05 08 muniz3Por Antonio Muñiz

Mientras las provincias se aíslan y el Estado nacional renuncia a su función de articular un rumbo común, la Argentina enfrenta una crisis profunda de cohesión territorial y política. Sin un proyecto común, el país se fragmenta en feudos desconectados, sin un horizonte compartido.

La Argentina atraviesa una mutación silenciosa pero profunda. Mientras los titulares se concentran en la inflación, los recortes o los choques discursivos del oficialismo, una transformación de fondo redefine el equilibrio de poder en el país: el centro político —no sólo como ubicación institucional o territorial, sino como idea ordenadora del Estado y la Nación— se descompone.

Lo que está en crisis no es solamente el gobierno de Javier Milei, sino el rol mismo del Estado nacional como eje articulador del territorio. A medida que el poder real se territorializa y las provincias se repliegan sobre sí mismas, el escenario se asemeja cada vez más a una balcanización institucional: una sumatoria de enclaves con racionalidades autónomas, sin proyecto común ni voluntad de integración.

 

Federalismo sin Nación: provincias como feudos

El desdoblamiento electoral que realizaron la mayoría de los gobernadores en 2023, o ahora en 2025, no fue un simple movimiento táctico: fue una señal política clara. Las provincias ya no se reconocen en la dinámica nacional. Operan como unidades de poder con agenda propia, donde la lealtad partidaria ha sido reemplazada por el pragmatismo de la supervivencia. El capital político se construye en clave local, y el poder nacional se percibe como un riesgo antes que como una oportunidad.

Lo que debiera ser un federalismo cooperativo se ha reducido a un sistema de transferencias fiscales sin correlato estratégico. La coparticipación, lejos de impulsar desarrollo, actúa como subsidio a la gobernabilidad de aparatos provinciales muchas veces cerrados y refractarios al cambio. Cuando ese flujo se ve amenazado —como ocurre hoy con la política fiscal de Milei—, la tensión explota. La Nación ya no cohesiona; apenas administra.

 

Presidencia sin hegemonía: el vacío en el centro

El caso de Javier Milei expresa esta crisis con nitidez. Su figura concentra simbólicamente un poder presidencialista exacerbado, pero carece de los componentes estructurales que hacen a un liderazgo efectivo: no tiene partido, no controla el Congreso, no construye alianzas territoriales. Lo suyo es una conducción por shock, basada en la disrupción más que en la articulación o el consenso.

En términos gramscianos, se trata de un cesarismo sin hegemonía. No hay construcción de sentido ni voluntad de integración: hay mando, pero sin interés en generar proyecto común. El Estado se reduce a una mínima expresión funcional, garantizar un orden en beneficio de los negocios, mientras el poder político real se disputa en otros planos: el Congreso, las provincias, los medios y sobre todo los mercados

 

La Nación como problema: entre el repliegue provincial y el sálvese quien pueda

El drama argentino actual no es solo económico: es existencial. La pregunta por el destino nacional ha desaparecido de la escena pública. Ya no se discute qué país construir, sino cómo sobrevivir en un contexto de anomia generalizada. Las regiones ensayan respuestas fragmentarias —como la Región Centro, el Norte Grande, o las provincias patagónicas—, pero lo hacen desde la lógica defensiva, sin proyección de comunidad política.

La pregunta de fondo es incómoda pero urgente: ¿hay hoy en la Argentina un sujeto político dispuesto a reconstruir un proyecto nacional? ¿Quién articula un horizonte que supere la lógica del ajuste, el repliegue o la desintegración territorial?

 

El desafío: reconstituir el centro desde abajo

Recuperar un proyecto nacional no implica recentralizar el poder en Buenos Aires, sino redefinir el vínculo federal desde una lógica de reconstrucción de la comunidad nacional. Implica construir una agenda de desarrollo, ciudadanía e integración que pueda ser compartida por los distintos actores territoriales, sociales y económicos del país.

De lo contrario, la balcanización no será solo electoral o fiscal. Será existencial. Una Argentina sin nación, sin horizonte, sin futuro común, así no habrá comunidad que se sostenga.

 

Columna publicada en datapoliticayeconomica.com.ar