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El conflicto entre Rusia y Ucrania se ha globalizado, como tantas otras cuestiones en el mundo contemporáneo. Y con él, los intereses multilaterales, las mutuas influencias y dependencias, el comercio internacional y las comunicaciones que mantienen vinculado a un sistema financiero en el que Oriente estornuda y Occidente se resfría doce horas después. Y surgen los daños colaterales, que no son equivalentes a la terrible realidad de la guerra, pero también tienen sus víctimas.

Por Pablo Borla

Los denominados “daños colaterales”, en la jerga militar, se refieren a aquellos perjuicios -normalmente vidas humanas- ocasionados de manera indirecta por una acción militar. Es como una manera de intentar nombrar lo innombrable, de explicarle a una viuda que su esposo, que no tenía nada que ver, falleció porque tuvo la mala suerte de estar en el momento y tiempo equivocados, pero que no era intención del ataque que el pobre hombre falleciera.

El influyente pensador polaco, el sociólogo Zygmunt Bauman -muy conocido por su concepto de “Modernidad líquida”- publicó allá por 2011 un libro denominado “Daños colaterales”, adaptando el concepto militar hacia el campo del análisis social, en donde se magnifica. Si en lo militar, los daños colaterales implican de por sí un concepto de desigualdad de oportunidades en ataque y defensa, en la sociedad actual los pobres y marginados son privados de oportunidades y derechos. Son el blanco perfecto para transformarse en un daño colateral del predominio de medidas económicas y políticas que tienen como principal y casi excluyente objetivo al consumo.

Y, por supuesto, el Poder. Así, con mayúsculas.

Las sanciones por parte de países alineados a la OTAN -a la que Ucrania no pertenece- crean incertidumbre sobre las perspectivas de inflación y de crecimiento de la economía en el mundo, tras la incipiente pero constante recuperación postpandemia, ya que tanto Rusia como Ucrania son claves en el suministro de materias primas estratégicas.

Por ejemplo, el petróleo y el gas. El barril Brent, de referencia en Europa, se encareció más del 5%, superando los 100 dólares, nivel que no se alcanzaba desde hace más de siete años y que no es su techo si el conflicto se prolonga. El precio de referencia del gas natural subió casi un 10%.

Por otra parte, Rusia es el cuarto exportador mundial de granos. Luego del anuncio de Putin acerca del comienzo de las hostilidades, el mercado internacional de la soja, el trigo y el maíz tuvo una fuerte suba de precios.

En cuanto a los daños colaterales en Argentina, subió el índice Riesgo País y cayó la cotización de las acciones de empresas nacionales, salvo honrosas excepciones, pero esto está supeditado a la contundencia o no con que reaccionen EE.UU. y sus aliados frente al conflicto y la incertidumbre que se genere.

A fines de 2021, una nutrida delegación de empresas rusas, incluido el Fondo Ruso de Inversión Directa de la Federación de Rusia, visitó Argentina para analizar posibilidades de inversiones y cooperación económica y comercial.

Recientemente, en el viaje del presidente Alberto Fernández a Rusia, en donde se reunió a solas con su par Vladimir Putin, se mencionó el avance en las negociaciones para una mayor participación rusa en el suministro de trenes eléctricos y en inversiones en diferentes sectores estratégicos para nuestra economía, lo que ahora ingresa a un estado de incertidumbre por la situación actual.

La diplomacia del gobierno de Fernández se ha definido por acoplarse al multilateralismo comercial y habrá que ver aún si la situación bélica complica las negociaciones con el Fondo Monetario Internacional, del cual Estados Unidos es el principal socio.

La suba del precio del barril de petróleo y la falta de gas -Argentina aún importa una fuerte cantidad y el invierno se acerca- pone trabas a los objetivos de reducción de subsidios energéticos exigida por el FMI, si bien nuestro país puede aprovechar el mayor precio para incrementar sus ingresos por exportaciones.

Lo negativo de esta situación es que también se incrementará el precio interno del gas y la nafta, con su impacto directo en la inflación.

La suba en el precio de los granos -la soja superó los u$s600- implicaría un ingreso de divisas extraordinario por la liquidación del campo, pero esto no fortalecerá las reservas del BCRA si se tienen que aumentar los subsidios por la suba del precio de los combustibles. Y al mismo tiempo también puede provocar la suba en los precios locales.

Rusia, China y la OTAN juegan al TEG pretextando cuestiones humanitarias, cuando todos sabemos que los motivos son de orden económico y geopolítico.

Mientras tanto el resto del mundo, y más aún los de la periferia del desarrollo, somos espectadores impotentes, viendo como esquivar ser víctimas de los daños colaterales.