05 15 hessPor Franco David Hessling

De la misma manera que la economía neoclásica vienesa postula la maximización como principio central, algunas tendencias progresistas operan con el mismo principio frente a cuestiones aceptadas como necesarias. Pero, evidentemente, nada en exceso es bueno.

La semana pasada se conocieron nuevos avances en un proyecto de investigación coordinado desde la Universidad de Oxford, en colaboración con académicos de la Universidad de Nueva Gales del Sur, Australia, en el que se discute si la mayor conciencia sobre las enfermedades mentales y los trastornos de salud mental previenen o hacen incrementar la cantidad de diagnósticos. Una inflación generalizada de salud mental: más visibilización, más conciencia, más ataques, más casos.

A esa hipótesis la han llamado “prevalence inflation”, es decir, la prevalencia de la inflación. Interpretan que cuanto más se instala en la agenda de instituciones educativas, sociales y deportivas los debates en torno a la salud mental, se registran más ataques que evidencian desequilibrios en la salud mental y se incrementan los diagnósticos de trastornos. Lo que en principio parecía obvio como política sanitaria, es decir, incrementar la visibilización y conciencia sobre los problemas de salud mental, podría haberse convertido en la principal causa del volumen ascendente de ese tipo de problemas.

Hace pocos días, el New York Times publicó una entrevista con una de las psicólogas especializadas que trabajó en el proyecto financiado por la Universidad de Oxford. Lucy Foulkes es experta en estudios sobre psicología del desarrollo, relaciones familiares e infancias y adolescencias. En su opinión, el “bombardeo” de información sobre salud mental entre infancias, púberes y adolescentes ha provocado también un incremento de casos, episodios asociados con la ansiedad, el pánico o las emociones y los diagnósticos que terminan por prescribir medicación neurológica.

“Parecía que cuanto más intentábamos concienciar sobre el problema, menos mejoraba y, de hecho, más empeoraba”, afirmó Foulkes en tal entrevista, desde su propia experiencia pedagógica. En un artículo que ella publicó en 2023 con Jack Andrews, se concluye que “los esfuerzos para aumentar la concientiazación sobre los problemas de salud mental están conduciendo inadvertidamente a un aumento de las tasas notificadas de problemas de salud mental. Proponemos que esto ocurre a través de dos mecanismos que denominamos mejora del reconocimiento y sobreinterpretación”.

Lo primero, la mejora del reconocimiento es una consecuencia directa y positiva de las políticas de visibilización. Cuando ello se convierte en “bombardeo”, sin embargo, se comienzan a sobredimensionar situaciones y cuadros. Con instituciones que generan abundancia de resortes organizativos abocados específicamente a salud mental, la propia necesidad de justificar su existencia los obliga al bombardeo y, entonces, las sobreinterpretaciones decantan insoslayablemente. De allí la inflación de casos, diagnósticos y jóvenes medicalizados con fármacos neurológicos.

A contramano con los resultados que arroja esa investigación, en los últimos años la Universidad Nacional de Salta ha adoptado un paradigma que podríamos llamar de “contención”, asociado a esa primera etapa de la “prevalencia de la inflación”, asociada con hiper-visibilizar, prestar especial atención y generar conciencia sobre los problemas de salud mental. De hecho, la actual gestión rectoral promueve la creación de equipos por facultad para atender específicamente asuntos de salud mental. Con un especial enfoque en que esos equipos trabajen con el estudiantado, como si la docencia o los trabajadores no docentes serían inmunes a los problemas emocionales que derivan en trastornos mentales.

Nadie niega la necesidad de asumir el primer mecanismo que reconoce el trabajo de Foulkes y Andrews, es decir, la mejora en el reconocimiento de casos que reclamen asistencia profesional específica. Sin embargo, la creación de más resortes institucionales que “contengan” pretendiendo visibilizar, podrían generar el efecto contrario de incrementar los problemas y, a su vez, distraer a las instituciones educativas sobre sus funciones principales, como formar profesionales de excelencia teórica, técnica y ética.