Por Aldo Duzdevich (*)
Se cumplieron nueve años de aquel miércoles 13 de marzo del 2013, a las 19:05, cuando el protodiácono Jean Louis Tauram anuncio: “Habemus Papam”.
Jorge Mario Bergoglio primer papa americano y jesuita de la historia. Desde el balcón vaticano inició sus palabras : “Como sabéis, el deber de un cónclave es dar un obispo a Roma. Parece que mis hermanos cardenales han ido a buscarlo casi al fin del mundo... pero estamos aquí”.
En Argentina la palabra fue “sorpresa”. Ni los más avezados analistas otorgaban chances a Bergoglio. En un país futbolero, un conocido periodista televisivo, llegó a decir “Bergoglio tiene menos chances de ser Papa que yo de ser 10 de Boca”.
Un conocido diario argentino tituló en tapa “¡DIOS MIO!”, haciendo mención de que “el alto prelado ha sido denunciado por complicidad con la dictadura militar”.
La prensa mundial recorrió ávida los links de información argentina, buscando datos, sobre el desconocido personaje convertido en Papa, y a partir de las dudas sembradas por ese diario local, dirigió su mirada a indagar sobre el rol de Jorge Bergoglio durante la dictadura militar. Y repitieron duros titulares. Associated Press: “El nuevo Papa amarrado en debate sobre la ’guerra sucia’ en Argentina". The Washington Post: "Activistas de derechos se diferencian sobre cuánta culpa carga el Papa Francisco desde la guerra sucia argentina". Vanguardia (México): "Abogada: Bergoglio fue parte del silencio cómplice de la Iglesia con la dictadura genocida". The Guardian (Gran Bretaña): "Discuten el papel del nuevo papa durante la era militar de Argentina". Der Spiegel (Alemania): "El Papa y la dictadura argentina".
Olga Ruiz, Investigadora de la Universidad de la Frontera, Temuco, al analizar lo ocurrido en los años de dictadura en Chile expresa: “los grandes relatos sobre nuestra historia reciente se han construido centrados en el heroísmo y la victimización, esquema binario que se afirma y consolida en la figura del traidor. Se trata en realidad de una triada (héroe-víctima-traidor) en las que el quebrado concentra -como un chivo expiatorio- las contradicciones, los fracasos y la derrota de la izquierda chilena”. “Es más sencillo atribuir la derrota a unos cuantos traidores que analizar críticamente las políticas adoptadas por las dirigencias de las organizaciones revolucionarias”. Aquí se repitió el mismo esquema de relato, y en ese listado de supuestos “traidores” (que encabeza el mismo General Perón) cayó la figura de Jorge Bergoglio.
Si hoy Jorge Bergoglio fuese un cura jubilado viviendo en la casona de Flores (tal era su plan), esto sería una anécdota más, entre las miles que existen sobre aquellos años tan difíciles.
Pero Bergoglio pasó a ser Francisco el gran reformador de la Iglesia. El obispo de Roma que enfrenta a las mafias del dinero que manejan el Banco del Vaticano. El que vino a terminar con la pedofilia dentro de la Iglesia. El que vino a denunciar al necroliberalismo como el sistema que condena a la muerte a millones de seres humanos en el planeta. El que vino a predicar contra de los negocios que dañan el medio ambiente. El que juega su peso de líder espiritual en el diálogo interreligioso y la búsqueda de la paz . El que ha sido acusado por la prensa del establishment como comunista, populista o peronista. El que propone la unidad de los credos contra el dios mercado. El que (como dice Leonardo Boff y algunos de sus biógrafos) corre riesgo de ser asesinado en la selva vaticana.
Nuestro Papa Francisco no merece que desde su patria, se sigan difundiendo calumnias sobre su pasado, que lograron penetrar y confundir a los mismos sectores que hoy coinciden casi totalmente con su pensamiento y acción.
