Cuando buscamos la definición de la palabra terrorismo, nos encontramos con que es una “Forma violenta de lucha política, mediante la cual se persigue la destrucción del orden establecido o la creación de un clima de terror e inseguridad susceptible de intimidar a los adversarios o a la población en general”.
Por Pablo Borla
La memoria de los argentinos nos remite, con esta palabra trágica, a las épocas oscuras de la última dictadura cívico militar, que ejerció el terrorismo de Estado y al otro, que practicaban organizaciones como Montoneros o el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP).
También, por supuesto, a quienes organizaron y ejecutaron los terribles atentados a la embajada de Israel, a la AMIA o a las torres del World Trade Center en Nueva York.
Pero esta forma de violencia no es la única manera de hacerlo. La modernidad ha incorporado otras, como el incentivo del desequilibrio financiero, con la influencia de grandes capitales y de algunos medios de comunicación de gran alcance, que colaboran para desestabilizar gobiernos que no apoyan a sus intereses, con títulos catástrofe y noticias falsas, entre otras maniobras.
No es paranoia ni exageración sino un simple análisis de la realidad, porque todo está a la vista. Son organizaciones tan poderosas que ni siquiera se esmeran demasiado en ocultar sus movimientos ni sus intenciones.
En la Argentina actual, colabora con el accionar de este tipo de terrorismo un gobierno que sucumbe en aras de su propia interna, que lo debilita en su capacidad de enfrentar la crisis general y se convierte en un colaborador involuntario de los desestabilizadores, a través de lo que en tenis se conoce como “errores no forzados”: declaraciones inadecuadas e inoportunas; comunicación ineficiente y medidas que no anticipan los ataques, sino que reaccionan ante ellos.
Porque quienes ya transcurrimos varias décadas de vida en este país amado, gozado y padecido en forma simultánea; a esta película ya la vimos un par de veces. Son remakes, no estrenos y en algunos casos, sus protagonistas son los mismos. Y son los que vienen a decirnos, con aire inaugural, como hacer las cosas. Ellos y ellas, que arruinaron el país con su participación estelar en gobiernos anteriores; los que provocaron crisis o las profundizaron.
Los ganadores de estas situaciones tan dolorosas, son siempre los mismos y los conocemos. Se visten con el disfraz de políticos salvadores, de empresarios injustamente vapuleados, de economistas proféticos, de agricultores patriotas y de periodistas objetivos. No son todos, por supuesto, pero su influencia y poder es grande.
También, se reiteran las víctimas de las crisis: una clase media estancada, que conserva el espíritu y el nombre, pero no la fuerza y capacidad de progreso de la clase media histórica nacional. Y, por supuesto, los obreros, los trabajadores, que encuentran cada vez más difícil lograr un ascenso de estamento social y que encima son vapuleados como meros parásitos que cobran subsidios, en una serie de frases hechas que circulan y con las que los verdaderos promotores de crisis se sacan el sayo para ponérselo a otro.
La suba impresionante e injustificada del dólar es manejada por relativamente pocos tenedores de fondos especulativos e incrementada por la incapacidad oficial de enfrentarlos con una firmeza de la que carece. La interna le dejó las defensas bajas y las llamadas “cuevas”, lo aprovechan.
Algunas cadenas de supermercados acaparan productos en sus depósitos provocando subas y desabastecimientos y todos remarcan por las dudas, porque ya hay malas experiencias previas.
La oposición se lava las manos -como si no tuviera nada que ver con la deuda y la decadencia- y agranda el terror y la incertidumbre con declaraciones como las de la presidenta del PRO, Patricia Bullrich, quien de terrorismo algo sabe, tal como muestran sus antecedentes juveniles.
Bullrich dijo que tiene un plan para las elecciones 2023 y reconoció: “Yo me quiero hacer cargo ya de la gente”.
No ocultan su plan de adelantar las elecciones. Quieren volver al poder. Son los mismos que endeudaron; que en campaña prometieron Pobreza Cero y crearon más de tres millones de nuevos pobres, más de un millón de nuevos indigentes y sumieron en la pobreza a más del 35% de los argentinos.
Mientras tanto, frutilla del postre, el carapintada Aldo Rico llama a sus camaradas a “organizarnos” porque “cuando la Patria está en peligro todo es lícito, menos dejarla desaparecer", el diputado Espert amenaza con un juicio político al presidente y Juan Grabois anticipa que puede haber saqueos, cuando claramente el clima social no avala esa alerta, que tiene ganas de convertirse en una profecía autocumplida. Y parte del Frente gobernante, desestabiliza y condiciona, cada vez que puede, a un presidente sin poder territorial.
Mientras tanto, el grupo musical Coldplay agota 10 funciones en estadios llenos y, según el Observatorio Argentino de Turismo, los niveles de ocupación y reservas muestran subas de un 15% en promedio, con respecto a la prepandemia.
Crisis más política que económica en un país bipolar. Se podrá decir que se gasta para que no se desvalorice. Yo diré que, en las dificultades profundas, no se vacaciona ni se va a recitales. Si te sobran unos pesos, se gastan en productos esenciales o no perecederos.
No le quiero bajar el precio a la dramática situación actual; a la pobreza y a la incapacidad del Gobierno para dar soluciones inmediatas. Pero sepamos que hay gente y empresas muy poderosas, que ganan mucho con ella.
El periodista Fernando Borroni dijo, en una editorial de su programa, que "Cuando en una crisis económica existen unos pocos que aumentan sus fortunas, más que una crisis es una estafa".
A río revuelto, ganancia de pescadores.