Por Pablo Borla
El anuncio realizado el 28 de enero por el presidente Alberto Fernández dejó en un mutismo desorientado a la oposición, que sólo atinó a dar respuestas de ocasión. Y es que el acuerdo alcanzado por el Gobierno Nacional con el Fondo Monetario Internacional (FMI) sorprendió a propios y extraños. Existía, por cierto, un alto grado de escepticismo respecto de lograrlo.
Pero también los problemas del oficialismo se han agravado con el acuerdo. Varias de las objeciones que se hicieron a sus términos vinieron por parte de los sectores más duros de la alianza gobernante.
Uno de los primeros en exponer su posición fue Claudio Lozano, miembro del directorio del Banco de la Nación Argentina, para quien “El acuerdo garantiza impunidad” y “legitima el crédito tomado por el macrismo”.
Pero, para el presidente del Banco Central de la República Argentina (BCRA), Miguel Pesce, “Se evitó un precipicio cambiario” que venía siendo evidente por el crecimiento de la desconfianza y las fuerzas especulativas que empujan al dólar “libre” a una peligrosa brecha con la cotización oficial.
Julio Alak, ministro de Justicia y Derechos Humanos de Buenos Aires, citó a John Adams, quien fuera presidente de los EE.UU. a principios del siglo XIX: “A un pueblo se lo domina con la espada o con la deuda”.
El batacazo lo dio el diputado Máximo Kirchner, renunciando a la presidencia del bloque oficial: "Esta decisión nace de no compartir la estrategia utilizada y mucho menos los resultados obtenidos en la negociación con el Fondo Monetario Internacional (FMI), llevada adelante exclusivamente por el gabinete económico y el grupo negociador que responde y cuenta con la absoluta confianza del presidente de la Nación, a quien nunca dejé de decirle mi visión para no llegar a este resultado", justificó, y aclaró que "Permaneceré dentro del bloque para facilitar la tarea del presidente y su entorno”. Verbigracia “No saco los pies del plato”.
Fernández contó que Máximo le había revelado que "Cristina Kirchner no estaba de acuerdo con su renuncia", pero lo cierto es que Máximo es CFK y si ella no hace declaraciones contrarias puede deducirse que es por una decisión de mantener la gobernabilidad.
Sucede que dentro del Frente de Todos, se está comenzando a definir el liderazgo de los diferentes sectores que lo componen. Algunos responden a un fundamentalismo “nestorista” -que cuestionan y critican a Cristina y a Alberto, como Alicia Castro o Guillermo Moreno-; uno “cristinista”, que reconoce el liderazgo de la expresidenta, pero sabe que debe posicionar a potenciales sucesores como Máximo o Kiciloff; los gobernadores de orientación peronista pero no forzosamente alineados al FdT, en permanente equilibrio porque necesitan de los recursos de la Casa Rosada y que están viendo aún cómo y con quienes jugarán políticamente; el “massismo”, expectante pero sin suficientes fuerzas propias; los radicales aliados -que no definen nada por ser muy pocos- y, por supuesto, el “albertismo”, que sueña con repetir mandato, pero que no se anima aún a jugar con suficiente fuerza y dar la pelea interna.
En este último sentido, ya son demasiadas las veces en que Fernández salió a declarar que CFK tiene “matices diferentes” pero que el presidente es él y, por supuesto, si estuviera tan claro, no habría necesidad de reafirmarlo.
La semana pasada Fernández se reunió con el presidente ruso Vladimir Putin, en pleno conflicto por la situación en Ucrania, y declaró que “Yo estoy empecinado en que Argentina tiene que dejar esa dependencia tan grande que tiene con el Fondo y con Estados Unidos. Y tiene que abrirse camino hacia otros lados. Y ahí es donde me parece que Rusia tiene un lugar muy importante”.
Esto puede ser evaluado como inoportuno por parecer una bravuconada hacia el principal socio del Fondo Monetario Internacional en medio de las negociaciones de la deuda, pero se asemeja más bien a un mensaje conciliatorio hacia el sector mayoritario del Frente oficialista.
La oposición tiene también su fuerte interna de halcones, palomas, radicales y lilistas pero, aparentemente, no tendría mayores problemas en llevar a cabo elecciones internas, lo que en el caso del oficialismo se aprecia como más complicado y propenso a la ruptura.
Las cartas están sobre la mesa.
El Ministerio de Economía detalló que se logró llegar a la confección de un Programa de Facilidades Extendidas que establece para cada reembolso un período de repago de 10 años, con 4 años y medio de gracia. Se comprometió a que evitaría un salto cambiario, se protegería a los programas focalizados en la inclusión social, se sostendrían las políticas para el desarrollo y que no habría desinversión en el Ministerio de Infraestructura, Ciencia y Tecnología. También está en el Acuerdo un crecimiento de las reservas internacionales, pero no dio precisiones de cómo se logrará esto.
Fernández y su equipo optaron por ser pragmáticos, sabiendo que los caminos del default que se recorrieron en su momento fueron aún más dolorosos y que Argentina no se muestra políticamente sólida como para presentar un frente consolidado de discusión al FMI.
Una comunicación deficiente complica la tarea electoral al equipo de Fernández. Una encuesta difundida por Ámbito Financiero reveló que el 40% de los argentinos ignora que la deuda con el FMI la contrajo el gobierno de Mauricio Macri y en los dos segmentos de mayor instrucción educativa, casi un 30% dijo lo mismo.
Es cierto también que los culpables del endeudamiento -tanto del gobierno macrista como del FMI entonces liderado por Christine Lagarde- están impunes, cuando debieran haberse hecho responsables de sus actos y decisiones.
Los términos originales del arreglo con el gobierno de Macri eran impagables. Lo sabían en el FMI y por supuesto también Macri y su equipo económico.
En una entrevista concedida hacia noviembre del año pasado a la cadena CNN, Macri afirmó que "La plata del FMI, (…), la usamos para pagar a los bancos comerciales que se querían ir porque tenían miedo de que volviera el kirchnerismo", desmintiendo a su ex ministro Lacunza, quien había dicho que “se usó para pagar deudas anteriores”.
De esta manera confirmó, sin un atisbo de vergüenza, que el dinero se utilizó para financiar la fuga de capitales y hoy, con la cara tan dura como el diamante, pretende aún dar cátedras del buen gobernar, mientras sigue sin explicar fehacientemente por qué tamaña cantidad de dinero recibido terminó en las Mesas de Dinero, cuando no en los paraísos fiscales.
Por cierto, en cualquier lado menos en el bolsillo de (la mayoría) de los argentinos.