Por Franco Hessling Herrera
El alineamiento fanático del presidente con la derecha mundial y en particular con los Estados Unidos podría significar que una derrota de Donald Trump en noviembre tenga mayor impacto del esperado. El mal trago de Kamala Harris para Milei y LLA.
Conviene irse anticipando a los hechos de aquello que, en ciertos sentidos y nada menores, determina la geopolítica de la región latinoamericana: las elecciones presidenciales de los Estados Unidos, en las que ya existe la certeza de que habrá nuevo presidente a partir de enero del año próximo.
Finalmente, Joe Biden se bajó de la carrera por la re-elección hace algunas semanas y abrió paso a su vicepresidenta, Kamala Harris.
Aunque no resalten a simple vista, los demócratas han subrayado con énfasis su condición de mujer afrodescendiente y con rasgos latinos, asociada a la agenda liberal progresista que a nivel mundial se menciona, a menudo, como “wokismo”. Hasta este momento, Harris había sido una vicepresidenta discreta, y que no se entienda ese epíteto en sentido peyorativo: su perfil bajo es ahora su principal ganancia de campaña.
Los intentos de los republicanos de pegarla con lo peor de la gestión de Biden, aquello que la sociedad norteamericana más repudia según las encuestas -como la apertura a la migración o el exceso de ayuda a Ucrania, entre otras cosas-, han sido infructuosos justamente porque como vicepresidenta tuvo un perfil en extremo discreto, silbando bajo y sin cobrar demasiado protagonismo en ningún momento.
También puede leerse ese perfil como vicepresidente como aquello que impulsó a los demócratas a postularla en reemplazo al candidato natural a buscar la re-elección, el propio presidente Biden. Nunca quiso más poder del que le correspondía ni pretendió sabotear al presidente, pese a que tambaleó durante varios meses hasta que el debate definitivo terminó por mostrarlo muy débil como oponente de un Donald Trump que venía en alza.
La novedad es justamente que Harris detuvo ese auge de Trump en su carrera por retornar a la Casa Blanca. Desde sus condenas parecía que la sociedad norteamericana marchaba a darle un contundente triunfo en el re-match con Biden. Ello se había profundizado tras el citado debate televisivo y Trump ya parecía regodearse en sus intervenciones públicas. Sin embargo, en las últimas semanas se conocieron los primeros impactos en las mediciones de la nominación de Harris en lugar de Biden: se volvió al escenario de empate técnico.
De hecho, tras la convención demócrata de agosto, podría darse el caso de que por primera vez en esta campaña los demócratas den vuelta las encuestas. Se sabe que luego de las convenciones de cada partido suele haber un leve impacto positivo en los sondeos. Todavía faltan tres meses para la elección definitiva y podrían haber cambios en esas previsiones, pero nada será tan relevante como la salida de Biden y el ingreso de Kamala Harris. Todo indica que, tal como ha venido siendo en las últimas dos elecciones, el asunto se definirá en los estados indecisos, en particular Pensilvania y Wisconsin.
Para Argentina un triunfo de Harris no sería catastrófico, pero cambiaría el ánimo afable que acompaña hasta ahora al gobierno libertario de Javier Gerardo Milei. Con su apasionado alineamiento con la derecha republicana norteamericana y con Estados Unidos en general, una derrota de Trump podría tener mayor impacto en la Casa Rosada del que suelen tener los comicios estadounidenses.