La última gran lideresa (por lo menos de los últimos tiempos) ha comenzado a despedirse. Esto, a la hora de escribir esta columna, antes del acto del 25 de Mayo.
Por Pablo Borla
Es una despedida larga y por goteo, como Los Chalchaleros y los Rolling Stones, porque se sabe aún fundamental e irremplazable para muchas personas y ese liderazgo en declive le sienta tanto como si usara los joggings oversize de los raperos. No está en su naturaleza.
Macri también dio un paso al costado, pero lo hizo escenificando un renunciamiento histórico, aunque la fila de gente que se acercó a besar sus manos, agradecida por su gesto de grandeza, fue poca y más bien de su entorno, feliz de que ceda un lugar en la apretada superficie del ascensor presidencial, de atmósfera congestionada, casi irrespirable.
Ambos pesan mucho en las decisiones de sus espacios políticos. Una, por altura intelectual y política y el otro por sus sólidos vínculos con los factores tradicionales de poder que nos rigen desde hace ya demasiado tiempo.
De hecho, Cristina Fernández, en C5N, mencionó que “Los hijos de la generación diezmada sean los que tomen la posta”.
Asoman los nuevos liderazgos, que no forzosamente significa nuevos líderes. Hay algunos con pasados complejos y experiencias variadas. Scioli, por citar un caso: excandidato a presidente, dos veces vicepresidente y gobernador del distrito más importante del país. Bullrich, militante política del peronismo montonero hace 50 años -“La Piba”-; ex ministra de Trabajo, Empleo y Formación de Recursos Humanos de la Nación del desastre delarruista, ex ministra de Seguridad del gobierno de Mauricio Macri y legisladora (MC).
Hay otros nuevos lideres a medio usar -tipo feria de Alto Comedero- como Horacio Rodríguez Llarreta, Sergio Massa, Gerardo Morales, Juan Manuel Urtubey o María Eugenia Vidal; cada cual con su currículum.
Y están los nuevos en su proyección nacional -aunque algunos tengan algún período provincial encima-, como Alfredo Cornejo, Gustavo Sáenz, Axel Kicillof, Sergio Uñac, Juan Manzur, Jorge Capitanich o Juan Schiaretti (un poco pasado de edad, convengamos) y otros sin estreno, como Facundo Manes, Wado De Pedro, o -me corre un frío desagradable por la espalda- Javier Milei.
También asoman Máximo Kirchner, Victoria Tolosa Paz, Gabriel Solano, Juan Grabois, Miryam Bregman y alguna otra figura que salga fortalecida de las elecciones bonaerenses.
Como toda lista, es arbitraria e incompleta, pero pretende dar un panorama general del recambio, si se hiciera, de una Argentina casi apocalíptica, en la que todavía nos falta bastante fuego, hambruna y ávidas langostas que transcurrir.
Apocalipsis con “A” de Argentina de inmensa deuda externa, Argentina post COVID, post sequía, post Ucrania, post altísima inflación.
Quienes vengan, deberán consensuar no sólo con los opositores sino con un electorado disgustado por justas razones y cuyo enojo -sentimiento tan vecino a las decisiones estúpidas- nos puede deparar que Javier Milei imponga el autoritarismo de su libertad extrema y su falta de solidaridad y empatía, encarnado en una lectura popular errónea de representar a la antipolítica, en una especie de voto suicida que deje a las clases más populares sin salud, sin educación, sin indemnización; con derechos abolidos -después de tantas luchas- pero con miserables dólares en sus bolsillos, más pobres que nunca.
La mezquindad de la política puede también llevar a Milei -y a su hermana- al poder en Argentina, recogiendo los retazos que dejen esos protagonistas de la política que sean incapaces de consensos mínimos en defensa del sistema democrático, ansiosos de subirse a las consignas de Milei como si fueran su versión edulcorada y demagógica, para ver si captan el voto esquivo.
El recambio generacional -sospecho- viene manchado de ciertas mañas que generan resistencia en el votante. Son nuevos dirigentes, que estarán naciendo viejos si no son capaces de construir un espacio que vea e interprete la nueva realidad argentina, latinoamericana y mundial; la consolidación del multilateralismo internacional a la hora del comercio y de la diplomacia; los miedos desprendidos de la pandemia y de la guerra y sus nacionalismos extremos posteriores. Decía Fito Páez respecto del orden político que “No hay que hacer una canción sin armonías ni melodías”. En ello, la libertad absoluta y sin matices se parece demasiado a la anarquía.
Ya todos sabemos que lo que viene es aún más doloroso que lo que transitamos. Lo que falta definir es quién pagará la cuenta de la cena.
En la historia reciente, lo viene haciendo el mozo, a quien siquiera invitaron a sentarse a compartir la abundancia, pero seguramente invitarán a compartir la escasez.