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Franco Hessling Herrera

Las imágenes de los levantamientos nepalíes recorrieron el mundo y hubo relatos cruzados sobre el espectro ideológico de los manifestantes. Lo que se confirmó fue que la gota -de nafta- que hizo estallar el tono de las protestas fue la prohibición de 26 plataformas de redes sociales. Cuidado con los visos anti-derecho a la comunicación de la duocracia Milei.

Unas semanas atrás el mundo se conmovió por las imágenes que llegaban desde Nepal, un país remoto del sudeste asíatico, menos conocido para nosotros porque, a diferencia de Bangladesh, no son hinchas de la selección argentina de fútbol, y a diferencia de Indonesia, no clasificaron a ningún mundial para compartir grupo, justamente, con el combinado masculino que actualmente dirige Lionel Scaloni. Un país de unos 30 millones de habitantes, relativamente pequeño para las densidades poblacionales de los países asiáticos, como India, China e incluso algunos menos sustanciosos como Indochina o los mencionados Bangladesh e Indonesia, ninguno con menos de 100 millones de habitantes.

Lo más familiar que puede remitirnos al país oriental es su capital, Katmandú. Ello sólo si uno se encuentra entre quienes conocen los materiales musicales como solista del ex guitarrista de Patricio Rey y sus redonditos de Ricota. “Yo lo he visto en los andenes / O durmiendo en un vagón / Caminando por las vías / Siempre está buscando / A ese tren sin frenos / Que lo lleve a Katmandú”, dice Skay Beilinson con asombrosa premonición en el single “Tal vez mañana”. Ese convoy temerario del rockero fue la juventud nepalí en las últimas semanas, que arrolló cuanto obstáculo se interpuso ante su bravura.

Nepal se convirtió rápidamente en los nuevos “días que estremecieron al mundo” -no digamos cuántos-, parafraseando a Reed, porque las imágenes insurreccionales llevaron al estupor hasta al más distraído. No se trató sólo de manifestaciones ni de enconados enfrentamientos con fuerzas del orden, normalmente adiestradas para sofocar, disparar y disipar las manifestaciones cuando éstas se tornan incómodas para el establishment. Se trató de imágenes donde se veía la quema de hogares de dirigentes políticos y el escarnio público contra figuras del statu-quo gobernante, que más se parecían a la suerte de Luis XVI o Nicolás II que a los chalecos amarillos franceses, los anti-ICE californianos o los detractores de Ruto en Kenia.

La vivienda de un ex primer ministro fue incinerada y adentro estaba su esposa que, por supuesto, no sobrevivió al ataque de la turba embravecida. No se puede decir a ciencia cierta que los agitadores hayan estado al corriente de que adentro estaba la mujer, al contrario, bien puede deducirse que la impronta de la acción revolucionaria en tiempo real hizo que no tuvieran reparos ni grandes meditaciones. Cuando se pasa tan precipitadamente a la acción contra un régimen no hay demasiado margen para calcular la gravedad de las consecuencias. De hecho se viralizaron imágenes donde un grupo intenta rescatar a la mujer sacándola del lugar sin que nadie se los impida. Los intentos de salvarla del destino final fueron infructuosos, gran parte de su cuerpo había ya sufrido quemaduras de gravedad.

Distinta fue la suerte de Bishnu Prasad Paudel, ex ministro de Finanzas, al que atacaron provocándole un escarnio público no tan violento por los daños a su cuerpo sino más bien por el mensaje que se buscó transmitir: se lo desnudó y obligó a caminar despojado por un lecho del río, mientras se lo filmaba y se le propinaban golpes, insultos y otra clase de vilipendios. El escozor de ese video, al difundirse que se trataba de un miembro del gabinete nacional, sirvió para que rápidamente el mundo tomara nota de que lo que estaba pasando en el remoto país asiático tenía proporciones excelsas y podía parangonarse con cualquiera de los mayores alzamientos de la humanidad en los últimos 300 años.

Muchos medios progresistas se apresuraron a informar que el levantamiento obedecía a la crisis económica, algo que también hicieron con velocidad medios imperialistas -algunos a caballo del régimen chino-. Unos y otros estaban interesados en legitimar la secesión debido a que el Ejecutivo nepalí tenía un sesgo socialista y nacionalista en su retórica, cualidades que el macartismo y el imperialismo, respectivamente, aborrecen con venalidad. Si bien las protestas se habían iniciado días antes por causas económicas y algunas decisiones del gobierno, el tenor confrontativo y violento de la juventud se encendió sólo cuando el gobierno, arrinconado por la oposición y las marchas populares, resolvió suspender el uso de 26 plataformas de redes sociales en el país. Y fue la gota que rebalsó el vaso, o más bien, la chispa que desencadenó la hoguera.

Eludamos el debate sobre si, entonces, el alzamiento tuvo sesgos socialistas, capitalistas, imperialistas o antiimperialistas, de derecha o de izquierda. Antes de esa caracterización ideológica asumamos que la fibra más sensible del movimiento insurgente fue de carácter cultural, superestructural, del plano de lo que Marx llamó überbau: un ataque a la libertad de expresión. Entonces, para un gobierno tambaleante como el argentino, que tanto viene haciendo para denostar a quienes garantizan ese derecho y para cercenar el derecho a la información de la sociedad, sólo digamos, un refrán repetido hasta el hartazgo, no por ello menos vigente y oportuno: “Si ves las barbas de tu hermano cortar, pon las tuyas a remojar”. No todo es la economía, estúpido.