Nos llegan noticias acerca de temperaturas altísimas en el estío septentrional, un posible anticipo del difícil verano que tendremos cuando el calendario nos convoque.
Por Pablo Borla
En medio de las urgencias cotidianas; de la inflación, de las elecciones y de Messi -por supuesto- debutando en la Liga de los EE. UU., no es una noticia de primera plana y no lo será hasta que nos toque, con su correlato de crisis energética, afectando especialmente a aquellas personas vulnerables, que puede que no logren sobrevivir a la circunstancia y con un Estado que no da abasto en la asistencia, después de años de desinversión en infraestructura sanitaria.
No es fruto del azar o simplemente de los ciclos periódicos de cambio climático que tales temperaturas ya no sean excepcionales.
La red World Weather Attribution afirmó que las olas de calor que se soportan en América, Europa y Asia, con temperaturas de más de 50 grados en algunas regiones -todo un récord-, habrían sido muy improbables si no hubiera un cambio climático concreto.
“Entre el 18% y el 20% de la selva tropical ya ha sido deforestada y otro 38% se está degradando. Los científicos aseguran que si alcanzamos el 25% de deforestación llegaremos a lo que llaman un punto de inflexión con cambios que resultarán en el colapso del ecosistema amazónico”, explica Genevieve Connors, gerente de Medio Ambiente, Recursos Naturales y Economía Azul para América Latina y el Caribe del Banco Mundial, en una newsletter del organismo.
Hace cuatro meses se presentó el informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) de la Organización de las Naciones Unidas.
En él, se deja manifiesto que “Existen diversas opciones viables y eficaces para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero y adaptarse al cambio climático provocado por el ser humano, las cuales están disponibles en la actualidad” y que “La incorporación de una acción climática eficaz y equitativa no solo reducirá las pérdidas y los daños para la naturaleza y las personas, sino que también aportará mayores beneficios”, según dijo Hoesung Lee, presidente del IPCC. “Urge tomar medidas más ambiciosas y se demuestra que, si actuamos ahora, aún es posible garantizar un futuro sostenible y habitable para todos”.
El “futuro es hoy” es una frase usada, manipulada y remanida, pero cierta. Mi generación creció en la suposición de que no iba a llegar a presenciar los efectos del cambio climático y, a pesar del temor por lo que pueda sucederles a nuestros hijos, no hemos sido capaces de presionar lo suficiente a gobiernos y empresas privadas para que se reduzca la contaminación que producen las diferentes industrias. Parece que no nos calienta. Pero si calienta, y mucho, al planeta.
De hecho, algunas multinacionales han mudado sus instalaciones a países empobrecidos, necesitados de ocupar su mano de obra, para evitar contaminar en sus propios territorios. Pero en el balance global, los índices de contaminación, la suba de temperatura, los deshielos, los fenómenos climáticos extremos, han aumentado en cantidad y frecuencia.
La ONU informó que, para mantenerse por debajo del límite de calentamiento consensuado, el mundo necesita reducir el 60 % de sus emisiones de gases de efecto invernadero para 2035, en comparación con 2019.
El sistema absorbe y convierte todo lo que toca y lo banaliza. Un ejemplo: El Valle de la Muerte, en Estados Unidos, uno de los lugares en los que se esperó que se refleje la temperatura más alta del planeta, sigue atrayendo a turistas de todo el mundo. Según informó ABC News, el flujo de personas que estuvieron arribando al lugar para presenciar en carne propia el fenómeno en plena ola de calor, sigue aumentando.
Nuestros hijos han tomado más conciencia, pero no es suficiente: el agua dulce se sigue desperdiciando, los desechos plásticos contaminan los océanos y están en el organismo de los pescados que consumimos. Y una empresa sola contamina mucho más que lo que compensan los esfuerzos ecológicos de muchísimos individuos.
El peligro de la deforestación de uno de los principales pulmones del planeta, el Amazonas, fue subestimado y minimizado por el nefasto gobierno de Bolsonaro. El importante cambio en la política medioambiental brasileña desde la asunción de Lula, logró que la deforestación ilegal caiga en la Amazonia brasileña un 34% durante el primer semestre de este año, respecto al mismo periodo de 2022.
Pero el mundo -nuestro hogar- se está convirtiendo en un lugar hostil y no tenemos adonde ir. Nos estamos suicidando, de a poco y por supuesto los primeros en morir serán los más pobres.
Más allá de las urgencias coyunturales, esta situación de catástrofe no puede obviarse y las acciones a tomar en el país deben estar en la agenda de los candidatos a presidente.
Pero no parecen estar o no se difunden mucho. Se habla, con violencia, del rival, de la economía, de la devaluación. Pero no del cuidado de los humedales o la deforestación indiscriminada.
Escuchar a algunos de los precandidatos da calor, y un poco de vergüenza ajena también, a veces.