Por Pablo Borla
En numerosas oportunidades, la etimología nos previene de sentidos originales que tienen las palabras, algunas de las cuales han llegado a cambiarlo totalmente.
“Utopía” se suele utilizar para expresar una idea o un proyecto que es muy improbable -pero no imposible- que suceda.
Etimológicamente, proviene del idioma griego, con un prefijo negativo “u” que da idea de inexistencia y “topos” que significa “lugar”. De allí que se pueda especular con cierta validez que una utopía se refiere a un lugar directamente inexistente y no a una idea improbable de poner en práctica.
La Constitución de la Nación Argentina tiene un perfil enfáticamente liberal y federal que, en los momentos de su concepción, estaba muy a tono con los modelos de organización vigentes, en particular el de los Estados Unidos.
Este modelo de organización supone un estado de tensión entre igualdad y autonomía que no existe en los modelos unitarios, en los que las presiones autonómicas no se refieren a asuntos de trascendencia, a menos que coexistan en el diseño de nación algunas comunidades integrantes, más pequeñas, con una organización propia previa y un perfil muy único.
En Argentina, hubo provincias (no “estados”, detalle de importancia) que fundaron y dieron origen a lo que luego fue la República y otros territorios que fueron elevados progresivamente a una categoría provincial con el correr de los años.
Ahora bien, ¿Fue el federalismo adoptado con la convicción de que era la forma de organización que más convenía a nuestro dilatado territorio y sus características, en la búsqueda del progreso y de la entelequia del “Bien Común”, o por la simple disputa coyuntural que pretendía poner un poco de equilibrio entre la supremacía del puerto y las economías mediterráneas, litoraleñas y andinas?. ¿Fue la influencia de los caudillos provinciales decisivos en la adopción del federalismo?.
Posiblemente sean muchas las causas que confluyeron y que las mencionadas sean algunas de ellas. También es cierto que los modelos importados de organización federal no respondían acabadamente a la variopinta realidad nacional.
El especialista en Derecho de nacionalidad colombiana, Alexander Cruz Martínez, en un ensayo tendiente a establecer una comparación entre los regímenes federales colombiano y argentino -ambos inspirados en los EE.UU.-, concluye que “Teniendo en cuenta que Estados Unidos había diseñado el modelo y lo había ensayado de una manera que pudiera pensarse que era exitosa, los federalistas quisieron imitarlo añadiendo elementos propios de la realidad local. No obstante, al no existir la claridad conceptual, el modelo fue confundido con el confederativo, en el cual las provincias o estados miembros conservan su fisionomía estatal independiente con derecho a la disidencia o separación porque solo están cohesionados por asuntos estratégicos, muy diferente a lo que tendría que ocurrir en un régimen federal”.
Desde la primera Constitución Nacional, que la provincia de Buenos Aires no firmó -y esto no es trivial- la intención federal formó parte del modelo de Gobierno pero la realidad económica y geográfica lo ha venido condicionando hasta transformarlo casi en una utopía, por más buena voluntad que exista.
En ocasión de la celebración del 205º aniversario de la Declaración de la Independencia, el gobernador salteño Gustavo Sáenz afirmó que “los diez gobernadores del Norte Grande firmamos hoy una solicitada diciéndole al país que hay un Norte olvidado y postergado por un centralismo que asfixia”, y que hay un consenso en la necesidad de equidad y justicia hacia la región.
Seguramente sea la unidad de las voluntades políticas de esos líderes y de los representantes legislativos de las provincias el camino para que la utopía deje de ser un lugar que no existe, para lograr construir una realidad nueva, que sea una bisagra histórica.
Un desarrollo económico homogéneo que potencie regiones postergadas que tienen muchísimo para crecer es un desafío mayúsculo que se logra proponiendo claramente un modelo que debe ser consolidado en las urnas por el consenso político que precisa dar un giro tan importante que implique un cambio histórico de esa magnitud.
Las autoridades nacionales también se han manifestado positivamente acerca de esa necesidad, pero la concentración de votantes en la franja central del País, convierte a cada paso en esa dirección en un costo político y no aparecen a la vista gestos de grandeza, tanto en la oposición como el oficialismo, que permitan delinear un perfil de desarrollo diferente.
En menos del 1% del territorio nacional se asienta casi el 35 % de la población. Casi el 80 % de la producción argentina está en un radio de poco más de 500 kmts. a partir de esa franja de territorio. La asimetría es obscena en términos de desarrollo.
Más temprano que tarde, es necesario el ejercicio diario y concreto del federalismo.
Otras alternativas sólo conducen al empobrecimiento, a la disgregación, a la noria histórica que nos tiene a los provincianos -en particular los del Norte argentino-, atados a un destino de estancamiento y dependencia que es imposible resolver en soledad.