Transcurriendo el último año de la actual gestión del gobierno nacional, la mayoría de los argentinos no avizora un horizonte claro, luego de haber votado en 2019 un cambio respecto de las políticas que llevaba adelante el equipo de gobierno encabezado por Mauricio Macri, quien prometió mucho y cumplió poco y, más bien, complicó el panorama.
Por Pablo Borla
Es así como en el periodo 2015-2019 se observó una fuerte brecha entre las osadas afirmaciones de Macri en 2014, como el sentenciar que la inflación "es un tema simple de resolver" y la realidad fue una sucesión de desaciertos, que dejaron no solo inflación y pobreza elevadas, sino un fortísimo incremento de la deuda externa.
Y con todo ello, una nueva decepción para millones de argentinos que volvieron a apostar, en medio de la grieta, por los exgobernantes, con una figura que aparecía como de perfil moderado -Alberto Fernández- y la sombra de la lideresa designante, por detrás.
Tres años después, pandemia, guerra, incendios y sequías mediante, algunos números positivos existen, pero son escasos y puntuales y la inflación, ese monstruo que devora los salarios, que obstaculiza las inversiones y que nos remite a tiempos angustiosos que ya debiéramos haber superado, está en la realidad cotidiana de los argentinos.
Recientemente el presidente Fernández, en una entrevista concedida a un medio de Brasil, dijo que “Gran parte de la inflación es autoconstruida, está en la cabeza de la gente; la gente ve en el diario que va a subir el combustible y entonces empieza a aumentar por las dudas”.
La afirmación cayó muy mal y fue blanco de críticas, no solo de la oposición -que de cualquier golondrina hace un verano- sino de muchos particulares, que se expresaron en las redes sociales y en las mesas de café. Ciertamente, tiene algo de razón en lo que dice. El problema es quién lo dice: justamente el hombre al que los votantes le confiaron la misión de bajar el índice inflacionario y, hasta ahora, viene fracasando con todo éxito.
Estos desaciertos comunicacionales caen muy mal en el ánimo de la población, que los siente como una cachetada, cuando no una burla. Como si Fernández -quien seguramente no tuvo esa intención- nos estuviera endilgando a los argentinos y a nuestros hábitos la culpa del fenómeno inflacionario, que tiene facetas muy complejas y solo una de ellas es la defensa que un consumidor o un vendedor intentan, frente a la falta de confianza y la sobra de malas experiencias.
Pues ¿Cómo se le pide a un argentino promedio que no compre dólares, que no aumente precios, que no saque sus ahorros del sistema bancario, que no compre un bien antes de que su dinero valga menos? Si ya pasamos por Rodrigazos, desagios, Plan Bonex, Convertibilidad, Efecto Tequila, defaults reiterados, la crisis financiera de 2008 y el posterior colapso del mercado inmobiliario de Estados Unidos, la burbuja de las puntocom, el COVID-19, la guerra y un interminable etcétera, todo ello con gobiernos de facto, radicales, peronistas, aliancistas, kirchneristas, macristas….
Como decía la canción del tradicional programa de premios estudiantiles “Cada domingo, renace la esperanza…”, pero cada vez menos. Y en ello, hay un aire de resignación ciudadana, que busca salidas individuales, en la convicción de que esté quien esté, no estaremos bien.
Porque no están gustando mucho los que están, hay una posibilidad de que regresen los que nos dejaron pésimamente mal la última vez -volviendo con aire inaugural, como libres de pecado- o pueden asumir aventuremos extremos, reyes del “sálvese quien pueda, que el dios Mercado lo equilibra todo”. Y que a poco están de proponernos vender órganos en el COFRUTHOS.
Y en medio de todo eso, la interna oficialista que distrae a los funcionarios de lo importante: gobernar. Porque seguimos esperando consensos que no llegan.
Hay expectativas de que la inflación baje, pero no hay horizontes claros aún.
Uno quiere ser optimista, se lo juro. Pero la realidad no te la hace fácil.