07 20 castillaEl 19 de julio de 1980, a los 61 años, partía Manuel J. Castilla dejando tras de sí una obra invaluable. El investigador de su faceta periodística, Alejandro Morandini, en una entrevista con Punto Uno destacó el compromiso con la prensa y recordó que para sobrevivir tuvo que rebuscárselas.

Por Mariano Arancibia

“Al contrario de tirarlo de su pedestal de poeta, a mí me parece que lo embellece más, lo hace más terrenal, porque se tuvo que ver con las circunstancias de la época que le tocó vivir”, dijo.

Se suele imaginar que fue un ángel poético, un escritor abstracto que viajó del cielo a la tierra para traernos los versos más hermosos que este valle podría tener. Y si bien es cierto que su pluma tenía una formidable creatividad, lo que hace de Castilla un enorme maestro, no es sólo su modo de escribir, sino también su compromiso con la escritura todos los días.

A pesar de haber tenido una rápida inserción en el mundo artístico salteño, no tenía la vida resuelta y desde temprana edad comenzó a trabajar. “El Intransigente lo empleó muy joven, primero de cadete y con el tiempo, luego de oficiar como corrector y publicar algunas colaboraciones en versos, lo tomó definitivamente en su redacción hacia 1945. Las primeras entregas corresponden a los días de las largas caminatas con el poeta Raúl Aráoz Anzoátegui”, comentó Alejandro Morandini, recopilador de sus artículos publicadas durante 1940 y 1960.

La investigación se agrupó en un libro titulado “El oficio del árbol” que incluye sus primeras colaboraciones y las columnas que escribió “El Barba” como redactor hasta el cierre del periódico en diciembre de 1949, y que posteriormente continuó con su reapertura en diciembre de 1956.

“Decir que era un hombre que cumplía regularmente, que tenía un salario y que trabajaba de periodista, entra en choque con la canonización que uno tiene como poeta consagrado, en un pedestal, lo cual llega es cierto pero llega a concretarse tras mucho esfuerzo. El relato lo coloca en Balderrama cantando y tomando vino, pero él era un tipo laburante y en algunos momentos con grandes complicaciones”, señaló.

En su opinión “fue un punto muy alto en la literatura local, pero es no está de más recordar que además de sus buenos textos, tuvo que cumplir con sus obligaciones y pelearla día a día”, resaltó a nuestro diario. Fue la afiebrada rutina en la redacción, las infinitas lecturas y las recorridas por la ciudad lo que conformarían con el tiempo su estilo único marcado por su capacidad para capturar la esencia del paisaje y su sensibilidad para inmortalizar a personajes anónimos de la vida cotidiana salteña y de pueblos inhóspitos como Eulogía Tapia, entre tantos otros.

Castilla, escribía y vivía. Y no fallaba nunca con el periódico desde los 18 años. En alguna oportunidad, Sartre dijo que escribir y vivir eran parte de una dialéctica que daba fundamento a su existencia; mucho antes, esa premisa, era practicada religiosamente en estas latitudes por el ilustre escritor cerrillano, quien llegó a tener bajo su mando la completa publicación del diario más importante por entonces del NOA.

Esta faceta más humana de Castilla, que hasta la investigación de Morandini circulaba de manera desordenada entre anécdotas y notas archivadas, tuvo que enfrentarse con la historia oficial que envuelve al artista: “Volver a revisar el pasado que está ahí nomás al alcance de las manos, que todavía tiene los periódicos enteros que se pueden consultar, es entrar en colisión con otras miradas que se tienen del escritor. La realidad es que era un tipo que conocía la ciudad, que tenía que escribir para solventar su vida y que se dio cuenta que la realidad política lo clausuró y tuvo que salir a vender frutas y verduras en un carro hasta que cayó el peronismo y el diario salió de nuevo”.

 

Una arista poco comentada

A finales de la década del cuarenta del siglo pasado, El Intransigente fue clausurado por el gobierno y su dueño, Michel Torino, un bodeguero cafayateño ligado a la UCR, fue preso de 1951 a 1955. En forma clandestina se editan boletines llamados Hojas de lucha de las que participa Manuel J. junto a Walter Cotignola.

“Cuando el periódico cierra por intervención del peronismo, Castilla se queda sin trabajo y Michel Torino le sigue pagando a él y a otros 3 periodistas más, hasta donde le da la fortuna. En ese entonces surge lo que se llama la “época heroica” del periodismo salteño editando un boletín clandestino, que se reparte de manera anónima por toda la ciudad. Esta etapa heroica y de lucha del periodismo, tiene a Michel Torino preso y financiando en parte la publicación en contra del peronismo. Castilla era un héroe total de la contra-información y Néstor Cotignola, se cuenta que entraba al penal llevando las notas escondidas en la corbata para Torino”, contó el investigador.

Morandini, además, advirtió que la trayectoria inevitablemente fue contradictoria: “Él militó la caída del peronismo, fue secretario de prensa del gobierno del golpe, en el momento en el que Martínez de Hoz fue ministro de Economía de la provincia de Salta en el 55. Al contrario de tirarlo de su pedestal de poeta, a mí me parece que lo embellece más, lo hace más terrenal, se tuvo que ver con las circunstancias de la época que le tocó vivir, es más realista”.

 

El estilo

Al referirse a la escritura, rescató de Castilla la capacidad para expresar estampas de una Salta tradicional que empezaba a cambiar: “En general aporta al diario una viñeta, que todos dicen que se parece mucho a lo que hacía Roberto Arlt aunque a mí me parece que tiene más que ver con una postal del día. Hacia viñetas de carácter paisajísticos, también tipo crónica urbana, salía con la cámara fotográfica, sus notas eran ilustradas por él mismo en algunos casos. Salía de la redacción y sacaba foto a alguna gárgola, alguna moldura o a una casa y después hacía la evocación en forma de viñeta literaria”.

Y acotó: “Siempre tuvo esa cosa melancólica, usaba expresiones como “ya se va”, “esta ciudad está perdiendo su carácter”, “la velocidad de las máquinas está cambiando el paisaje”, logra retratar con melancolía el cambio de la Salta tradicional a la Salta moderna, siempre observando la dinámica, el conflicto, lo que se pierde, lo que se agrega a la ciudad. Tiene varias columnas en las que habla de los cocheros, que es un transporte a sangre que ya no existe, dejó de existir en los años 70”.

“Observa como la vida campestre y rural afecta al movimiento de la ciudad. De hecho, es sus pasajes más lindos cuando habla sobre el folclore, los bares, el mercado de la ciudad, dice que hay que ir a buscar ahí la identidad salteña. Dice, por ejemplo, “llega el carnaval y hay que ir a buscar las carpas, pero cada vez hay que ir a buscarlas más lejos”, recordó.

Finalizando la entrevista, opinó que “está sobredimensionada la figura del poeta salteño. Es hora que las jóvenes generaciones estudien que la realidad en su complejidad y no nos olvidamos que fueron hombres que han sufrido enfermedades, falta de dinero, persecución política”.

 

Sobre el autor

Alejandro Morandini es un escritor nacido en Córdoba que se instaló en Salta a fines del siglo pasado. Se involucró rápidamente en la actividad literaria local, escribiendo en diarios y revistas, dictando talleres y se destacó por haber emprendido el trabajo de rescate de Manuel J. Castilla. Actualmente está a punto de publicar un libro sobre la poeta salteña Kuky Herrán.