Gobierno de Salta
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09 05 hessEl ejercicio de comparación entre los tres principales contendientes por la presidencia se torna de rigor periodístico en cuanto a las propuestas económicas: todos son muy claros, no necesitan ser interpretados. El ministro actual, el fan del marginalismo y los marginalistas moderados.

Por Franco Hessling

A través de la observación de ciertos aspectos del escenario nacional de disputa por la presidencia, concluyamos con una comparación sobre aspectos económicos sobresalientes de los programas de gobierno de las tres principales corrientes: Juntos por el cambio, Libertad avanza y Unidos por la Patria, Patricia Bullrich, Javier Gerardo Milei y Sergio Tomás Massa, respectivamente.

Hay una enorme ventaja para trazar ese ejercicio desde un punto de vista periodístico. Los candidatos expresan suma claridad sobre sus planteos económicos, no hay mucho que interpretar ni develar, los planteos son diáfanos y pletóricos en todos los casos: la candidata que ya presentó a su ministro de economía, el paladín de la dolarización y el cierre del Banco Central y el actual ministro de Economía.

Como ya se han dedicado columnas específicas detallando los aspectos del pensamiento económico neoclásico o marginalismo, de origen vienés y positivista que tanto insufla las idolatrías de Milei, empecemos por las otras variantes: el intervencionismo estatal con gasto público en inclusión, también llamado neo-desarrollismo, y el estado ultra-liberal mercantil de especuladores como Melconian, de quien no hay que olvidar que como agente privado fue fondo buitre acreedor inclaudicable del estado argentino.

El modelo neodesarrollista del peronismo lo forjaron los Kirchner con el boom de los commodities, algo que está lejos de ocurrir en estos momentos, con precios mucho más dosificados de los bienes primarios -no sé por qué lo pluralizo si es sólo la soja- que Argentina agroexporta. Salvo por el tabaco, los limones y algún que otro producto primario más, en el país el único commodity -bien primario con precio internacional- es la soja.

Para redistribuir los ingresos primero hay que recaudar. Entonces, el problema de la deuda con el FMI, el precio internacional de los bienes competitivos argentinos y el enmarcamiento extractivista para los recursos minerales se convierte en un escenario que angosta el camino: no hay más opción que ajustar en tarifas de servicios públicos, aumentar impuestos y resignarse a que el mercado castigue con una hiperinflación galopante. En la actualidad se palpan los prolegómenos de ese camino neo-desarrollista.

Melconian y su equipo de liberales mercantiles, por doctrina están en la misma vereda que los marginalistas. De hecho, las diferencias están en las formas de enunciarlo, menos vociferantes y con pretensión de racionalidad absoluta, y en las estrategias políticas -con algo más de gradualismo y reuniendo consensos, no sociales sino entre dirigentes-. La Argentina de Bullrich sería con un sistema bimonetario, dicen, es decir, asumiendo como monedas de curso legal tanto al dólar como al peso, algo que ya ocurre en los hechos -sino no habrían tantos tipos de cambio paralelos-.

La experiencia ecuatoriana fue catastrófica en ese sentido. La cubana igual. Por sólo mencionar dos experiencias económicas, independientemente de los tintes ideológicos. Los resultados econométricos -la economía en general es sobre todo política- de las economías bimonetarias suelen ser transicionales hasta una cesión definitiva a los imperios de la moneda más fuerte, en este caso, sobra decirlo, en favor del dólar. Como ya se ha dicho, el horizonte es idéntico al de Milei: la dolarización de la economía.

Así, en términos económicos, efectivamente entre las tres fuerzas hay dos modelos en disputa y un único camino posible: el ajuste, la retracción, el congelamiento del mercado interno y la incontenible licuación del poder adquisitivo de las unidades económicas familiares. El tema es que en qué parte del cuerpo queremos pegarnos el propio tiro: en el pie, en el estómago o en la cabeza. En otros términos, con posibilidad de salvarnos la vida, con una agonía lenta y un ápice de ilusión de salvarnos o con la certeza de querer suicidarnos.