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Margaret Mead fue una antropóloga estadounidense, nacida a principios del siglo pasado, que cuestionó la visión sexista y biologicista que prevalecía en las ciencias sociales. Mead expresó en 1935, una idea revolucionaria: los papeles y las conductas sexuales varían según los contextos socioculturales. Fue precursora en la utilización del concepto de «género», muy utilizado luego en los estudios feministas.

Por Pablo Borla

Desde no hace mucho tiempo, circula en las redes sociales una anécdota sobre ella, según la cual un estudiante le preguntó cuál consideraba que fue el primer signo de civilización de la Humanidad.

Lo esperable era que contestara que fue el uso del fuego, la rueda o el anzuelo, pero Mead dijo que fue un fémur que alguien se fracturó y luego sanó.

La antropóloga explicó que, en el reino animal, si te rompés una pierna, seguramente morirás porque no podés cazar, huir o conseguir agua, por lo que te volvés una presa fácil de los depredadores más fuertes y sanos. Entonces, ningún animal con una pata fracturada sobrevive el tiempo suficiente para que el hueso llegue a soldarse.

De allí que el encontrar los restos de un fémur quebrado de una persona que se curó, es una muestra de que otra se quedó con ella, lo vendó e inmovilizó la fractura. O sea, fue solidaria y la cuidó.

No fue casual que esta anécdota -que ya tiene bastantes años- resurgiera durante la peor época de la pandemia de COVID-19, cuando la gran mayoría de la Humanidad se sintió bastante en peligro y, sobre todo, indefensa.

En ese tipo de circunstancias surge lo más básico del ser humano: el instinto de supervivencia.

De hecho, si hacemos memoria, ni bien comenzaron las restricciones del movimiento propias del aislamiento, mucha gente corrió a proveerse de más artículos básicos de los que realmente necesitaba.

Pero, una vez pasados los primeros meses, aún sin vacunas disponibles, comenzamos a ver muestras de solidaridad.

Y aún en medio de la negación, de la ira, de la depresión -como si se tratase de etapas de un duelo por la libertad perdida- surgió la esperanza de que algo cambie, de que al tomar conciencia de formar parte de un único gran organismo -la Humanidad-, se rompiesen barreras y los seres humanos nos acerquemos, en la conciencia de que la única manera de salvarnos, es hacerlo juntos.

Aristóteles caracterizó al ser humano como un animal social, lo que se reafirma evaluando la evolución de la especie en la historia. El ser humano siempre formó comunidades.

Sé que, viendo cómo va el mundo; como salimos de una y nos metemos en otra, parece difícil siquiera imaginarlo.

Pero creo que hay pocas cosas más interesantes que perseguir una utopía.

No se cumplirá, quizás, pero en el camino podemos construir algo valioso entre todos.

Algo que valga la pena.

No crecemos en solitario. Y menos ahora, en que todo en el mundo está tan vinculado.

El Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados surgió después de la Segunda Guerra Mundial. Afirma en su página web que “Vivimos un doble proceso, por el cual los estados-nación van cediendo su soberanía a estructuras internacionales como la Unión Europea, la ONU u otro tipo de entidades multinacionales” y mientras tanto, se está produciendo un retorno a las comunidades de base y a la recuperación de culturas regionales como reacción a este proceso de globalización, como un reflejo de la histórica tendencia del ser humano, como ser social, a progresar y sobrevivir en comunidades de iguales.

Ese es el camino. Juntos, encontrando coincidencias y trabajando en solidaridad.

A veces es cuestión de perspectiva. Dicen los astronautas que cuando miran a la Tierra desde el espacio, se sienten ciudadanos del mundo, de un único mundo.

Si nuestra dirigencia no lo entiende, será desplazada como parte de un pasado que no funciona.

Chile lo está demostrando luego de años de dolor y ahora se le abre una puerta con oportunidades para ello.

El primer fémur curado era una señal de que, en un momento, algo cambió en la Humanidad y dejamos de ser desconocidos para ser pares.

En ello, debemos cuidar a los desafortunados o a los más débiles. Y construir más coincidencias que nos acerquen y no más diferencias -muchas sin mayor contenido- que nos alejen.

Ése es el desafío, hoy.