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Por Franco Hessling
¿Y si asumiéramos que uno de los problemas centrales de la sociedad actual es la intranquilidad? Antes bien deberíamos preguntarnos: ¿qué es la tranquilidad? ¿Cómo se consigue? ¿Tiene que ver con uno mismo o con lo que nos rodea? ¿Está vinculada a la seguridad? ¿Se contrasta con el estrés?

La tranquilidad no estuvo entre los elementos que discutieron los teóricos políticos clásicos del pensamiento moderno, como Hobbes, Locke, Montesquieu o Rosseau, quienes estuvieron más abocados a fundamentar en torno a la igualdad, la libertad y la individualidad. De ese modo, signaron la trayectoria de la racionalidad moderna y quizá por eso hoy la ciencia sólo se ocupe de la tranquilidad como un asunto de seguridad, sea interior o sea pública.

Si se buscan referencias teóricas sobre la tranquilidad que se alejen de la seguridad hay que remontarse a la filosofía antigua, tanto helénica como romana, en especial entre los estoicos, aunque algunas reseñas incluyen en el asunto también a ciertos cínicos. Desde Diógenes hasta Epicteto, pasando por Séneca, la tranquilidad se puso en diálogo con la libertad y la pasividad ante un destino predeterminado por la divinidad. Ideas, en especial esta última, que antecedieron al catolicismo asceta del medioevo.

Desde un punto de vista marxista sería baladí considerar la tranquilidad desembragada de la realidad material circundante, la cual es perfectamente modificable por la acción humana. No hay imperativos divinos. Diríamos, entonces, que la tranquilidad podría ser puesta en conjunción con la esperanza, con la expectativa, con el fervor por mejorar nuestras condiciones de existencia. Emancipación social para conquistar la tranquilidad.

El alternativismo que reemplaza la lucha contra el capitalismo en su conjunto por el combate a la deriva consumista se conformaría con tomar de Diógenes aquello de constreñir las necesidades para que la libertad sea un dominio al alcance de cada uno mismo. Otra vez, libertad y tranquilidad, tranquilidad y libertad, libertad e individualidad.

Si de mejorar las condiciones de existencia se trata, sin el barniz marxista ni alternativista, la filosofía new age y la mismísima mentalidad neoliberal, ambas de raigambre individualista, bien fomentan la tranquilidad como una búsqueda introspectiva, tan insondable como quimérica. En ese caso, los cultores de esa filosofía bien pueden recoger planteos estoicos como la imperturbabilidad del alma.

Rehuyendo del individualismo y sin recaer otra vez en el marxismo o el alternativismo, habría que asumir que las corrientes personalistas apuntalan muchas de las concepciones psíquicas sobre la tranquilidad. Establecer equilibrio entre lo que los demás esperan de nosotros y lo que nosotros creemos que somos, sin dejar de considerar lo que los otros nos dicen que somos.

Y en ese punto encastran los aportes del existencialismo, con una recurrida cita de Sartre: “Cada hombre es lo que hace con lo que hicieron de él”. Le disculpemos el genérico androcentrista sin dejar de admitir que tanta cantidad de elementos sociales e individuales en la conformación de nuestras subjetividades redunda en que la tranquilidad no sea menos que labor de alquimista.

No perdamos la calma -ni la entendamos como un sinónimo de tranquilidad-, todavía podemos tener anhelos de tranquilidad. No sabemos con exactitud lo que es, pero podemos verla como una utopía. Principalmente para poder redondear este divague con una cita, también trillada, de Galeano: “Avanzo dos pasos y se aleja dos pasos. Avanzo dos pasos más y se vuelve alejar. Para eso sirve la utopía, para avanzar”.