Por Aldo Duzdevich (*)
El 3 de diciembre de 1988, Alfonsín sufrió un tercer alzamiento militar impulsado por el coronel Mohamed Ali Seineldín. Mientras el generalato miraba para otro lado y evitaba accionar contra los sublevados, el casi desconocido general de brigada Martin Balza, protagonizaba en Neuquén un hecho inédito para la época.
3 de diciembre de 1988. Las tapas de los diarios titulan: Rebelión militar - Seineldín atrincherado - Un muerto, cinco heridos - Desplazan tropas - Alfonsín regresa al país.
El foco de la sublevación estaba en Villa Martelli, pero cada tanto, aparecían nuevas unidades militares rebeldes. Los que se desplazan a reprimir a los amotinados, no llegaban o cambiaban de bando en el camino.
En la antesala del despacho del gobernador de Neuquén Pedro Salvatori, medio centenar de jóvenes militantes están allí en gesto de respaldar la democracia. La mayoría eran sobrevivientes de la dictadura, exiliados, ex-detenidos, y los más, meros sobrevivientes. La radio local LU5 tenía instalado un móvil en la puerta, cada vez que alguno hacía una declaración, una voz metálica, interfiería la onda: “zurdos de mierda” “los vamos a matar”. Preguntamos ¿la policía provincial acata? Algunos proponen un cerco de barricadas alrededor de la casa de gobierno. El foco de rebelión esta en Buenos Aires, pero no sabemos que pasa en la Sexta Brigada. Y en verdad, nadie cree que sea posible enfrentar al batallon militar, que tiene su asiento unas treinta cuadras. Con varios años mas, familia, hijos, ninguno de nosotros está con ganas de caer preso o hacerse matar. No hay pánico, solo un clima de sereno cagazo. De pronto, corre ante nuestros ojos la imagen más temida. Un jeep militar con tres oficiales sube por la calle Rioja y se detiene en la puerta de la gobernación.
Esta era la tercer sublevación militar que sufría el gobierno del doctor Alfonsín. A quien muchos lo condenan por su laxitud y retroceso en materia de enjuiciamiento y condena a los militares. Pero en esa critica se suele omitir, la hermenéutica, el contexto de la época. Hay que rescatar que al inicio de su gestión Alfonsín creo la CONADEP y llevó a juicio a las tres Juntas Militares que culminó con la condena de cinco de sus miembros, el 9 de diciembre de 1985.
Este juicio fue casi inédito en el mundo. Recordemos que en los Juicios de Núremberg fueron condenados a muerte solo doce jerarcas nazis. Es bueno repasar que sucedió en los países vecinos.
En Chile la dictadura duró de 1973 a 1990. En 1990 con el retorno a la democracia, fue elegido presidente Patricio Aylwin. Pero, Pinochet (por ley escrita por él) siguió como Jefe del Ejercito ocho años más, y en 1998 cuando se retiró, asumió como senador nacional hasta su renuncia voluntaria en 2002. Nunca fue condenado por sus crímenes. Convivió con tres presidentes constitucionales Aylwin, Frei y Lagos. Ese fue el precio que pagaron los chilenos para recuperar la democracia.
En Brasil, el 10 de diciembre de 2014, a treinta años de finalizada la última dictadura, durante el gobierno de Dilma Roussef, se presentó un informe final de la Comisión Nacional de la Verdad, que tuvo mero carácter testimonial. Es decir que, ni Lula da Silva, durante sus dos mandatos, 2003 a 2010, se ocupó de enjuiciar a los militares. Y como pudimos apreciar hace poco tiempo, todavía los jefes militares se entrometen en las cuestiones políticas brasileñas.
En Uruguay, la dictadura duro de 1973 a 1985. Durante 15 años (de 2005 a 2020) gobernó el Frente Amplio, una coalición que incluyo al exmovimiento guerrillero Tupamaros, del cual participó José Pepe Mujica. Pero, recién hace unos meses, el 3 de junio del 2021, la justicia condenó a prisión a siete oficiales militares retirados por delitos de lesa humanidad.
Lo anterior sirve para ubicarnos en que contexto gobernó Raul Alfonsín, y las dificultades que tuvieron todas las democracias del cono sur, para resolver la cuestión militar. Esta visto que la mayoría de nuestros vecinos optó por ceder amnistías y concesiones a cambio de avanzar en consolidar el sistema democrático.
