Por Pablo Borla
Ha resultado una sorpresa la convocatoria de una de las agrupaciones tradicionalistas gauchas a desconocer las normativas del Comité Operativo de Emergencia (COE) y realizar una nueva edición, en forma de marcha, del desfile del 17 de junio. Más que una tradición o un homenaje, lo que parece estar en juego es una puja de poder por privilegios históricos.
¿Cuánto hay de homenaje y cuánto de vanidad en esta rebeldía de una parte del gauchaje salteño?
La determinación de realizar un desfile multitudinario sin ningún tipo de control, más que el propio e improvisado, resulta a todas luces irracionalmente peligrosa para la población, ya que difícilmente podría canalizarse adecuadamente. No pretenderán creer que van a desfilar solos y a distancia sin que sus familias vayan a aplaudirlos a la vera de su paso.
Se ha argumentado que hubo otras manifestaciones multitudinarias previas. Se cita recurrentemente al velorio de Maradona. ¿Es que acaso esta gente piensa que los errores pasados excusan y avalan los errores presentes?
Pero, más allá del indudable impacto sanitario de una manifestación de miles de personas, en el peor momento de la pandemia, y con un Sistema de Salud al borde del colapso, hay otras cuestiones en juego que sobrepasan esa esfera de incidencia.
¿Desde que lugar y con qué autoridad algunos líderes sociales piensan que están por encima de las normas y las leyes?
La expresión de del presidente de la Agrupación en rebeldía, que se hizo pública y no fue desmentida, afirmando que “Nosotros tomamos la Provincia. La ciudad de Salta es nuestra” no deja margen para justificarla como metafórica, más aún en un país que, como Argentina, ha sufrido varios golpes de Estado a lo largo de su historia, cuando una minoría poderosa ha querido adecuar las leyes a su parecer y conveniencia.
Cuando la interpretación de las normas que nos rigen como comunidad se hace arbitraria y condicional, deja de haber justicia y orden y comienza la vigencia de la anomia y la anarquía.
Y ahí la historia es otra y el peligro también. Y eso merece repudio y condena.
Parece ser que algunas personas han elevado, acicateadas por el Bicentenario histórico, al Gral. Güemes a una categoría de deidad de la cual se proclaman sacerdotes. Y como tales tienen sus normas y rituales en un grado superior a la de la normativa mundana.
Ha de saberse que poner en esa categoría a un héroe de la talla de Martín Güemes no lo ensalza. A un dios las hazañas le son sencillas.
Martín Güemes fue un hombre y un patriota al que le dolían sus heridas. Las de las armas y las del desprecio con el que algunos de sus contemporáneos lo han tratado. Y se sobrepuso a ellas con la mira puesta en la necesidad superior de la libertad y la independencia.
Porque puso el bienestar de su Pueblo por encima de posibles ganancias o vanidades personales.
Güemes, su memoria, sus logros, su enorme dimensión heroica, no necesita de homenajes irracionales para ser una figura de aceptación y amor unánime.
Martín Miguel de Güemes no pertenece a nadie más que a su Pueblo.
Si examinamos su proceder y su lucha; sus esfuerzos y sus logros, vemos que todas sus acciones estuvieron dirigidas a lograr el bienestar de la Patria.
No será desde la falta de cumplimiento de las normas ni desde el capricho personal que se realice el mejor homenaje a nuestro Héroe Nacional, sino desde el respeto a su memoria y a lo que él mismo demostró como prioridades.
Todo lo demás es lucha de poder y vanidad.