abelcornejoPor Abel Cornejo

No hace falta abjurar de los principios, ni renegar de ellos, pero sí ser absolutamente objetivo con lo que sucede en la realidad de nuestro país.

Lo cierto es que en poco más de dos años, de ser una suerte de showman de programas políticos y del espectáculo, previo paso fugaz por la Cámara de Diputados de la Nación, Javier Milei se convirtió en presidente de los argentinos y junto con ello en la figura central de la escena pública.

Esta afirmación no es una apología, sino una descripción, porque la centralidad además lo encontró en la posición indisputable, no ya de arbitrar la política nacional, sino en convertirse en una especie de pac-man que fue abrevando y deglutiendo varios espacios, no solamente uno.

La suma del ballottage ya es historia, lo que nadie pensó es lo que sucedió después y es la consolidación de un liderazgo absolutamente inusual y desconocido en nuestro país, que no necesariamente es disruptivo como el propio Milei y sus asesores pretenden, sino más bien no convencional. No desmerece su centralidad el no ser disruptivo. Esta palabra tan en boga, que ha sido sustantivizada, en realidad apunta al verdadero sustantivo que es la disrupción, cuyo significado es rotura o interrupción brusca.

Milei no rompió el sistema. Él se autopercibía -remarco el pretérito– como el que venía a ser el “disruptor” del Estado. Textualmente en un reportaje ante una cronista extranjera afirmó que venía a destruirlo. Poco antes aseveró que el Estado era una banda u organización criminal. Las mieles del poder y sus necesidades políticas lo hicieron cambiar abruptamente de opinión. Y entonces, un día la China dejó de ser el demonio comunista y mutó en una economía con la que se puede negociar; el Banco Central ya no debería ser demolido por el nunca asumido presidente Emilio Ocampo, sino que se le encontraron múltiples utilidades para mantener y sostener el precio del dólar; el peso dejó de ser un excremento para convertirse en uno de los componentes de una economía bimonetaria y así sucesivamente. El “nido de ratas”, como bautizó al Congreso transmutó en un lugar donde se construyó el partido de la minoría, de suma utilidad a la hora de mantener los vetos presidenciales. Lo único que se mantuvo intacta fue la catatara de insultos según sea el objeto a destruir y la violencia verbal como forma autorizada de hacer política. Las bravatas y las diatribas como políticas de Estado.

Sin embargo, consiguió algo mucho más asombroso y es que los titubeos tímidos y hasta temerosos de los llamados colaboradores por unos y colaboracionistas por otros, tuvieron el famoso efecto hormiguero pateado y tras ello se produjo la diáspora de la oposición.

Al presidente, si tuviese que afrontar mañana un compromiso, le daría exactamente lo mismo sacar un 50% o un 30%, en cualquiera de los casos ganaría cómodamente las elecciones. Y como si todo eso fuese poco, logró un milagro, como es el de haber elegido en forma casi personal a su antagonista: Cristina Fernández de Kirchner, quien encarna para la facción libertaria la suma de todos los miedos. Sin que falte uno solo.

La canción de Axel, nunca se empezó a componer. Mauricio Macri, aggiornado con idioma liberal libertario se autopercibe viejo meado -con lo despiadada y discriminatoria de la calificación en sí, pues nadie se salvará de llegar a la senectud-, navega aguas procelosas de la duda entre colaborar más o menos o renegar un poco más o un poco menos. Una inanidad. Es decir, vacío de contenido. Kant enseñaba que los pensamientos sin contenido son vacíos y las intuiciones sin conceptos, son ciegas. El insigne filósofo prusiano murió en Königsberg en 1804. Sin embargo, con esa frase pareció imaginar, al menos una parte del futuro político argentino doscientos veinte años más tarde. Cristina está claro que no lo es, ni fue, ni será propensa a las autocríticas. Es demasiado conocida como para actuar como desconocida y su fervor, sin restarle un ápice de mérito a su militancia, la convierten en la antagonista ideal para Javier Milei.

Tal vez los parecidos de los diferentes. O los diferentes de los parecidos. En gramática, el orden de los factores si altera el producto. Con ese esquema de cara al futuro, algo hay que tener en claro: casi con certeza más de un 30% de los argentinos no se sienten representados por ninguno de los dos oponentes y estamos hablando de la tercera parte del todo.

Es como si el escenario hubiera quedado angosto. O como quisieran algunos, la sala donde se desarrolla la función de teatro, queda chica o vacía en un tercio. Según cuál sea el observador.

¿Surgirá algo superador que no lo estamos viendo? Porque a Milei, con honestidad total: nadie lo vio.