Franco Hessling Herrera
La oprobiosa avanzada genocida del estado israelí en la franja de Gaza sólo puede ser catalogada como una canallada fanática y deshumanizante. Evitemos caer en la desviación sionista de que todo repudio a su masacre es antisemitismo.
“La victimización rara vez humaniza a las víctimas. Ser una víctima no garantiza autoridad moral”, reza un subtítulo del libro “Amor líquido. Acerca de la fragilidad de los vínculos humanos” de Zygmunt Bauman, editado en 2003. Esto viene a cuento de detenerse en lo que es probablemente la mayor masacre de este siglo, con sus más truculentos escenarios, con un nivel de ruindad altisonante y con argumentos soeces como que una intifada como la del 7 de octubre de 2023 fue desencadenante de semejante avanzada genocida.
Las tensiones en Gaza no son nuevas en absoluto, pero lo que viene ocurriendo a manos del sionismo israelí es el rostro más decadente del imperialismo y de la humanidad en su conjunto.
Si las muertes de inocentes, los bombardeos a centros hospitalarios y de refugiados, la inanición a infantes y los ataques a misiones voluntarias que entregan víveres no eran suficiente demostración de la sangría inconmensurable de Israel, en los últimos días se conoció el asesinato a cinco reporteros que cubrían el genocidio al pueblo palestino que se viene perpetrando a paladar de Benjamín Netanyahu y del sionismo militante. Lo novedoso no son las muertes, sí que la avanzada del régimen demuestra sus visos más despóticos al acallar de la forma más lapidaria a quienes muestran aquello que se viene haciendo contra personas inofensivas e inermes.
Suena hasta el cansancio el fundamento de que cualquier crítica a esa lógica del sionismo, tan apoyada por el fanático de Lali Espósito, el presidente Javier Gerardo Milei, se encuadra en antisemitismo. Además de ser distraccionista y maniqueo, ese argumento contrasta con aquello de que “ser [haber sido] víctima no garantiza autoridad moral”. Haber sufrido el holocausto nazi no le da al pueblo judío autoridad moral, ni de ninguna otra clase, para defender, sostener y encubrir un genocidio contra el pueblo palestino y los árabes que están apostados en la franja de Gaza. Y criticar ese infame accionar no tiene nada de antisemita.
De hecho, sobra aclarar que no todo el judaísmo es sionista, y que sólo estos últimos son unos extremistas fanáticos que defienden el estado de Israel a cualquier precio, incluso a costilla de hambrear a niños y bombardear hospitales con bebés recién nacidos. Decir esto y criticar el genocidio sionista para nada pretende solapar la violencia sufrida por los secuestrados por Hamas ni el temor que se infundió cuando aquel 7 de octubre tomaron con la guardia baja la férrea defensa, también xenófoba, del estado comandado por Netanyahu. No caigamos en la remanida muletilla intelectual de la “violencia de los oprimidos” de Fanon.
Sigamos con el libro de Bauman: “En una carta privada en la que objeta mis consideraciones acerca de la posibilidad de cortar la cadena cismogenética que tiende a transformar a las víctimas en victimarios, Antonina Zhelazkova, la intrépida y extremadamente perceptiva etnóloga, escribió: No acepto que las personas sean capaces de resistirse al impulso de matar después de haber sido víctimas. Usted le pide demasiado a la gente común. Es usual que una víctima se convierta en un carnicero. El pobre hombre, así como el pobre espíritu al que uno ha ayudado, llega a odiarnos porque quiere olvidar el pasado, la humillación, el dolor y el hecho de que ha logrado algo con la ayuda de alguien, gracias a la compasión de alguien. Cómo escapar del dolor y de la humillación, lo más natural es lograrlo matando o humillando al ejecutor o al benefactor. O encontrando otra persona más débil para poder derrotarla”.
La violencia por reacción de las personas comunes, en el prisma de Zhelazkova, puede hallar justificación cuando el dolor y la humillación de la violencia recibida ha sido honda. De acuerdo con la etnóloga, es casi una reacción lógica. Sin embargo, Netanyahu no es una persona común y, por lo demás, Hamas y las organizaciones terroristas reúnen militantes que han sido vapuleados desde la más temprana edad por el sofocamiento y la estigmatización sionista. Repitamos: haber sido vícitmas del holocausto no habilita a los judíos a emprender una envestida genocida como la que está en curso. Además, tampoco la crítica a la política imperial del sionismo es necesariamente antisemitismo.
Y, para prevenirnos sobre esa distracción que usa el sionismo para evacuar toda crítica escudándose en antisemitismo, cerremos reivindicando dos expresiones judaicas poco conocidas y que nada tienen que ver con la política del estado sionista. Por una parte, una línea de judíos de medio oriente, los mizrahim, que eran los únicos que habitaban esas tierras en disputa, en proporción muy minoritaria con relación a los pueblos árabes semíticos, y que poco tenían que ver con los judíos sefaradíes y azquenazíes tan renombrados en el mundo occidental. Y, por otra parte, una expresión política y cultural, el bundismo, que se relacionó con el socialismo y que adoptó consignas, enfoques y propuestas diametralmente opuestas al sionismo imperialista.
No es antisemitismo criticar la masacre en Gaza del estado israelí, que quede claro.