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El conocimiento religioso y el conocimiento científico son dos formas de pensamiento con una lógica antagónica, pero que en el accionar de sus instituciones históricas concretas confluyen y hasta se mixturan de modo acrítico o, incluso, de manera artera. Salta, como siempre, caso testigo.

Por Franco Hessling

La Ley nacional 1420 establece que la educación pública es laica dentro del estado argentino. Y, dado que la realidad hace que uno lo dude, esa ley está en plena vigencia casi desde el momento mismo en que se aprobó en el Poder Legislativo.

Su sanción y promulgación acaeció a fines del siglo XIX, varios siglos después de que la Iglesia Católica empezara su intervención en el ámbito educativo, principalmente a través de órdenes como los jesuitas de Ignacio de Loyola y los franciscanos de Francisco de Asís.

De hecho, la religión católica ha sido pionera en educar para evangelizar. No hay que ser un ilustrado para afirmarlo, basta con echar mano al bestseller latinoamericano que lanzó a la fama internacional a un joven Eduardo Galeano, Las venas abiertas de América Latina, en el que sobran referencias históricas sobre la colonización católica en la América pobre, ese pedazo del mundo que hace poco Caparrós rebautizó como “Ñamérica” (2021).

La colonización -disculpas por el reduccionismo a don Bartolomé de las Casas y su loable disputa con Sepúlveda- tuvo su rostro más amable -menos truculento- con el empuje educativo de esas órdenes misioneras. Educar fue el modo más suave de colonizar, y colonizar fue el modo de evangelizar. Y evangelizar fue catolizar. Y catolizar, en nuestros tiempos, es colonialidad (Mignolo, 2003)

Buchbinder (2005) subraya con suficiente evidencia la influencia de los jesuitas en el proyecto colonial ya desde los orígenes del nivel superior de educación. Las primeras casas de altos estudios en este lado del Atlántico fueron fundadas por las compañías jesuíticas: no hubo ninguna institución de estudios superiores antes que la hoy conocida como Universidad Nacional de Córdoba (Argentina).

Independientemente de los pormenores del desarrollo de esa historia en los siglos siguientes, remontarse a aquellos orígenes nos devuelve a la reflexión sobre el rol de la educación en proyectos colonizadores y de colonialidad y, más específicamente, en los intereses de la Iglesia Católica -no como culto o teología, sino como institución-.

Tras el declive del modelo feudal en la Europa mediterránea y el sortilegio del navegante genovés Cristóbal Colón -quien buscaba nuevos caminos para los capitales mediterráneos sorteando las conflictivas rutas de la seda-, la Iglesia Católica perdió hegemonía como institución preeminente dentro de la estructura social, como institución estructurante, dando lugar a los estados-nación modernos. Ello se notó especialmente en el plano político, donde la administración de la soberanía territorial y de lo público quedó en manos de los estados-nación.

Con la Modernidad se atemperó sensiblemente el poder divino y el poder laico anidó en la estructura estatal. En otros planos, como el educativo, el cultural y el moral, la Iglesia Católica sostuvo -y todavía sostiene- disputas con el modelo laico de estado moderno. De allí que, por ejemplo en el ámbito educativo, el estado laico argentino haya llegado varios siglos más tarde que las órdenes misioneras de la Iglesia Católica.

¿La educación, para los estados laicos de Ñamérica, también tiene un componente colonial? Probablemente, al menos sí un componente de aculturación, adoctrinamiento o disciplinamiento cívico. Sin embargo, lo que interesa es diferenciar entre la educación dentro del pensamiento religioso y la educación dentro del pensamiento laico: la primera está basada en la doxa, en la verdad revelada, y la segunda en la episteme, en el conocimiento científico.

Sin sobredimensionar el valor de los conocimientos científicos, que se representan a través de discursos, hay que resaltar que se basan en un método para conocer inverso al de la religión: va de la duda intuitiva a las conclusiones/hallazgos probados, antes que del razonamiento revelado al convencimiento obcecado. De allí que el conocimiento científico se considere un tanto más riguroso que el conocimiento religioso.

Debido a ello, el estado, siempre en tensión -a veces más cerca, otras más lejos- con la Iglesia Católica, necesitó crear su propio sistema educativo laico, aquello que en Argentina se hizo a fines del siglo XIX. De todos modos, no se inhibió a las religiones de tener sus propios establecimientos educativos -inscriptos dentro del sistema formal organizado por el estado-. Colegios de nivel primario, secundario y universidades religiosas, igual que colegios primarios, secundarios y universidades públicas.

Hagamos notar que el hecho de que el conocimiento científico que se pretende en la educación laica no siempre ni necesariamente es más robusto que el conocimiento religioso. Ni tampoco más eficiente.

Si eso lo llevamos al análisis del funcionamiento institucional y de la influencia social de la institución, no hay que creer que, aunque ya no estemos en la América colonial con Iglesia Católica preeminente, el sistema público de educación del estado laico sea per se de mejor funcionamiento y más influencia que los establecimientos de educación religiosa.

Tomemos el caso de Salta como ejemplo testigo: los últimos tres gobernadores, poder público del estado laico moderno, se egresaron en el Bachillerato Humanista del Opus Dei. Desde 1995 en adelante -hace ya 27 años- todos los gobernadores de Salta fueron antes estudiantes del Bachillerato Humanista, un instituto de educación media que como gira de fin de curso propone un paseo bien diferente al paseo por Bariloche: año a año las cohortes viajan a Roma; y que, como régimen, obliga a sus estudiantes a formarse en latín y griego tanto como a rendir anualmente, frente a tribunal y con bolillero, ciertas materias.

