08 21 hesslingFranco Hessling Herrera

El último informe de la oficina de estadísticas laborales de Estados Unidos fue tan lapidario que, para disimularlo, Trump despidió a la titular de la entidad. Sin embargo, la retracción de las oportunidades y la alineación que homogeniza se hacen notar incluso en las compañías que alguna vez fueron el sueño de todo explotado.

Tras conocerse el último dato sobre empleo en los Estados Unidos, que no fue para nada alentador, el presidente Donald Trump resolvió eyectar de su cargo a Erika McEntarfer, la comisionada de la dirección de estadísticas laborales (BLS, por sus siglas en inglés), acusándola de orquestar maniobras cuantitativas para socavar su gobierno.

El republicano no toleró que las cifras fueran incontrastablemente recesivas, una palabra coyuntural que realmente corroe su imagen en aquellos pocos aspectos que, supuestamente, lo posicionan mejor que sus contrincantes demócratas en las elecciones que ganó el año pasado.

Desde la súbita determinación emanada desde el Salón Oval con relación a la comisionada, se ha explicado que el Bureau Laboral Statics opera con una metodología estandarizada hace varios años, con suficiente independencia política para abstraerse de las grescas partidarias y con una compleja colmena de recolectores y tabuladores de datos que eximen de toda acusación de parcialidad a sus directores.

La necesidad de encontrar culpables a los que señalar, dar vuelta rápido la página del escándalo por los archivos de Jeffrey Epstein que Trump había prometido publicar y luego solapó, más la tendencia de la derecha desembozada a quitarse responsabilidades por sus propias decisiones llevaron a que el presidente tome la leonina determinación de remover a la comisionada con imprecaciones infundadas sobre la imparcialidad y rigor técnico de su trabajo. Los datos, como se ha dicho, son sesudamente elaborados y con una metodología transparente, no digamos inobjetable, pero sí legítima y reconocida. Además, la tendencia histórica demuestra que el periodo abarcado por el estudio a menudo representa una caída en la cantidad de trabajadores, año tras año.

Las cifras del informe que desencadenó la furia de Trump dejaron en claro, igualmente, que la remisión de la economía norteamericana es sensible desde que el vociferante líder retornó a la Casa Blanca. Política arancelaria agresiva, quita de incentivos a las empresas medianas, reducción del gasto público, recortes en subsidios educativos y de salud, más un capricho de Trump por menospreciar a otro de sus rivales en la administración, Jerome Powell, titular del tesoro, que es equivalente al Banco Central en Argentina aunque con mayor autonomía respecto al gobierno de turno -FED, por sus siglas en inglés-, son sólo algunos de los factores que han causado desplomes en acciones, sacudidas en el mercado y esta reciente caída estrepitosa en la incorporación de nuevos empleos.

No toda la culpa es de la política del mandamás republicano, también hay un tono de época que ha llevado al deterioro no sólo de la cantidad de empleos sino también de su calidad. Un reciente reportaje de Kate Conger, publicado el mismo día que se conoció la resolución de Trump con respecto a McEntarfer, da cuenta de cómo han cambiado los empleos en las compañías tecnológicas. En otro tiempo, esos puestos eran anhelados por cualquiera, no sólo por los salarios elevados -que todavía así se mantienen- sino también por el clima de libertad, contención y fomento a la creatividad individual que proponían firmas como Apple, Google, Meta, Twitter (ahora X) o Amazon, el corazón de Silicon Valley. Las big tech no cayeron en desgracia en cuanto a ganancias, pero han cambiado su perspectiva con respecto al clima laboral y la cultura organizacional. Ahora prima el temor, el trabajo duro y la rigidez sin miramientos.

Ese giro de 180° en la gestión de sus recursos humanos se retrata con testimonios esclarecedores, como el de la ingeniera Grey, quien abandonó su cargo en Google hace algunos meses, tras prácticamente 18 años en la compañía. Cuenta que cuando fue reclutada no salía del ensueño al observar que en las instalaciones había gimnasio libre, comida a placer y espacios de recreación que se conjugaban con horarios laxos y apertura con respecto a los debates y las agendas polémicas de la sociedad, como las causas de la comunidad LGTBQI. El punto de quiebre fue 2022 y 2023, año en que los despidos azotaron a las tecnológicas y que Mark Zuckerberg llamó “de la eficiencia”. Primero se atribuyó el achicamiento a la salida de la pandemia y el retorno a la presencialidad que disminuía la demanda de servicios digitales, pero ese argumento quedó corto.

Últimamente se ha reconocido, por boca de los propietarios de esas compañías, pero también de empleados y ex trabajadores, que el asunto es algo más hondo: efectivamente la IA podría empezar a reemplazar de modo permanente a muchos de los ingenieros que la han desarrollado, perfeccionado y pulido. Vaya paradoja. Además, hay una sobreabundancia de tales ingenieros y posiciones técnicas, lo que ha llevado a que las compañías endurezcan su cultura empresarial y su administración del personal. En otras palabras: quien no se alinea con el perfil, posiciones públicas y trabajo esclavizante puede ir viéndose fuera de las oficinas donde todavía se ofrece comida gratis, pero se han recortado premios económicos, libertades y tratos personales. Se ha pasado, por ejemplo, de pagar bonos de 1000 dólares una vez al año y motivar las creaciones originales a una mentalidad empresarial del menor costo posible con la menor cantidad de gente posible, de la manera más uniforme que se pueda.

Esas empresas son las matrices ideológicas de compañías domésticas que apenas están a su sombra como Mercado Libre y Globant, que se limitan a copiar sin mejorar ni innovar lo que hacen las startups y fintech del norte. Conviene advertirlo porque podríamos, más temprano que tarde, acabar con el mito doméstico de que esas empresas ofrecen las mejores y más ansiadas posiciones laborales en Argentina. El golpe de timón podría estar a la vuelta de la esquina. Pongamos las barbas a remojar.