El caso del uruguayo Gonzalo Mosca
Luego de dos años de investigación, en 2019 publiqué mi libro Salvados por Francisco. Allí están registrados veinticinco testimonios de hombres y mujeres a quienes el entonces Provincial de los jesuitas Jorge Bergoglio, protegió, escondió y ayudo a escapar del país, poniendo en riesgo su propia vida. El siguiente testimonio pertenece al uruguayo Gonzalo Mosca, quien a pocos días de su elección como Papa, le escribe una carta pública, relatando el episodio que le salvo la vida:
“[…] Nos llevaste en tu auto a San Miguel. Me pediste que tratara de ocultarme y que no mirara el camino que íbamos a hacer. Pensé: “¿Se habrá dado cuenta este curita del riesgo al que se está exponiendo?”. Entonces no sabía que eras el Provincial de los jesuitas. En San Miguel me dijiste que me sacara el anillo de casado y simulara que estaba haciendo un retiro espiritual como si fuera a entrar en la Compañía […]. Una mañana me llamaste a tu escritorio. Estabas con mi hermano y nos redactaste el plan que íbamos a seguir. Nos llevaste al aeropuerto en tu auto y nos acompañaste hasta el último momento. El aeropuerto era de esos puntos clave controlados por militares y policías de civil. Pasamos los controles y nada ocurrió. Volamos a Iguazú y nos fuimos caminando hasta la frontera sin tomar taxi ni ómnibus, como nos habías sugerido. Ahí esperamos el último barco, que era el de los contrabandistas, donde los controles militares aflojaban un poco. Pasamos a Brasil y nos tomamos un ómnibus a Río de Janeiro. Allí me despedí de mi hermano, Juan, que me había acompañado en todos esos difíciles momentos. Al tiempo, me refugié en las Naciones Unidas y volé a Alemania, donde me dieron asilo político… Hace unos días, yo estaba con unos amigos y sonó el celular. Era mi hermano, que me gritaba del otro lado: “Gonzalo, ¿te enteraste? ¡Han nombrado Papa a Bergoglio!”. Pero casi al mismo tiempo empezaron a salir noticias en los diarios, en programas de radio, donde se te acusaba de haber colaborado con la dictadura, de haber traicionado a dos jesuitas, etc. Llamé entonces a mis hermanos para que vinieran a cenar a casa y les conté que pensaba salir a la prensa y contar todo lo que habías hecho por mí. En las entrevistas, puse siempre el énfasis en la lucidez y el valor que tuviste no solo en lo personal, sino también en lo institucional, al correr esos riesgos por mí, que era un desconocido. […] El día de tu asunción pediste que rezáramos por ti. Yo le pido a Dios que en esta vida que comienzas ahora tengas la misma lucidez, valentía y compromiso que tuviste hace treinta y seis años en circunstancias tan difíciles. Me quedé con ganas de darte un abrazo y las gracias. Gonzalo Mosca”.
Gonzalo Mosca pertenecía al Grupo de Acción Unificadora (GAU) de Uruguay, un grupo de izquierda no militarizado. Pero, al ser secuestrado en Montevideo el jefe montonero Oscar De Gregorio, se le encuentra un documento que comprometía al GAU. De allí que la inteligencia uruguaya en combinación con la ESMA, caracterizaron al GAU como un grupo de apoyo de Montoneros en Uruguay y desataron un feroz cacería contra sus militantes. Ignorante de esta supuesta vinculación con Montoneros, Gonzalo Mosca huyó a Buenos Aires buscando escapar de la represión, con poca fortuna: “Los militares argentinos vinieron a buscarme a casa de este amigo con la suerte de que habíamos salido. La portera nos advirtió que nos matarían si nos encontraban. Desesperado, llamé a mi hermano mayor, jesuita, quien decidió viajar a Buenos Aires para ayudarme. Él contactó a Bergoglio, su antiguo profesor de Teología, y le presentó mi caso. Bergoglio le dijo: ‘Venite con tu hermano que vamos a ver de qué forma lo puedo ayudar’. Esa misma noche, el propio Bergoglio nos trasladó al Colegio Máximo, en San Miguel, a unos treinta kilómetros de Buenos Aires”.
