Alberto Fernández
Expresidente de la Nación
Estamos entrando a un mundo distinto. No tenemos en claro cómo será la política, cómo evolucionará la economía ni como actuaran los Estados ante la desigualdad social que se vive.
Nadie sabe si nuevos nacionalismos pondrán fin al multilateralismo y la globalización. Enfrentamos con temor que se avecine un tiempo en el que el narcisismo y la individualidad sepulten valores tan trascendentales como la solidaridad. Estamos temerosos de que la violencia y las guerras se vuelvan un modo valido para resolver conflictos.
La pandemia ha alterado el pensamiento en todo el mundo. Hombres y mujeres de todas las condiciones sociales vieron como in virus invisible fue capaz de arrasar a la misma humanidad. También vieron la desigualdad imperante. Dos datos confirman lo dicho. Repentinamente conocimos que 11 fortunas poseían el 40 % del PIB global. Después supimos que el mundo central (el 10 % de la población) concentró para si el 90 % de las vacunas, mientras que el 90 % de aquella población mundial mendigaba a los poderosos acceder al 10 % de las vacunas producidas.
Todos conocimos entonces la desigualdad al que nos había conducido el capitalismo financiero. Fue cuando el pensamiento comenzó a variar. Muchos creyeron que el sistema se había agotado y buscando un cambio acabaron proyectando al poder a los mismos causantes de la desigualdad. Lentamente, la derecha fue expandiendo las trampas de su ideología hasta atrapar a los desamparados.
En ese contexto Trump volvió a gobernar los Estados Unidos de América. Ya no gobierna a la primer potencia del mundo aunque su proverbial altanería pueda hacerle creer a alguien que el “imperio americano” no está falleciendo. Su llegada al poder, determinó el distanciamiento con Europa y Ucrania y el aval a las incursiones asesinas de Israel sobre la Franja de Gaza. Ahora, la nueva batalla Trump la libra en el escenario comercial tratando de frenar el avance Chino. En esa batalla puso barreras a cualquier importación y, en los hechos, pegó un disparo de muerte a la misma globalización.
Mientras tanto China, silenciosamente, ha crecido hasta volverse ese gigante que hoy vemos avanzar. Es el mayor poseedor de bonos del tesoro norteamericano. Es también hoy la primer potencia comercial del mundo. Ha desarrollado tecnología de un modo asombroso postergando a europeos y americanos. Despliega nuevas energías invirtiendo en todo el mundo. Se ha convertido en el principal impulsor del multilateralismo y ha estado ajeno a intromisiones en otros Estados y de cualquier conflicto bélico en los últimos setenta años.
China se abre y avanza y Estados Unidos se cierra y agota. En Europa y el resto de América la derecha resiste y hasta se impone en algunos países.
En este mundo materialista y calculador ha muerto el mayor líder moral que ha tenido la humanidad. Murió Francisco. El primer Papa sudamericano. El primer Jesuita en ocupar el sillón de Pedro.
Francisco protegió a las desposeídos, a los marginados, a los emigrantes y a las minorías sexuales. Mientras lo hizo criticó sin medias tintas la indecencia del capitalismo que concentra riqueza en pocos y distribuye pobreza en millones. Puso a la luz pública las finanzas del Vaticano y persiguió a los pederastas vestidos con sotanas sacerdotales que la Iglesia protegía.
Francisco se ha muerto y con ello la Argentina ha perdido a un líder que silenciosamente siempre ayudó a nuestra Patria.
Sin la prédica bondadosa y pacifista de Francisco y con las bravuconadas verbales de Trump, el mundo será otro. Más desigual y más inseguro.
Entre tanta incertidumbre, los argentinos deambulamos entre una política atomizada y una economía recesiva. Un gobierno que se alinea inexplicablemente a las locuras de Trump cuando depende económicamente de China. Abandonó el lugar que teníamos en los BRICS para celebrar ser parte del “patio trasero” del trumpismo. Maltrata al MERCOSUR descuidando que Brasil es nuestro principal socio comercial.
Nuestra democracia está en crisis porque quienes gobiernan Argentina desairan la convivencia democratica. Cualquier crítica es despreciada. Cualquier manifestación es reprimida. Así, se pierde el respeto colectivo y los riesgos del deterioro institucional aumentan.
Todo eso sucede en una economía que ha padecido un ajuste insoportable que generó recesión y despidos, dos devaluaciones que profundizaron la pobreza y un mayor endeudamiento que no nos deja ver un futuro promisorio.
Este es el tiempo que nos toca vivir. Un tiempo incierto, complejo y peligroso. Un tiempo en el que el “imperio americano” se muestra decadente, el “viejo mundo” europeo parece haber perdido la brújula y un nuevo coloso llamado China ya se ha despertado y camina.
El secreto en Argentina, la periferia del mundo, es ver como enfrentamos tantos desafíos caminando por la cornisa que transitan los frenéticos que gobiernan.