
El próximo 20 de noviembre es el “Día de La Soberanía Nacional” sin embargo, como el feriado es “trasladable”, festejaremos el heroico combate de la Vuelta De Obligado en un día que no es tal. Allí el ejército argentino y el pueblo bonaerense en armas, atravesaron con una gruesa cadena un recodo del río Paraná.
La maniobra fue ingeniosa porque simultáneamente desde tierra un puñado de baterías, tropas del Regimiento de Infantería Patricios y vecinos de las ciudades de San Pedro y San Antonio de Areco, deseosos de defender a la Patria y con sus caudillos a la cabeza, pelearon con gran valentía y eficacia hasta que sus cañones gastaron la última munición.
La infantería argentina impidió el desembarco y la flota inglesa decidió entonces seguir río arriba intentando vender las mercaderías que traían y sufrió sucesivos rechazos. Los barcos extranjeros regresaron tan cargados como se fueron y Rosas recibió una carta del General José de San Martín desde su exilio en Francia, donde le donaba el sable que lo acompañó en todas sus campañas, por la defensa de nuestra soberanía y por el valor demostrada en “esta contienda de tanta trascendencia como la de nuestra emancipación de España”.
Por cierto todas estas palabras son hoy sencillamente sonidos vacíos para el actual presidente de la Nación Javier Milei, quien sin ponerse colorado tiene en su despacho una foto de Margaret Thatcher, en lo que va de su mandato realizó catorce viajes a los EE.UU. y sostiene los principios económicos y políticos exactamente contrarios al de aquellos patriota y al interés nacional. Para que esta soberanía no sea trasladada del todo, es necesario reactualizar el concepto y volver a ponerlo en valor. Me parece aquí de utilidad introducir un concepto filosófico específico que hemos formulado hace ya algunos años: el de “soberanía ampliada”.
Comprender el modelo
Lo primero será comprender que el modelo de nación soberana del siglo XXI, no podrá ser el del nacionalismo del siglo XIX. Lo que está agotado y resulta inviable, no es entonces el concepto de soberanía, sino ese otro: el de una soberanía autárquica, autosuficiente y expansiva; con una concepción esencialmente “egoísta” (yo) y rentística de la vida, siempre a la defensiva de un otro que amenaza sus fronteras, siempre presto para la guerra y esencialmente insolidaria. Por el contrario, un proyecto actualizado y viable de soberanía (tanto personal, como social y nacional) requiere la superación de tal egoísmo y su reemplazo por un modelo integrador y dialogante, donde lo propio se realiza también con el otro (y no contra él) y donde unidades menores van posibilitando integraciones mayores que las fortalecen sin absolverlas.
Se trata entonces de construir un nuevo imaginario latinoamericano donde esta categoría de “soberanía ampliada” nos parece útil para fundamentar desde ella la posibilidad de una auténtica integración regional.
Entendemos por tal aquélla que realiza y completa su voluntad autonómica y su deseo de libertad (base de todo tipo de soberanía) más allá de la esfera exclusiva del “yo” o del sí mismo. Esto es, un proyecto de libertad y autonomía que, si bien parte como reclamo y llamada del yo, no se queda en él a la manera del “egoísmo” moderno, sino que requiere al otro como contrapartida inexcusable de mi propia libertad.
Contracciones y tensiones
En consecuencia: mi libertad no termina donde empieza la libertad del otro, sino que allí apenas comienza a madurar ese proyecto en común donde el yo y tú devienen un “nosotros”. Proyecto por cierto lleno de contradicciones, tensiones y dificultades, pero inexcusable para la realización auténtica (y sostenible) de todo yo y de todo tú. Así, en este pasaje de la autonomía (imperial) del yo a la heteronomía del “nosotros”, aquél yo inicial se amplía (no se “reduce”, ni se “limita”, como pregona el contractualismo o el pactismo tradicionales) y en esa misma ampliación fortalece y gesta (en comunidad con el “otro”) un espacio y un tiempo cualitativamente distinto: el del “nosotros”, una región por completo diferente y sin embargo encarnada que contiene (y a la vez supera) los respectivos puntos individuales de partida.
Así es como -en nuestro entender- este concepto de “soberanía ampliada” resulta la matriz teórica adecuada para pensar (más allá del “pacto” o de la “invasión”, del yo al otro) la creación de un “nosotros” cultural sobre el cual hacer descansar (por acción de la solidaridad y la justicia, antes que por la guerra o la conveniencia circunstancial) una nueva realidad: la región común, la comunidad (de destino y no sólo de origen), la “soberanía regional”, en fin. Se trata de un concepto político y cultural de primer orden ya que –cuando falta o ni siquiera se lo esboza- lo económico, lo comercial y hasta o diplomático se encuentran enormemente dificultados.
Las alturas de Cusco
Cuando hace unos años subieron los presidentes a las alturas del Cusco y a la brava pampa de Ayacucho donde se libró la batalla homónima, si miramos hacia nuestra historia continental más reciente (siglos XIX y XX), lo primero que salta a la vista es la fragmentación del territorio sudamericano y de su política en común, a favor de nacionalidades débiles y muchas veces enfrentadas entre sí, lo cual fue alejando cada vez más a la región de aquél “nosotros” que enfrentó con éxito, en su momento, al ocupante.
Es cierto que las injerencias externas contribuyeron en mucho para ello, pero también lo es la responsabilidad que le cabe a sus clases dirigentes en el debilitamiento de ese imprescindible “nosotros” regional. Si éste no impera, no rige (curiosamente “región” tiene etimológicamente que ver con el verbo latino “rego”: regir, dirigir, conducir, gobernar y enderezar); no sólo es entonces “país o comarca”) y si ese nosotros no rige, o se encuentra fuertemente debilitado, todo se complica.
Es entonces cuando un arancel de importación, un cupo de exportación o el discurso inoportuno de un funcionario o de un empresario, pueden más que quinientos años de historia, de sueños y hasta de rivalidades compartidas. Pasar del Mercado Común del Sur a una Comunidad Latinoamericana de Naciones, si esta vez va en serio, implicará volver a poner sobre la mesa esta noción de “soberanía ampliada”, para superar así tanto del mero reflejo defensivo (frente al poderoso de turno), como el oportunismo económico (frente a las tentadoras góndolas globales). Pasada la pesadilla y las confusiones de este presente, poner nuevamente en marcha los procesos de integración regional es de absoluta prioridad.

Antonio Marocco
Franco Hessling Herrera