Como un remake de la novela de Vargas Llosa, la izquierda salteña se presenta a las próximas elecciones divida en tres ofertas electorales. Sin querer pasar por electoralistas, no está de más empezar a reclamarle a la dirigencia de la izquierda un ápice más de pragmatismo y ambición.
Por Franco Hessling
Nunca más oportuno de decir: párrafo aparte para la izquierda. Las corrientes de izquierda en Salta presentan una configuración tan enrevesada, e incluso ajena a los acuerdos nacionales, por lo tanto, merecen un análisis particular. Por supuesto, es una mirada sobre quienes no tienen bajo ningún punto de vista, ni siquiera un sortilegio, posibilidad alguna de ganar la elección.
Conviene empezar definiendo qué estamos considerando como “izquierda”, dejando claro que eso otro que la politología vernácula llama “centro-izquierda” ya lo asimilamos directamente con lo que entendemos como “progresismo” y que más que ser izquierda es, antes bien, el ala izquierda dentro del peronismo.
Entonces, hablar de izquierda nos remite a todas aquellas fuerzas que se oponen al capitalismo de modo programático, a diferencia del progresismo y la “centro-izquierda”, y que, por lo tanto, no se encuentran dentro del peronismo, ni de ninguna variante del pan-kirchnerismo. Estamos en el espectro del anticapitalismo, eso es lo que llamaremos “izquierda”.
La izquierda en Argentina, ya lo hemos rememorado antes, se ha encontrado paradójicamente apuntalada por la prosciptiva ley electoral que el kirchnerismo estrenó en 2011. En aquel entonces, el piso del 1,5% obligó a esa izquierda acostumbrada a acusar de “electoralista” todo intento sensato de ganar una elección -sin conformarse sólo con participar- se vio obligada a unirse en un, todavía vigente aunque ya fraccionado, Frente de Izquierda y de los Trabajadores (FIT).
Salta es la provincia donde por antonomasia se observa la más reciente disgregación del FIT, que podríamos señalar sin miedo al yerro como la última gran experiencia electoral y también de masas de la izquierda argentina. Sin que lo cuantitativo sea un dato demasiado contundente en este caso, aunque esa izquierda ya tiene algo en común gigante en cuanto a escenario político e histórico -puesto que ninguna es peronista ni progresista-, tiene 3 listas. Todas las cuales bien podrían ser parte un solo FIT.
Por una parte, tenemos al Partido Obrero (PO) histórico, con dirigentes como Claudio del Pla, Gabriela Cerrano y Pablo López, en alianza con un MST en el que hay una dirigencia más renovada, entre la que destaca Andrea Villegas. En segundo lugar, Política Obrera -la fracción del PO que encabezan a nivel nacional Jorge Altamira y Marcelo Ramal- lleva, valga el oxímoron, la vieja juventud del PO en Salta, que supo ser vanguardia: Violeta Gil, Gabriela Jorge y Julio Quintana entre sus nombres conspicuos.
Por último, un ignoto PTS que no logra generar arraigo en la provincia, pese a su estrategia de “abrir” el partido en la provincia, que se inició en 2014, tras el pináculo electoral del FIT en 2013, cuando Pablo López se convirtió en diputado nacional, misma suerte que en Mendoza le tocó a Nicolás del Caño del PTS. El partido de Del Caño y Myriam Bregman no da pie con bola en Salta, una antítesis de lo que ocurre en Jujuy con Alejandro Vilca y Gastón Remy, cada vez más posicionados como dirigentes de referencia. Por supuesto, ninguna de las tres fuerzas tiene chances en las próximas elecciones: la expectativa de máxima, para cualquiera, es obtener alguna banca en algún concejo deliberante.