Por Aldo Duzdevich (*)
En mi nota anterior me referí a los Comandos Civiles que actuaron contra el gobierno de Perón en 1955. Dije allí que, la guerrilla urbana no la inventaron ni Montoneros ni el ERP en 1970, sino los Comandos Civiles en 1953. Y fueron jóvenes de familias patricias y apellidos ilustres.
Es muy poco lo investigado y escrito sobre el tema. Por eso insisto en profundizarlo, porque sin pretender llegar a conclusiones rápidas y fáciles, hay elementos comunes entre los guerrilleros de la “libertadora” y los guerrilleros de los setenta. En 1955 la actitud contestataria casi normal en jóvenes del estudiantado secundario y universitario los inclinaba a militar en el antiperonismo. En los setenta muchos jóvenes fundadores de los grupos armados van a pertenecer a sectores de clase media y alta. En notas posteriores voy a relatar algunos casos de militantes que participaron de ambas experiencias. Pero hoy, volvamos a los comandos civiles que actuaron en Buenos Aires.
Los comandos de Septimio Walsh
El Hermano Marista Septimio Walsh era primo de Carlos y Rodolfo Walsh. El Capitán de Navio Carlos Walsh, participó como aviador en el combate contra las tropas leales. Rodolfo Walsh desde las páginas de la revista Leoplan, también apoyó el golpe contra Perón.
Florencio Jose Arnaudo escribió “El año en que quemaron las iglesias”. Un relato de tono épico sobre su participación en los Comandos Civiles. Transcribo algunos párrafos de su libro que pintan el tono de época: “Nos encontramos en el café Paulista de Corrientes y Pueyrredón. Creo que eramos seis, todos solteros, universitarios, y la mayoría ex compañeros de Acción Católica. (…) Juntamos dos mesas en un punto aislado del resto. Comenzábamos a tomar las primeras precauciones. Quizás lo hacíamos para sentirnos más importantes. No dejaba de tener su encanto eso de ser señalados por Perón como enemigos de un régimen al que se calificaba de dictatorial”.
Luego de la clausura del diario católico “El Pueblo” (en enero del 55), el grupo de Arnaudo se lanzó de lleno a lo que se conoció como el “Panfletismo”. Lo relata así: “Llegamos a la conclusión que era necesario iniciar un campaña de volantes clandestinos, después de la clausura de El Pueblo no nos quedaba otra forma de hacer conocer la verdad. Había que conseguir varios mimeógrafos para imprimir el mayor número de ejemplares”. Se le dio forma de hoja periódica y se le puso el nombre “Verdad” .De la redacción se encargaban Emilio Mignone, Horacio Storni y Jose Miguens. De la impresión: “se había ocupado quien llegaría a ser el panfletista máximo, el rey del mimeógrafo clandestino: el hermano Septimio Walsh”. Agrega que “tuvo destacadísima actuación en la campaña panfletista y en la coordinación de los comandos civiles católicos, cuya conducción asumió espontáneamente”.
En un reportaje en el año 2005, José Arnaudo confeso a Clarín: "Yo pensaba que si mataba a Perón, igual me iba al cielo. Según la teoría del magnicidio, de Santo Tomás de Aquino, estábamos dispuestos al tiranicidio y liquidar a Perón". En 1970 la misma teoría de Santo Tomás, la pusieron en práctica Fernando Abal Medina y Mario Firmenich al fusilar a Pedro Eugenio Aramburu.
Los panfletos dirigidos a militares
Félix Lafiandra, el recopilador de estos panfletos, confirma la relación cívico militar del siguiente modo: “la organización de envíos de panfletos por correo a militares llegó a ser casi perfecta. Cientos de militares de alta graduación recibían como mínimo uno o dos panfletos por semana. La mayoría eran panfletos especialmente dedicados a ellos que apelaban a su patriotismo y dignidad.”
Los civiles les escribían a los soldados arengándolos a que “el destino de la Patria está en manos del ejército. ¡Tú y nosotros hombres de armas, bien los sabemos!” La violencia de las palabras impresas fueron rotundas: se trataba a Perón como un “hombre minúsculo, débil, oscuro, corruptor de menores de la UES, disociador de la argentinidad” o de “tirano inmoral que ha hecho naufragar en la hediondez y las miasmas todo lo noble, valioso y puro que teníamos”, y se hacía un llamamiento a los opositores emulándolos a la figura de un verdadero combatiente apelando a ellos como “tú camarada, tú soldado, tú argentino”.
Católicos, nacionalistas, cultos y de buen nivel social
José Arnaudo describe el perfil de los jóvenes que reclutaban: atléticos en su condición de deportistas y montañistas, cultos universitarios de las clases medias y altas metropolitanas, quienes al sentirse agredidos en su condición de católicos, comienzan a reunirse en típicos bares céntricos o en la sede de una “Sociedad Cultural” donde sus conversaciones sobre política, el análisis de los rumores y los recuerdos de sus luchas en la calle contra el gobierno desde 1951, eran sus temas preferidos. Y su tarea predilecta, la de organizar las acciones de resistencia contra Perón al que consideraban “endemoniado”.
El culto al coraje y a la muerte heroica
Este es un elemento común casi indispensable de quienes en algún momento histórico optan por la lucha violenta, independientemente de cual sea la ideología que la justifica.
