Por Aldo Duzdevich (*)
En 1945 Perón conformó un poderoso frente nacional, que tenía como base la clase trabajadora organizada, sectores de la pequeña y mediana burguesía industrial, el ejército y la Iglesia Católica. La lucha era contra el imperialismo inglés-norteamericano y sus aliados locales, la oligarquía agro exportadora.
Pero, a partir de los años 50, nació y creció el conflicto entre la Iglesia y el gobierno peronista. Por cierto el enemigo principal no eran los curas y las monjas, pero las usinas de inteligencia golpista se ocuparon de profundizar el caos.
Quienes dieron el golpe fusilador de 1955, no fue la Iglesia. Pero, la oposición encontró en el conflicto con el clero un elemento catalizador. Socialistas y comunistas, radicales y conservadores, oligarcas y embajadores del imperio, se sumaron a las procesiones de fe y cantaron juntos “Cristo o Perón” hermanados en un “todos somos la Iglesia”.
Los buenos inicios de la relación Iglesia-Peronismo
La posibilidad de la alianza entre la Iglesia y el peronismo tuvo como base el amplio arco de coincidencias de sus proyectos de sociedad. Tanto el peronismo como la doctrina social católica se presentaban como posiciones “terceristas” frente al individualismo capitalista y el colectivismo comunista.
En esta relación influyó el nacionalismo católico en muchos casos de un marcado carácter elitista, que en sus inicios apoyó al peronismo.
En diciembre de 1945, el Episcopado dio a conocer, una carta pastoral recordando a los fieles la prohibición de votar a partidos políticos que sostuvieran el divorcio y la separación de la Iglesia y el Estado. La pastoral fue percibida -sin demasiado margen de error- como el veto a la Unión Democrática y el explícito apoyo a la candidatura de Perón.
La religiosidad de Evita
Evita siempre manifestó una profunda fe cristiana. En la Fundación colaboraban con ella 120 religiosas y 62 sacerdotes. Su gira por Europa fue organizada por su amigo y confesor el jesuita Hernán Benitez. En Roma se entrevistó con el Papa Pio XII, y en Paris su anfitrión fue Angello Giusepe Roncalli, quien años más tarde se convertiría en Juan XIII. En sus días en Roma, Evita visitó la sede de los franciscanos y a su Ministro General, Pacifico Perantoni. Allí Perón y Evita fueron designados con el título honorífico de Hermanos de la Primera Orden Franciscana.
Una de las promesas de campaña de Perón hacia la Iglesia, fué sancionar por ley la enseñanza religiosa. Algunos legisladores peronistas se oponían, y es Evita quien toma la tarea de persuadir a sus diputados. En una reunión de docentes (el 15 febrero de 1947) da su primer discurso en público. Allí expresa: «La formación jurídica e institucional de toda nuestra evolución histórica, desde sus orígenes, fue siempre inspirada en los principios eternos del cristianismo, con los cuales hemos orientado toda nuestra vida, en el orden privado y en el orden social. En la escuela de los valores culturales que conforman la grandeza tradicional de nuestra Patria, el signo de la Cruz Católica es el valor eterno por excelencia, bajo cuyo amparo hemos soportado las horas más difíciles de nuestra existencia.”
Pero cuando la jerarquía eclesiástica comenzó a confrontar al gobierno, en su libro póstumo Mi Mensaje, Evita le dedico afiladas criticas a obispos y cardenales: “El clero de los nuevos tiempos, si quiere salvar al mundo de la destrucción espiritual, tiene que convertirse al cristianismo. Empieza por descender al pueblo. Como Cristo, vivir con el pueblo, sufrir con el pueblo, sentir con el pueblo. (…) Yo no comprendo entonces porque, en nombre de la religión y en nombre de Dios, puede predicarse la resignación frente a la injusticia. (…) La religión no ha de ser jamás instrumento de opresión para los pueblos. Tiene que ser bandera de rebeldía.”
Las causas del conflicto
Como en todos los hechos de naturaleza social, siempre debemos hablar de la existencia de causas múltiples y confluentes. En primer lugar, había (y hay) un sector de la Iglesia conservador vinculado familiar e ideológicamente a la oligarquía, y siempre muy ligados a posiciones de poder. Para ser considerada una “familia patricia”, se debía tener estancia, vacas, y al menos un general y un obispo en su seno. Dentro de esta clase social, todo lo que huela a pobre (o a “oveja”, como le gusta decir a Francisco) está destinado al galpón. Nada de lo que haga o diga el peronismo podrá penetrar bajo su dura piel. La oligarquía numéricamente fue y será un sector minoritario, porque ser pocos y elegidos es parte de su esencia.
Para ilustrar la opinión del sector conservador de la Iglesia, sirve extractar unos párrafos de la revista católica Criterio (del 10-04-1952) . Así se refería a los trabajadores peronistas: “En tiradores, los pantalones arremangados, las melenas hirsutas al viento y un pestilente 'pucho' entre los labios, son la representación cabal de aquellos bárbaros que acostumbramos a imaginarnos asolando pueblos y ciudades y cometiendo depredaciones y fechorías incontables.