Luego del Juicio a las Juntas, y de un año de indisimuladas presiones militares, en diciembre de 1986 Alfonsín promulgó la ley de “Punto Final”. Esta ley establecía que los militares que no fueran citados a juicio en los próximos sesenta días, quedaban liberados de la persecución penal. Esa disposición dejó mas expuestos a los militares de menor graduación, que eran los primeros en ser procesados. En abril del 87, la negativa del represor de La Perla, el mayor Ernesto “Nabo” Barreiro de presentarse a la justicia en Córdoba, detonó la llamada sublevación de Semana Santa.
El coronel Aldo Rico se amotinó y tomó Campo de Mayo. Cuando Alfonsín ordenó sofocar la sublevación, chocó con la negativa -no explícita- de los altos mandos militares. Pasó a la historia el general “tortuga” Alais, quien recibió la orden de movilizarse de Rosario a Campo de Mayo para reprimir a los insurrectos, y demoró dos días en hacer 300 km. Finalmente Alfonsín respaldado por una multitud en Plaza de Mayo, fue en helicóptero a Campo de Mayo a parlamentar con Rico y regresó diciendo su famosa frase “la casa está en orden”. Pero, tres días después se anunciaba que se suspendían “temporariamente” los juicios a los militares. Y, tal como el presidente había pactado con Aldo Rico, dos meses después promulgó la Ley de Obediencia Debida, que determinó excluir de la responsabilidad penal a los militares por debajo del grado de coronel.
¿Podría haber convocado Alfonsín al pueblo a rodear los cuarteles y enfrentar a los militares? Tal vez si... tal vez no... Una cosa es ir a una marcha a Plaza de Mayo a pelearse con la montada y los federales. Otra, es ir a sitiar un cuartel con matagatos y alguna escopeta vieja. Por supuesto están los valientes de mesa de café, que siempre dicen, “porque Perón no armó al pueblo”, o en este caso “porque Alfonsín no armó al pueblo”… Bueno, yo personalmente puedo contar, que esa tarde de diciembre de 1988 en la gobernación, éramos medio centenar de animosos militantes que vendríamos siendo el famoso “pueblo en armas”, puestos a enfrentar una fuerza militar de dos mil hombres bien armados y entrenados.
Un año antes, en octubre de 1987, nos tocó vivir una situación muy bizarra. El doctor Jorge Rachid (hoy asesor del gobernador Axel Kicillof en materia de COVID) en 1987 era candidato a gobernador del PJ Neuquén, y quien escribe candidato a diputado nacional.
Haciendo campaña, fuimos a caer de visita en el regimiento de Las Lajas, el pueblo donde hoy está el observatorio chino. Allí nos recibió en un chalet, rodeado de sus oficiales, el teniente coronel Valiente, un gordito de bigotes con aires de pequeño dictador. Después de algunas frases de circunstancia, el gordito Valiente nos disparó: “nosotros pateamos puertas combatiendo a la subversión, y estamos preparados para hacerlo de nuevo”. Justamente estaba hablando con dos personas, que por nuestro pasado, encuadrábamos en esa caracterización de subversivos.
Pero, tal vez envalentonados por nuestro carácter de candidatos, le plantamos cara al discurso del gordito. En un momento el aire se cortaba con una gillete y no sabíamos si el gordito decidía allí nomas pasarnos a la sala de torturas o qué. Corríamos con cierta ventaja, porque hacer desaparecer un candidato a gobernador y otro a diputado, ya era mucho. Pero, eso no fue todo, Valiente se despachó contra su jefe el general Balza, decía cosas como: “ese maricón de Balza”, “alfonsinista de mierda”, y otras delicadezas. No salíamos del asombro que un militar se dirigiese a su jefe directo de ese modo.
La frutilla del postre vino a la despedida, Rachid fue liceista y los militares conservan eso del respeto a los cadetes del año superior. Uno de los oficiales había sido subalterno de Rachid, y al saludarlo dudó, y luego casi se cuadró con venia y todo. Nos fuimos riendo, pensando que a este, el gordo le daba diez días de calabozo por ser subalterno del un subversivo. Pero, también nos fuimos muy preocupados por palpar in situ, el estado de insubordinación que existía dentro del ejército. La historia cierra que en enero del 87; Rico vuelve a sublevarse en Monte Caseros, y Valiente, por teléfono desde Buenos Aires, subleva Las Lajas. Balza le manda la artillería de Zapala, que luego de intimarlos le dispara tres cañonazos y los valientes de Valiente se rinden incondicionalmente.