El expertis de militante
El relato de Gonzalo Mosca sorprende y motiva a pensar. Si no supiéramos que se trata del entonces joven curita Jorge Bergoglio, podríamos imaginar que quien lo ayudó fue un experimentado militante revolucionario. Las medidas de seguridad y el plan de fuga no se corresponden con los de una persona que brinda su apoyo a alguien por primera vez. Comienza llevándolo “tabicado” (mirando hacia abajo para que no reconozca adónde lo conducen), realiza maniobras de “contraseguimiento”, lo esconde en el tercer piso del Colegio Máximo de San Miguel, le detalla el plan de fuga al extremo de sugerirle el último barco de los contrabandistas o “bagayeros” y, finalmente, se expone por entero acompañándolo a tomar el avión cuando los aeropuertos eran un hervidero de policías y “marcadores”. Eso significa que el joven Jorge Bergoglio no era un improvisado, sino que poseía cierta experiencia y pericia en protección y fugas. Y utilizó los instrumentos a su alcance para salvar muchas vidas. Seminaristas, sacerdotes y estudiantes cercanos al mundo jesuítico argentino lograron sobrevivir en virtud de su audacia y temeridad.
Cuando lo conocí personalmente al Papa Francisco, tenía mucha curiosidad de preguntarle de donde había sacado tanto expertis de seguridad militante, algo solo conocido por quienes estaban en algún tipo de militancia clandestina. Y se lo pregunte sin preámbulos ¿de donde sacó Vd. todas esas técnicas? Y me respondió también sin rodeos: “quien me explicaba como tenía que hacer era Alicia Oliveira”. Y si… la entonces jueza Alicia Oliveira, era una joven ligada a la Juventud Peronista y con muchos amigos dentro de la militancia que la pudieron instruir en los manejos de seguridad.
Continuando la charla, como ya había tomado confianza, me animé a criticarlo o retarlo. Primero le pregunte por el joven a quien el dio su DNI y disfrazó de cura para que cruce la frontera de Foz como Jorge Bergoglio, le consulte “¿no recuerda quien era?” , me respondió: “si, claro, se perfectamente quien es, pero no se lo voy a decir a Vd”. Bueno, eso no me sorprendió, el siempre ha dicho que “sino lo cuenta la persona, yo no voy a decir a quienes ayude”. Por lo tanto ese testimonio no lo tendremos, hasta que esa persona no asuma que tiene una obligación moral de contarlo, y ojalá este leyendo esta nota. Pero, como mi intención era hacerle una critica le disparé: “discúlpeme que le diga, pero a mi criterio, en este caso lo suyo fue un poco irresponsable y temerario, porque si a ese muchacho lo agarraban en la frontera con su DNI, Vd iba a parar de cabeza a la ESMA”. Y, sin ofenderse por mis palabras respondió: “si, tiene razón, pero en ese momento uno no era muy consciente de los riesgos que se corrían”.
Aristóteles dice que la virtud del coraje ocupa un punto medio entre los extremos de la cobardía (respuesta insuficiente al peligro) y la precipitación o la temeridad (respuesta excesiva). El coraje no se entiende en ningún caso como ausencia de miedo, sino como la capacidad de actuar en apoyo de grandes valores aun cuando podamos experimentar miedo. Quiere decir que un hombre valiente no es aquel que no le teme a nada; se trata, simplemente, de una persona que hace lo que considera correcto a pesar de los temores que puedan amenazar con retenerlo.
A la distancia, es posible emitir un juicio. No sobre el Papa Francisco, sino sobre un joven de treinta y nueve años llamado Jorge Bergoglio que en 1976 era Provincial de los jesuitas. Se podría afirmar que, si cometió algún pecado, fue el de sentirse un joven omnipotente y actuar más cerca de la temeridad que del coraje, según la definición aristotélica.
Temeridad que no ha perdido con los años, cuando lo vemos caminar muy suelto de cuerpo entre la gente en la Plaza San Pedro, o bajarse en Bagdad, en el aeropuerto había sido atacado con bombas pocos días antes de su visita. Solemos ver a los atildados miembros de la Guardia Zuiza haciendo malabares para proteger la vida de un Papa que como el dijo, vino “del fin del mundo”, acostumbrado a caminar por los barrios populares, y que conserva la misma temeridad de cuando joven se arriesgaba a salvar vidas, en plena dictadura.
Ojala Dios le de muchos años mas de vida y coraje a nuestro Papa Francisco, el mundo lo necesita.
(*) Autor de "Salvados por Francisco" y "La Lealtad. Los montoneros que se quedaron con Perón".