Por Pablo Borla
Hacia mediados de 1816, pocos meses antes de la Declaración de la Independencia, Juan Martín de Pueyrredón fue designado Director Supremo de las Provincias Unidas. Ya había tenido contactos reservados con el general José de San Martín, posiblemente en el marco de la propuesta sanmartiniana de emprender una acción por tierra y mar para liberar a Chile y Perú del yugo realista. Hubo coincidencias y un compromiso de apoyo para una gesta enormemente costosa como la que se proponía.
Las arcas de la Patria naciente venían esforzándose en la lucha independentista y, ante los pedidos de San Martín, Pueyrredón le envía una carta detallándole una gran cantidad de elementos que le enviaba y, en ella, también le decía: “Van los 2000 sables de repuesto que me pide. Van 200 tiendas de campaña o pabellones. Y no hay más. Va el mundo. Va el demonio. Va la carne. Y no sé yo cómo me irá con las trampas en que quedo para pagarlo todo o bien que entrando en quiebra, me voy yo también para que usted me dé algo del charqui que le mando. ¡Y qué caray! No me vuelva a pedir más, que lo que usted quiere hacer es imposible”.
San Martín le respondió con otra carta: “General Pueyrredón, gracias por el envío. Lo recibiré en los próximos meses. Le agradezco todo lo que ha hecho. Usted tiene razón, lo que quiero hacer es imposible, pero es imprescindible”.
En las tribulaciones, en las encrucijadas, en las grietas, la historia nos brinda guías necesarias porque “Nihil novum sub sole” y quizás los contextos sean diferentes pero las batallas se siguen dando.
Recientemente la vicepresidenta Cristina Kirchner, en un acto en La Plata, pidió "No podemos seguir discutiendo y envenenando a la gente con que la vacuna tal no sirve. En nombre de tanta gente que no se vacunó y hoy ya no está, y sus familiares la lloran, en nombre de los trabajadores de la salud, por favor dejemos a la vacuna y a la pandemia afuera de la disputa política". Fernán Quirós, ministro de Salud de la ciudad de Buenos Aires coincidió y advirtió que "no se pueden agregar discusiones partidarias en una cuestión de tamaño dolor".
Pero -si es por el caso que les hicieron la mayoría de la clase política- las exhortaciones de la líder de la coalición gobernante y el principal referente sanitario de la Capital argentina no parecen haber pasado más allá de declaraciones de buena voluntad o expresiones retóricas: la cuestión electoral lo subordina todo a los intereses que convengan al triunfo, que a esta altura será a lo Pirro, gane quien gane, pues nada se deberá festejar cuando, a esta altura del año, ya superamos las 90 mil personas fallecidas por incidencia del COVID-19.
Quizás desde las acciones que vemos en algunos de nuestros líderes sociales nace alguna desesperanza, que se nota en las charlas cotidianas, en las reuniones con amigos, en las declaraciones de las personas comunes que muchas veces escuchamos por los medios. No en todos los dirigentes -vale aclararlo-, pero frente a la inapelable e indisimulable realidad de la muerte, que golpea con la contundencia de una cachetada en el rostro; frente al apremio, ya no de las cuentas por pagar sino de la misma supervivencia; con la economía golpeada por la pandemia y por la herencia de un Gobierno negligente e insensible, las personas pierden sus referencias como entidad colectiva: comienza la época de la supervivencia.
Y en medio de la crisis y el dolor; en medio de la grieta y de los intereses, surge como faro, como un mar de fueguitos -diría Galeano- la solidaridad, esa red que mantiene cohesionada a una comunidad que no termina de entender que, frente a este panorama que parece imposible, la unidad es imprescindible. Y que debe exigirla y luchar por ella.
Los gestos de solidaridad y de cooperación nos devuelven la fe en esa humanidad de fueguitos que encienden otros, que nos rescata del dolor y la incerteza.
Uno de los principales -sino el principal- desafío de nuestra dirigencia política, social, gremial, es superar la coyuntura y lograr poner por encima de las conveniencias electorales a la salud, a la educación, a la producción.
Hacer un pacto para vivir.
El Pueblo sabrá reconocerlo y agradecerlo.