Vuelvo al relato del inicio. Esa calurosa tarde, en la antesala del despacho del gobernador de Neuquén, Pedro Salvatori, medio centenar de jóvenes militantes están allí, en un gesto de respaldar la democracia. No hay pánico, solo un clima de sereno cagazo. De pronto, corre ante nuestros ojos la imagen mas temida. Un jeep militar con tres oficiales sube por la calle Rioja y se detiene en la puerta.
Del jeep baja el general Martín Balza acompañado por un oficial, ingresa a la antesala con gesto adusto, pero sin violencia. Abrimos paso y pide ingresar al despacho del gobernador. Se abre la puerta e ingresamos tras él. “Señor gobernador vengo a comunicarle que la VI Brigada de Montaña se encuentra en absoluta normalidad y responde en su totalidad a las autoridades constitucionales. Hemos recibido orden de alistamiento y estamos esperando para movilizarnos hacia Buenos Aires a sofocar los focos sediciosos”. No terminó la frase que los allí presentes, rompimos en un fervoroso aplauso, que además, era una descarga de la tensión acumulada. Hoy Balza recuerda ese día: “estaba don Felipe Sapag y recuerdo verlo aplaudir con esas manos grandotas que tenía. De allí cruce a Cipolletti donde estaba el intendente Salto, había una manifestación cerrándonos el paso, y le ordene al chófer “Ud. siga, despacio pero siga”, cruzamos lo mas bien entre la gente, y en la municipalidad le repetí al intendente lo dicho en Neuquén”.
En el diario Rio Negro de esa fecha puede leerse un comunicado de la “Comisión de Defensa de la Democracia” llamando al pueblo a “mantenerse alerta ante una nueva grave amenaza de golpe de estado” y “a los militantes y activistas a estar dispuestos a una eventual movilización” firmaban Miguel Crocco y Luis Sapag (MPN), Carmen Sponda (El Frente), Carlos Moreno (MTP), Ernesto Contreras (ATE), Ricardo Bandieri (CGT), Jorge Ferreria (FUC) , Juan Cerda y Raul Giglio (vecinal) , Juan Hernandez (secundarios), Nelly Lopez (UCR) y Ariel Kogan y Aldo Duzdevich (PJ).
En sus memorias Balza recuerda: “recibí una llamada telefónica del Presidente Alfonsín quien me consultó sobre la posibilidad -en caso de ser necesario - si podía instalar la sede de su gobierno en Sexta Brigada en Neuquén, si la situación se agravaba en Buenos Aires. Le respondí que contara con mi total respaldo, pero que pensaba que el motín no tendría éxito. Y designó a su hombre de confianza absoluta, el director del diario Rio Negro, don Julio Rajneri, con quien coordinamos los aspectos operativos de su eventual traslado”.
Como podemos apreciar en ese relato, esa era la grave situación de debilidad del gobierno de Alfonsin, y la ausencia de mandos militares en otro lugar del país que lo respaldaran.
La historia de Balza no termina aquí. Dos años después ya en gobierno de Carlos Menem el 3 de diciembre de 1990, nuevamente Seineldín vuelve a convocar un cuartelazo. Pero esta vez, ya no estaban las condiciones políticas para repetirlo, y Menem pone a Balza (que revistaba en Buenos Aires) al frente de la represión. Quince horas duró el operativo de represión que culminó con la recuperación del edificio Libertador, sede del Comando en Jefe del Ejercito. El motín dejó un saldo de 14 muertos, 100 heridos, y 300 detenidos.
Fue la última asonada militar de la historia argentina. Han pasado ya treinta años. Para las nuevas generaciones, cuartelazo, asonada, sublevación militar ya casi no significan nada. Para quienes venimos de vivir el siglo XX, hasta parece extraña la frase “fue la última asonada militar de la historia argentina”.
No es motivo de esta nota historiar la cuestión militar y de DDHH desde 1983 hasta hoy. Razón por la cual quedan muchísimos temas pendientes.
Solo creí necesario recrear, ese episodio, de aquel lejano diciembre de 1988, en el que un casi desconocido general Martin Balza, se presentó ante las autoridades civiles para afirmar “mis tropas y yo, estamos aquí para defender la democracia”.
(*) Autor de "Salvados por Francisco" y "La Lealtad. Los montoneros que se quedaron con Perón".