Por Mario Casalla
(Especial para Punto Uno)
En el momento en que esta nota esté en sus manos, amigo lector, la ciudadanía de la República Oriental del Uruguay estará dirimiendo quien será su nuevo presidente. Lo hará en una segunda vuelta (ballotage) porque ninguna de las dos primeras fórmulas alcanzó el 50% de los votos necesarios.
En primer lugar se ubicó el Partido del Frente Amplio (FA), conformado por el candidato presidencial Yamandú Orsi y por Carolina Cosse, candidata a la vicepresidencia y en segundo, el Partido Nacional, la fuerza oficialista liderada por el actual presidente Lacalle Pou, e integrada por Álvaro Luis Delgado junto a Shirley Valeria Ripoll como vice.
La diferencia entre ambos es muy ajustada y seguramente el resultado tardará en conocerse. Por cierto, desde esta orilla del Río de la Plata, esto será seguido con mucho interés.
Mientras esperamos, quisiera recordar aquí el pensamiento y la obra de Alberto Methol Ferré (Montevideo, 31 de marzo de 1929, 15 de noviembre de 2009) al que me permito llamar “uruguayo ejemplar”, no porque el Uruguay no tuviera otros y muy buenos también, sino por la forma integral y creativa en que comprendía la historia de su país y desde allí la de América Latina en su conjunto. Ese pensar situado, clave para pesar los fenómenos históricos, político y sociales.
Una cena en Paraguay
Prefiero recordar nuestro último encuentro en vida. Lo traté durante muchos años y por última vez fue en Asunción del Paraguay, pocas semanas antes de su muerte. Participábamos allí con Alberto de un seminario internacional sobre educación, organizado por un conjunto de gremios docentes latinoamericanos nucleados en la Federación Latinoamericana de Trabajadores de la Educación y la Cultura (FLATEC). Ambos hablamos en sendos plenarios y yo además escuche una magnífica exposición suya sobre la situación política latinoamericana. Como siempre nos deslumbró con su sabiduría y solvencia intelectual, a lo cual se agregaba una pasión que no es común en la esfera de los denominados “especialistas”.
Es que Methol era –en el sentido más profundo de ambos términos- un intelectual y un ideólogo, es decir alguien que piensa los problemas con visión y proyección política, tanto como predica ideas en las que cree profundamente y apuesta a ellas con su vida y con su ejemplo. Ese pensamiento político hecho credo se sintetizaba en Methol con dos palabras, tan sencillas como difíciles: integración latinoamericana. O si prefieren, patria grande, o unión sudamericana. Denominaciones todas ellas que, curiosamente, mencionan tanto una falta como una procedencia. Hacia ella trabajosamente tendemos y de su resquebrajamiento procedemos. De ese todo mayor surgieron, entre miopías locales y fuertes condicionamientos exteriores. estas débiles realidades nacionales.
Poco antes de regresar a nuestras respectivas “provincias” (Montevideo y Buenos Aires) tuvimos una entretenidísima cena en Asunción en casa de quien entonces era el embajador argentino en Paraguay (Rafael “Balito” Romá) y varios dirigentes sindicales docentes también fuertemente comprometidos con ese ideal concreto de la unidad latinoamericana.
Y a pesar de esas coincidencias básicas (o acaso por eso mismo) polemizamos bastante acerca de medios, caminos y oportunidades para alcanzar esa soñada unidad regional. Es que en una mesa donde estaba Methol, la buena conversación era un arte hecho de réplicas, propuestas y búsquedas consensuadas. Methol era –permítaseme la expresión- el “uruguayo ejemplar”: es decir un artiguista que conocía muy bien su papel de puente entre dos potencias subregionales, condenadas a entenderse para el bien común de la región (Brasil y Argentina); a diferencia de aquellos otros que jugaron -en cambio- a la función de “algodón entre dos cristales”, pretensión inglesa para la naciente República Oriental del Uruguay en el siglo XIX.
