la realidad, de hecho, que ambos planos se entrelazan en la síntesis de instrumentos que por estos días se dirimen en la arena dirigencial, tanto económica como política: el DNU de diciembre ya rechazado en el Senado, la nueva Ley Ómnibus, el eventual Pacto de Mayo con un paquete fiscal renovado y el ingreso de dólares, en preferencia del ministro Luis Caputo, con otro desembolso del FMI.

En relación con lo que ocurrirá con esos aspectos, unos pocos y todos bastante vinculados a lo que transcurre en el ámbito natural de la “casta”, se juega la fortaleza del gobierno nacional para consolidarse en el gobierno como una nueva corriente política que vaya ampliando su representatividad, por ejemplo, con las elecciones de medio término que se efectuarán en 2025. Y no nos referimos exclusivamente a que la crisis de gobernabilidad acabará en un juicio político o una gesta levantisca, tampoco en un golpe palaciego ni en una dictadura del proletariado, nos estamos limitando a pensar esas crisis a partir de la posibilidad de que aliados como el PRO o José Luis Espert terminen por fagocitar a la LLA en el armado electoral de medio término.

Engullir a la embrionaria fuerza política es lo más probable y sería el primer síntoma de que la gobernabilidad de los hermanos Milei y su consorcio cercano de gobierno (Nicolas Posse y Santiago Caputo, más Luis Caputo y Guillermo Francos), no podrán permanecer demasiado tiempo como líderes de las fuerzas de cambio, o anti-peronistas, o macartistas, o aporofóbicas que se reunieron en el 54% de los electores que llevó a la presidencia al “pobre jamoncito”.

Después de su discurso de apertura del período ordinario de la Asamblea Legislativa, los más entusiastas tribunos de ese 54% azuzaron la idea de que gatito mimoso Milei había cambiado su actitud y estrategia política, convocando al diálogo y permitiendo ceder a ciertos pedidos de la “casta”, como los impuestos para las provincias, los fondos de Nación a las administraciones subnacionales y los alivios fiscales para esas administraciones. Nada de eso, Milei se sigue comportando como un púber con incontinencia verbal, caprichoso e iracundo, quien nos ha llevado en los últimos días incluso a conflictos diplomáticos con presidentes del continente y a un cipayismo rayano al servilismo con los Estados Unidos.

Por estos días se repite una dinámica que ya se ha visto en enero y febrero: Francos hace un gran esfuerzo por articular, los gobernadores gatopardistas -varios peronistas incluidos- lo acompañan en ese esfuerzo, hasta Posse pone de su parte para reunirse y fingir interés y diálogo, pero luego viene Milei y destroza públicamente todos esos esfuerzos con alguna declaración desubicada, vociferante y cargada de agravios. Y toda la gobernabilidad de vuelve a poner en duda.

Así, los acuerdos políticos de los que dependen algunos de los mencionados factores penden de un hilo. El Pacto de Mayo, la vigencia del DNU y la aprobación de una ley ómnibus mejorada siguen siendo tan inciertos como hace desde el principio. Un día parece que ya está todo dicho para aprobarse todo a paladar del oficialismo y al otro día todo sugiere que los límites llegarán y no habrá ni pacto, ni ley ni DNU.

Milei podría seguir gobernando después de un rechazo tan contundente como que todos esos instrumentos políticos naufraguen. Podría seguir gobernando a través de resortes autoritarios pero institucionales que le permitan continuar su programa económico al que hasta ahora le atribuye algunas virtudes que hacen que muchos de sus votantes, aunque brutalmente empobrecidos en sólo tres meses, todavía atesoran esperanzas de que habrá luz al final del túnel. Dólar paralelo a la baja, inflación a la baja, superávit fiscal e incremento de reservas son esas “virtudes”. Si esas virtudes son ciertas, y no nuevos espejismos numéricos abstraídos de la realidad social compleja, en poco tiempo se debería levantar el cepo o habilitar la libre competencia de monedas -una cosa y la otra no son lo mismo, pero ambas representarían pasos siguientes obvios para un gobierno económicamente liberal.

Para ello es necesario el ingreso de más dólares y la única opción viable que se baraja para eso es que el FMI haga un nuevo desembolso. Pero el FMI ya advirtió que sin leyes, sin acuerdos políticos, por más que estén encantados con el programa económico de LLA, no habrá confianza de los mercados ni de las instituciones internacionales de crédito financiero. Y ahí sí, sin acuerdos políticos ni programa económico prometedor, la gobernabilidad se cae a pedazos.