Gentuza -en el sentido más despectivo del término- (...) Hato animal, recua irracional; cualquiera de estas denominaciones cabría darle. (...) “Por tener alguna virtud y cultivarla empieza la dignificación de los pueblos y no porque todos sus habitantes tengan lavarropas eléctricos, cocina a gas y puedan ir todas las semanas al cine o cosas por el estilo”. Aunque parezca absurdo, a la clase alta porteña una de las cosas que mas le molestaba del peronismo era que se les llenasen los cines de “negros” . Y obvio, en Mar del Plata, cuando el turismo sindical llenó Playa Grande, tuvieron que inventar Punta del Este.
El recelo aumentó cuando en 1952 se sacraliza la enfermedad y muerte de Evita: las vigilas y los rezos públicos, las cartas que se le enviaban antes y después de su muerte, las peregrinaciones, los altares en las calles, el que muchos comienzan a llamarla santa. El recelo se transforma en una disputa por el espacio religioso.
Con la permisividad del gobierno, sigue creciendo la Escuela Científica Basilio del culto espiritista y los actos multitudinarios del pastor protestante Teodoro Hichs. Desde el peronismo, se veía con preocupación la participación de sacerdotes asesorando algunos gremios y la creación de la JOC, Juventud Obrera Católica.
Pero el punto de quiebre es la creación por parte de la Iglesia del Partido Demócrata Cristiano, en julio de 1954. Su fundación venía inspirada desde el Vaticano y apoyada por EE.UU. para contrarrestar la influencia de los movimientos populares en América Latina.
En septiembre del 54 la Iglesia comenzó competir con la UES, creando el Movimiento Católico de Juventudes de Córdoba bajo la supervisión de Fermín Lafitte, que organizó un gran festejo movilizando miles de estudiantes.
Se desata la tormenta
La declaración de guerra llegó el 10 de noviembre de 1954, en un discurso, Perón acusó a un sector de la Iglesia de conspirar para derribarlo. Mencionó a varias organizaciones católicas, tres obispos (Laffitte, Fasolini y Ferreira Reinafe) y veinte sacerdotes (Bordagaray, José López, Julio Treviño, Moreno, Bonamín, entre otros), algunos de los cuales fueron arrestados en los días siguientes.
En el mes de diciembre de 1954 el gobierno produce una batería de medidas. Disolución de la Dirección General de Enseñanza Religiosa . Clausura del Segundo Congreso Mariano sin la presencia de Perón. Cesantía de los sacerdotes de las cátedras de Religión. Supresión de los subsidios a los colegios e institutos católicos. Clausura del diario católico argentino “El Pueblo”. Reducción de los feriados religiosos. Mientras el parlamento avanzaba con leyes modernas que eran resistidas por la Iglesia, como la de equiparación de los hijos naturales y la Ley de Divorcio.
Ya en ese momento los púlpitos de las iglesias de clase alta, se transforman en tribunas opositoras, y las mujeres de los militares que asistían a misa, comienzan a horadar en las mesas familiares la opinión de sus maridos.
El punto de máxima tensión se alcanzó el 11 de junio del 55 con la multitudinaria procesión de Corpus Christi. A los militantes católicos, se unieron manifiestos ateos, radicales laicos, socialistas y comunistas, todos marcharon por las calles de Buenos Aires al grito de ¡Viva Cristo Rey!”. La oposición había encontrado el elemento galvanizador su: “todos somos la Iglesia”. La manifestación terminó el en Congreso con la confusa quema de una bandera. Perón respondió con la expulsión de Monseñor Tato y Monseñor Novoa.
Pero la sedición ya estaba en marcha y la máxima locura criminal se desató el 16 de junio con el bombardeo a Plaza de Mayo por parte de aviones de la Marina, que llevaban pintado el símbolo de Cristo Vence.
Las contradicciones principales y secundarias
El golpe lo encabezó Lonardi, quien expresaba al sector nacionalista-católico del Ejercito y su discurso conciliador fue “ni vencedores, ni vencidos”. Pero, esa no era la opinión de la oligarquía, que pronto impulsó un golpe palaciego, reemplazando a Lonardi por Pedro Eugenio Aramburu, quien dio inicio al intento de borrar al peronismo y su obra de la faz de la tierra.
Algunos le adjudican al Ministro de Educación, el masón Méndez San Martín, o al Ministro de Interior Ángel Borlenghi (que provenía del Partido Socialista), grandes responsabilidades en la política anticlerical del Gobierno. Otros dicen que Perón, luego de la muerte de Evita, había perdido el ánimo y sus habituales reflejos. No está claro que fue, pero algo pasó.
El golpe no lo dio la Iglesia, sino que fue obra del imperio y sus mandantes locales, la oligarquía. La lucha durante los 10 años de gobierno fue contra los sectores del privilegio económico, no contra los curas. Muchos de ellos, años después, abrazarían la causa popular. Entre otros: Carlos Mugica, Enrique Angelleli, Jaime de Nevares, y Miguel Ramondetti.
Al peronismo le llevó 18 años volver. El Peron del 73 no era el mismo del 55. Lo primero que hizo a su regreso, fue llamar a Balbín y Frondizi, sus viejos adversarios. Mao enseñaba que en la lucha de los pueblos por su liberación hay contradicciones principales y contradicciones secundarias. ¿Era la Iglesia en 1955 la contradicción principal?.
Decía Perón que “hay que leer la historia para aprender del error ajeno, porque el error propio llega tarde y cuesta caro”. Revisar la historia de los aciertos y errores sirve para aprender.
(*) Autor de "Salvados por Francisco" y "La Lealtad. Los montoneros que se quedaron con Perón".