Por Natalia Aguiar
En años electorales se muestra la hilacha, pero lo que percibe la gente, incluso pandemia mediante, resulta inaudito. No se podría caer más bajo pues.
Una vez que a golpe de decreto, Alberto Fernández decide restringir horarios de actividades y suspender las clases presenciales en la provincia de Buenos Aires y en CABA, es decir capital federal, la oposición salió a golpe de garrote contra el presidente. Le dijeron de todo. Y es que estamos en un año electoral, y como en la guerra y en el amor… vale todo.
La oposición deja mucho que desear, porque cuando estuvieron al frente del timón nos ahogaron, también. Así que fácil resulta hablar y criticar sin hacer el mea culpa del tendal que dejaron y del tendal que recibieron para administrar. Vicioso el círculo.
Ahora bien, Alberto está comprando todos los números de la lotería. Parece que gobierna a los manotazos, sin proyectos concretos y encima vulnera la Constitución a piacere. Le da letra y letra a la oposición con causa. Alberto parece agotado, abrumado, sobrepasado y no es para menos, entre tires y aflojes, en plena segunda ola del Civid-19. Es cierto que resulta difícil conseguir vacunas, porque lo vemos en otros países limítrofes, pero esa es la función del Ejecutivo, conseguirlas. Ejecutar y ejecutar a cómo dé lugar.
Lo que no está claro es si ésta última medida restrictivas en provincia de Buenos Aires y CABA, la tomó Alberto Fernández, Cristina Fernández, o Axel Kicillof, o bien Alberto simplemente acató y procedió.
El tema es que la emergencia sanitaria no habilita a hacerse el guapo y emitir decretos, sin consultar a nadie, y que vulneren la autonomía de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Un logro de la última reforma constitucional de 1994. Justamente, autónoma y autárquica, al igual que el resto de las provincias. Dicho sea de paso, que el presidente le dio vía libre al resto de los gobernadores para decidir sobre sus restricciones.
Esto es sin lugar a dudas un pleito político-electoral, pero en el medio de éste escenario, la gente a la espera de sus vacunas, familiares que mueren y un tendal de consecuencias físicas de los que ya contrajeron el coronavirus y pudieron contarla, se desarrolla impune.
Con éstas actitudes autoritarias, Alberto ha generado un conflicto institucional sin precedentes, y por segunda vez en meses, la Corte Suprema debe intervenir para resolver conculcaciones de derechos y garantías constitucionales a la ciudad de Buenos Aires por parte del Ejecutivo nacional. La primera, cuando le sacaron puntos de la Coparticipación federal. En vez de sumar, resta. Las chicanas políticas alejan a la gente de sus políticos, no les generan confianza y ya empiezan a mirar de reojo.
Golondrina no hace verano
Hay una realidad y es que desde hace décadas, los 35 hospitales porteños reciben pacientes “golondrinas”. Así se los llama a los que desde las diversas provincias, y países limítrofes acuden a ser atendidos a éstos centros hospitalarios de la capital federal. La cruda realidad del federalismo difuso, es que la mayor cantidad de pacientes golondrinas que reciben los hospitales porteños, son de la provincia de Buenos Aires, por la lógica cercanía. Eso, muchas veces hizo repensar el sistema sanitario porteño, que por la demanda no da abasto. Más en estas circunstancias de pandemia en la que si bien fueron adaptados, no hay capacidad que aguante ante una segunda y tercer ola, como la que viven en Europa.
Desde lo técnico jurídico, no se entiende lo que ha querido hacer Alberto con el último decretazo, pero desde lo político le hizo un guiño a Axel Kicillof, quien mantiene el discurso de que CABA es el foco distribuidor de contagios. Sin considerar que la mayor población de provincia reside en el conurbano, pero trabaja en la capital, y es ese ida y vuelta en los pésimos transportes públicos lo que contagia sin parar. Pero además, la situación económica, coloca a la población en la disyuntiva de salir a trabajar para sobrevivir, o resguardarse para evitar el contagio. Los hechos hablan por sí…
Pero a Alberto le saltó la térmica, porque nada justifica la intervención de la policía federal, prefectura e incluso el ejército para controlar que los porteños y bonaerenses cumplan las restricciones. Mientras, el resto de las provincias podrán tomar sus propias decisiones, e incluso muchas de ellas, administradas por el peronismo, seguirán con clases presenciales y no aplicarán restricciones, ni límites de horario para salidas o reuniones grupales. Federalismo al revés, o venganza federal.
No sos vos, soy yo
Alberto está atravesado por las decisiones de Cristina y los caprichos de Axel, y así divide en vez de aunar esfuerzos sociales. Cada vez más se evidencia que no controla nada. Actúa casi a los manotazos, improvisando a su paso y bajo coacción cristinista. Alberto ha perdido las riendas y ante su propia falta de autoridad, sacó la policía y la milicia a las calles. Groso error, más para un profesor de derecho que debe resguardar la Constitución, defenderla a capa y espada.
Volver a las clases presenciales había sido un logro de los padres, alumnos y del ministro Nicolás Trotta, que tras éste decretazo, quedó desdibujado como el mismísimo Alberto. Una pintura al óleo.
El encierro y la pandemia hicieron muy mal a toda la sociedad y a su economía, pero afectó a dos sectores vulnerables, los niños y los ancianos. Y eso no se puede desconocer, ni utilizar para pleitos políticos.
El ejercicio de la Democracia es el arte de convivir entre las diferencias, retroalimentarse, crecer, advertir errores, repararlos, que los líderes de las diversas fuerzas convoquen al diálogo, al consenso y mucho más en una situación de crisis, como la que vive el mundo entero. Escuchar, discentir, no bardear o hacerse el capanga, policía en calle.
La política atraviesa a la sociedad toda, tal como lo sostenían los antiguos griegos, la política es todo lo atinente a la “polis”, ciudades estado independientes de la antigua Grecia. Pero los políticos argentinos distan mucho de ser defensores de la democracia y guardianes de las “polis”, por el contrario, tratan de sacar leña del árbol caído en vez de sembrar , conciliar y consensuar.
Tanto de un lado, como del otro, echarle la culpa al anterior, o a la oposición, o al oficialismo, no construye, destruye la confianza de la gente y separa. Todo lo contrario a lo que los argentinos demandan. No hay aún, políticos que adviertan que la violencia institucional erosiona, genera desconfianza, desazón y angustia. No han surgido aún políticos o líderes que apuesten a propuestas superadoras con miras a analizar, estudiar, proyectar a futuro. Alberto, póngase de pie. Oposición, con altura. El atado con alambre, los golpes de decreto, las chicanas y acusaciones mutuas, nos llevarán al abismo institucional y social.