Alberto, “blanco” y nacional de toda la vida y creador en sus inicios del actual Frente Amplio (en épocas de Liber Seregni), sabía que si Uruguay tenía un destino propio era zafando de ese lugar inglés (o portugués) y adoptando en cambio el programa del federalismo regional artiguista, aggiornado a la naturaleza de estos tiempos.
Por eso era una figura “molesta” en el propio Uruguay, ya que les recordaba permanentemente a sus compatriotas ese otro camino posible, más allá de la utopía de ser una “suiza rioplatense”, o del sueño “colorado” de la república neutral, laica y casi perfecta, con secreto bancario y Punta del Este incluida.
Sabía muy bien Methol que la grandeza y el real poderío uruguayo estaba en ese papel de “puente” a favor de la unidad regional y no en esos menesteres secundarios como ayudante de campo del imperialismo de turno. Por eso fue amigo de argentinos y de brasileros; pero también fue crítico incondicional cuando esas dirigencias se apartaban de la gran obligación política: entenderse e impulsar a la región por el camino regio de la integración y liberación nacional.
La revista “Nexo” -que fundara y dirigiera con Washington Reyes Abadie- llevó ese nombre precisamente porque asumió esa gran tarea “uruguaya”: predicar la integración.
De este lado del Plata
Tampoco en la Argentina, donde se lo invitó reiteradamente y su palabra era muy valorada, fue sabor grato a todos los paladares porque también aquí predicó incansablemente esos mismos ideales.
A las izquierdas no les gustaba demasiado que Methol fuera un hijo intelectual de Rodó y Vasconcelos y a las derechas que fuese hermano intelectual de Abelardo Ramos. Claro, Methol iba más allá de las derechas y de las izquierdas, porque Methol se autodenominaba “pochista”, en tanto hijo intelectual de Perón, a quien, en su estilo coloquial, cargado de cariño y admiración, gustaba llamar “el Pocho”. “¿Qué clase de pochistas son ustedes -gritaba Methol con esa voz de trueno que tenía cuando se enojaba, interpelando al pejotismo- que se han olvidado lo fundamental del pensamiento del Pocho?”
Todavía recuerdo el fuego de sus ojos y su voz de trueno cuando denunciaba el abandono, por parte de la mayoría de la dirigencia peronista, del pensamiento estratégico de Perón. Methol estaba entrañablemente unido al peronismo. Y claro, eso no es nunca perdonable del todo en la Argentina, ni en el Río de la Plata. Era también Methol un pensador cristiano, un Teólogo de la Liberación, de frecuente trato con Jorge Mario Bergoglio, hoy el Papa Francisco. Cesanteado de su cargo público en el Uruguay por la dictadura de los ’70, asumió como asesor del CELAM y fue, desde allí, uno de los inspiradores y redactores del histórico “Documento de Puebla”.
Años antes había polemizado con Gustavo Gutiérrez sobre Teología de la Liberación, aunque después admitió sin cortapisas que la derrota de esa línea teológica latinoamericana sirvió para que los sectores más reaccionarios de la ortodoxia terminaran minimizando, o directamente archivando, esa “opción preferencial por lo pobres” con la cual él acordaba en lo sustancial.
En fin, otra polémica que tengo abierta para seguir conversando donde esté. Allí hay que seguirla, porque estoy seguro que Tucho todavía tiene con qué provocarme al respecto. También seguiremos discutiendo –seguramente- sobre su singular interpretación sobre la unidad de las coronas española y portuguesa para la posterior unión iberoamericana, sobre el peronismo y sus destinos posibles y sobre cuántos tópicos quiera él traer a la mesa. Pero debo desde ya prevenirme: en el cielo o dónde esté, Tucho correrá también con ventaja, porque los Ángeles seguramente estarán de su lado. Y no es poca cosa tratándose de un uruguayo de ley.