El 9 de julio, un panfleto escrito en nombre de los jóvenes presos en la Escuela de Mecánica de la Armada y en la Policía Federal, hace un culto a la muerte al decir que “si hemos de pagar tal satisfacción con nuestras vidas, liviano habría sido el pago porque hemos triunfado. Te desafiamos tirano. Jugamos nuestra aparente impotencia contra tu falso poder”.
Todos los grupos armados tienen sus marchas, sus canciones de guerra, que sirven para infundir mística y valor previo al combate.
Esta es la “Marcha de la Libertad” que fue grabada a capela en el sótano de la Iglesia del Socorro en Barrio Norte: “El arma sobre el brazo/ La voz de la esperanza amanecida/ Que el sol sobre tu frente/ Alumbre tu coraje camarada /Y si la muerte quiebra tu vida/ Al frío de una madrugada/ Perdurará tu nombre/ Entre los héroes de la patria amada./ De la paz con tu sangre conquistada/ Cantarás con nosotros camarada/ De guardia allá en la Gloria Peregrina/ Por esta tierra de Dios tuviera/ Mil veces una muerte Argentina.
En los 70 el Ejercito Revolucionario del Pueblo (ERP) cantará: “Va marchando al combate/ por el camino del Che/ con su bandera en la mano/ y sin dejarla caer/ Adelante, compañeros/ hasta vencer o morir/ por una Argentina en armas/ de cada puño un fusil”.
Montoneros ademas de las estrofas añadidas a la Marcha Peronista, ya para fines de 1973 llegó a crear su propia Cantata Montonera, interpretada por el conjunto Huerque Mapu. Una de sus letras decía: “Llegó la hora, llegó ya compañero/ La larga guerra por la liberación/ Patria en cenizas, Patria del hombre nuevo/ nació una noche de pueblo montonero/ fecundó en tierra y ardió en revolución”.
Armarse contra Perón
No eran solo palabras. Arnaudo en su libro confiesa que un grupo de jefes de las fuerzas armadas, convencidos de que no había otra solución posible, comenzaban a planear una revolución y entre las muchas estrategias llevadas a cabo, una de ellas fue entrar en contacto con los jóvenes más fanatizados. Lo primero que hicieron fue conseguir un “enlace”. Este enlace tenía la función de incorporarlos al mundo de la conspiración, proveerles de armas, enseñarles sobre el armado de explosivos, o entrenarlos en la toma de medios de comunicación oficialista, para producir las proclamas revolucionarias, soliviantar a los rebeldes y expandir los principios. Los estudiantes, los políticos locales, los civiles, se juntaban con hombres experimentados, expatriados, o militares que organizaban a los novatos que debían “procurarse un arma y juntarse con cuatro o cinco amigos”
Juan Luis Gallardo, un Comando Civil que estaba haciendo el servicio militar relata: “Pertenecía yo, como dije, a un Comando que dependía del Capitán Palma. Y, en tal condición, recibimos un día cierta orden tremebunda a la vez que absurda. Deberíamos, en efecto, concurrir al domicilio particular de un General de la Nación, cuyo nombre se nos suministraría, tocar el timbre y, cuando apareciera el general, probablemente en camisón, clavarle un cuchillo en la barriga para despacharlo al otro mundo. Aunque contaba yo con apenas veinte años, poseía la madurez suficiente para advertir que aquello era un disparate. Amén de saberme incapaz de asesinar a un sujeto indefenso. Acudí entonces a Franci Seber, que para mis amigos y yo era una suerte de mentor político, y le pedí que se pusiera en contacto con el Mayor Guevara para consultarlo respecto a la orden recibida. Juan Francisco Guevara, Tito para los amigos, era quien tenía en sus manos los hilos de la conspiración. Y, como es natural, Guevara me mandó decir que ni se nos ocurriera cumplir aquella orden demencial”
El 16 de septiembre de 1955 a las 00:00 horas el general Eduardo Lonardi sublevó la Escuela de Artillería de Córdoba, dando inicio a la autotitulada Revolución Libertadora. Ese mismo día a la 1:15 cinco de los comandos civiles dejaban fuera de servicio varias radios de la ciudad de Buenos Aires para colaborar con la desestabilización y dificultar la difusión de noticias fehacientes, siguiendo la planificación del ingeniero,Carlos Burundarena.
La operación era comandada por Raúl Puigbó, que respondía a Adolfo Sánchez Zinny: estaba compuesta por: Humberto Podetti, Jorge Rodríguez Mancini, Isidoro Lafuente, Pepe Balbín, Pedro Crear, Marco Aurelio Rodríguez, Felipe Solari,Julio E. Álvarez, Enrique Hillegass y cuatro más.
Eduardo Ayerza y sus compañeros se encargarían de dejar fuera de servicio las instalaciones de Radio del Estado. Florencio José Arnaudo se encargaría de Radio Antártida, Radio Porteña, y Radio del Pueblo. Carrillo de Radio Rivadavia. Ortuño de Radio El Mundo. Y Guillermo Demharter, haría lo propio con Radio Belgrano y Radio Mitre.
Las fuentes de esta nota son: “El año en que quemaron las iglesias” de Jose Arnaudo, el texto académico “La resistencia antiperonista: clandestinidad y violencia” de Monica Ines Bartolucci, y otras.
(*) Autor de "Salvados por Francisco" y "La Lealtad. Los montoneros que se quedaron con Perón".