Por Antonio Marocco
Estamos atravesando un clima de época enrarecido. En Argentina y en todo el mundo. Las tasas de natalidad se han desplomado.
Hace algunos días, mi nieta más chica, Lupita, recibió el sacramento del bautismo. Con la bendición del entrañable padre Oscar Ossola compartimos una emotiva liturgia que nos reafirmó en la fe cristiana como familia, pero también en la tradición social y cultural del humanismo, la fraternidad y la esperanza.
Recuerdo cuando nació. Lupita es la primera niña de mi hija menor. Fue un día de muchos nervios. Nervios de emoción y felicidad. Es que su nacimiento nos renovaba también un compromiso. Porque cada bebé que viene al mundo es siempre un motivo más para no bajar los brazos, para seguir luchando por un mundo mejor.
Estamos atravesando un clima de época enrarecido. En Argentina y en todo el mundo. Las tasas de natalidad se han desplomado. Solo en nuestro país, en los últimos 10 años, los nacimientos anuales han caído un 36%. Algunos señalan que este fenómeno constituye un grave problema demográfico y económico. Sin embargo, lo que más me aflige es lo cultural. Porque ya no se trata del cambio de modelo familiar del que venimos muchos de nosotros. Es cierto que el frenético ritmo de la modernidad pareciera no ser compatible con las familias numerosas de nuestras generaciones. Entiendo que se trata de algo mucho más triste contra lo que debemos pelear. El mundo y el futuro se han convertido en un espacio común hostil para las nuevas generaciones.
El siglo 20 fue convulsionado, pero aún así nos atravesaba la esperanza y el optimismo.
Martin Luther King lo había sintetizado en una frase que se volvió universal: “Si supiera que el mundo se acaba mañana, yo hoy, todavía, plantaría un árbol”.
La ilusión de aquellos tiempos derivó en una visión del mundo actual bastante más pesimista. Millones de jóvenes argentinos argumentan con razones válidas y comprensiva la negativa de traer hijos al mundo. Los entiendo, pero no me voy a resignar. Quiero un futuro que los anime, que los entusiasme, que los invite a soñar. Si uno no tiene la fe de que el futuro puede ser un poco mejor, tampoco encontrará la fuerza del espíritu para luchar con el cuerpo e intentar construirlo.
Ni el miedo ni la desesperanza se puede apoderar de quienes tenemos responsabilidades públicas. Hay que seguir adelante con creatividad y trabajo duro. Y en esa línea se inscriben algunos proyectos que estamos impulsando junto al gobernador Gustavo Sáenz. Como por ejemplo los juicios por jurados populares. Se trata de un hecho histórico porque involucrará a la sociedad en la responsabilidad de impartir el servicio de justicia. Serán ahora los ciudadanos de a pie quienes se involucren en los procesos judiciales.
Tiene que mejorar la política y tiene que mejorar la justicia. Salta ha dado muchos ejemplos en los últimos meses.
Intendentes y jueces han sido detenidos por malversar recursos públicos o garantizarse impunidad. Lo mismo con los sindicalistas que han traicionado a sus afiliados y han usado los gremios para darse una vida de lujo y confort a costas de los trabajadores salteños.
Son gestos. Por supuesto que falta un montón, pero demuestra que marchamos en esa dirección. Si queremos que el futuro sea un lugar mejor, hay que empezar a purgar las conductas que no queremos que se repitan. Porque cuando en el sector público o privado se delinque, no solo se roban lo que pertenece a la sociedad, sino que se roban también la expectativa de mucha gente que quiere una verdadera transformación.
En fin, no voy a negar que muchas de las cavilaciones que impregnan esta columna están condicionadas por la lluvia recurrente y los días grises y nublados.
Hace varias décadas que en Salta no caía tanta agua del cielo en un mes de noviembre. Cosas del cambio climático que algunos niegan. Sequías, incendios e inundaciones. No se puede tapar el sol con la mano, ni tampoco la lluvia con un paraguas.
Tampoco resiste el análisis de que la civilización no tiene nada para hacer frente a la fuerza de la naturaleza. Si la civilización occidental apuró el calentamiento global a partir de su desarrollo industrial, hoy está obligada a hacer todo lo posible para detenerlo.
Mientras tanto llueve, decía el poeta Juan Gelman. Y llueve mucho. Y pareciera que están lavando al mundo.
Columna emitida por FM Aries.