A propósito de este ejemplo, una disgregación: la competencia por la influencia es entre las instituciones educativas con racionalidad liberal del estado laico y las que cuentan con una racionalidad teológica de las religiones cristinas, entendidas estas últimas como pensamientos monoteístas y masculinos (Bourdieu, 2000). Es decir, del lado de la educación religiosa ya no está sólo la institución Iglesia Católica sino también otras como las escuelas e iglesias evangelistas y mormonas o incluso las protestantes y judías que también suscriben al modelo de la verdad revelada y la posición filosófica monoteísta y patriarcal.

Esa polarización se observa con suficiente prueba empírica en las disputas de los últimos años entre el estado laico y las instituciones monoteístas y patriarcales: por ejemplo, por la religión en las escuelas públicas, por el matrimonio entre personas del mismo sexo y por la ley de interrupción voluntaria del embarazo. En todos esos debates de un lado están quienes pretenden liberalizar y laicizar más el estado -incluso los socialistas en favor, por ejemplo, del derecho al aborto, que lo consideran una “libertad democrática” por conquistar- y, del otro lado, quienes pretenden restaurar y conservar las bases del poder divino.

No compete a este planteo, pero las iglesias evangelistas tienen su propia disputa con la Iglesia Católica y han crecido enormemente en los últimos años, sobretodo en Ñamérica, sin embargo, en la polarización contra el estado laico, están siempre del mismo lado, son del mismo bando.

Salta fue emblemática de una de las tres disputas antes mencionadas, la más afín la retahíla de este ensayo: el litigio por el dictado de religión en las escuelas públicas. El fallo por la educación laica se vivió como un triunfo en una sociedad que tiene más pensamiento religioso que científico incluso en las instituciones públicas y que, como demuestra el ejemplo del Bachillerato Humanista, tiene enorme influencia de los establecimientos educativos religiosos. En particular de las religiones de matriz monoteísta y patriarcal.

Además del prestigio y subsidios estatales para las escuelas parroquiales, colegios, terciarios y universidades cristianas ya tradicionales, siguen cundiendo nuevos establecimientos como la unidad ejecutora en Salta capital de la Universidad FASTA de Mar del Plata. Dicha unidad está gestionada por la ONG CEAPRE, que tiene entre sus miembros fundadores y actuales mayoría de apellidos “Yañez”.

La universidad FASTA se fundó a principios de los 90 por iniciativa del movimiento de Fraternidad de Agrupaciones Santo Tomás de Aquino (FASTA), a quienes decirles “escolásticos” es tratarlos de progresistas blandos. Forman parte de un núcleo de estudio de la Suma Teológica que se acerca menos a Aristóteles que al oscurantismo liso y llano.

FASTA, dice el runrún de los pasillos de la educación laica, es una reminiscencia medieval de lo peor de la escolástica, del enclaustramiento monasterial. De todos modos, la disciplina y el método claro del catolicismo asceta, sin embargo, puede que sean más honestos que la co-construcción de conocimiento y el camino personalizado que se propone ideal en el polo de la educación laica.

Segunda y última disgregación: en la disputa entre pensamiento religioso y pensamiento laico, últimamente se han creado no sólo nuevas escuelas católicas y cristinas (adventistas y mormonas, entre otras), también han proliferado escuelas y colegios anclados en la religiosidad New Age, en las que predomina el discurso de nueva Era con una forma de pensamiento ni tan científica ni tan religiosa, más bien de pedagogía Waldorf salpicada con arte (entendido el arte, vaciando de contenido el aristotelismo, como la expresión humana más personalísima, la expresión del espíritu, del yourself).

Para completar el escenario de análisis del caso específico, Salta, hay que mencionar otros tres elementos: la Universidad Católica de Salta, la procesión del Señor y la Virgen del Milagro -y la peregrinación como doctrina de entrega fedataria- y el fenómeno de la Virgen del Cerro. Interesa profundizar puntualmente en este último: con la proliferación del turismo religioso, de la promoción actual del gobierno como “Salta, ciudad de fe”, y el paseo de la Virgen del Cerro como una perlita de intereses público-privados, el pensamiento religioso monoteísta y patriarcal ha cobrado plena vigencia dentro del propio catolicismo sin entrar, necesariamente, en el dominio de otros cultos cristianos, como el evangelismo o el protestantismo.

Es decir, la Virgen del Cerro sirve como culto mariano que da renovado vigor al pensamiento religioso monoteísta y patriarcal, trascendiendo la institución Iglesia Católica (Hessling Herrera, 2019).

Entonces, aunque la ley nacional 1420 esté vigente, aunque en términos ideales el pensamiento científico debiera ser más riguroso que el pensamiento religioso, aunque, por lo tanto, debería priorizar el pensamiento científico en la educación formal, y aunque se hayan dado disputas que avanzaron en la secularización del estado (sentencia de la Corte Suprema por la educación laica, ley para el matrimonio igualitario o ley para el aborto legal, seguro y gratuito), lo cierto es que las tensiones no están clausuradas y que la influencia de las instituciones religiosas en reductos como Salta no son casos aislados ni mucho menos en una Ñamérica donde creer, en eso estamos todos de acuerdo, es mejor que reventar.

 

Bibliografía

    • Bourdieu, Pierre (2000). La dominación masculina. Barcelona, Editorial Anagrama.
    • Buchbinder, Pablo (2005). Historia de las universidades argentinas. Buenos Aires, Editorial Sudamericana.
    • Caparrós, Martín (2021). Ñamérica. Buenos Aires, Editorial Random House.
    • Hessling Herrera, Franco David (2019). La Virgen del Cerro de Salta: refundar el mito. Buenos Aires, Editorial Dunken.
    • Mignolo, Walter (2003). Historias locales / diseños globales. España, Editorial Akal.