Tras seis meses, más de 30 mil kilómetros recorridos y diez puertos internacionales visitados, María de los Ángeles Corrillo, cabo principal de la Armada Argentina, regresó al Puerto de Buenos Aires con el orgullo de haber cumplido su misión y la emoción de reencontrarse con su esposo, su hija Zamira, padres, hermanos y amigos.
La Fragata ARA Libertad, el emblemático buque escuela de la Armada Argentina, volvió a amarrar en el Puerto de Buenos Aires el pasado domingo por la mañana, luego de completar una circunnavegación de 39.700 kilómetros, con 10 puertos internacionales visitados y 169 días de navegación.
Su llegada, pasadas las 10, marcó el cierre oficial del 53° viaje de instrucción, una tradición naval que se sostiene desde hace más de medio siglo y que forma parte del legado histórico de la fuerza.
El viaje comenzó el 7 de junio, cuando la Fragata zarpó rumbo a Recife, Brasil, en el primero de los dos cruces atlánticos previstos. A bordo viajaron 270 tripulantes: 27 oficiales, 51 guardiamarinas en comisión y 192 suboficiales y cabos. También participaron invitados de otras fuerzas e instituciones, tanto argentinas como extranjeras.
Durante seis meses, la tripulación atravesó mares desafiantes, visitó puertos estratégicos y representó al país en cada escala. “Cada puerto era un recibimiento distinto, pero siempre con mucha calidez. Te sentías como en casa, aunque estuvieras a miles de kilómetros”, relató a Punto Uno la cabo principal María de los Ángeles Corrillo, una de las protagonistas de esta travesía.
El domingo, desde temprano, el Puerto de Buenos Aires se convirtió en un escenario de reencuentros. Familias y amigos aguardaban con ansiedad la llegada de los marinos. Entre ellos, se encontraban los allegados de los casi 270 tripulantes, de los cuales aproximadamente 30 son oriundos de Salta. Hubo lágrimas, abrazos y sonrisas que reflejaron la mezcla de alegría y alivio por el regreso.
Corrillo, especialista en informática, no podía ocultar su emoción al reencontrarse con su hija Zamira. “Lo primero que quería era verla. Pensé que solo iban a estar mis padres y mi marido, pero aparecieron amigos, compañeros de la Armada y hasta mis amigas de siempre. Fue un recibimiento que me desbordó de alegría”, confesó emocionada.
Una primera experiencia
Con 33 años y más de una década de servicio en la Armada, Corrillo vivió su primera experiencia de navegación en alta mar. “Mi especialidad no es embarcar, siempre trabajé en tierra. Por eso, cuando me dijeron que iba a formar parte de la tripulación, sentí miedo. Era la primera vez que me alejaba de mi familia por tanto tiempo”, explicó.
Su tarea consistió en verificar el funcionamiento de las computadoras, supervisar el nuevo servidor incorporado y garantizar el mantenimiento de los equipos informáticos a bordo. “Yo lo que hago es revisar las computadoras, los servidores, los switches. Esta vez se incorporó un nuevo servidor y tuve que asegurarme de que todo funcionara. Fue exigente, porque trabajar con equipos mientras el barco se mueve no es fácil”, detalló.
La cabo recordó el momento en que recibió la noticia de su participación: “Primero sentí miedo, porque nunca me había alejado de mi hija. Mi marido y mi pequeña familia fueron mi sostén. Ellos me dijeron: ‘Seguí adelante, vos podés’. Y así me embarqué”.
Más allá de lo laboral, destacó la riqueza personal que le dejó la experiencia: “Conocer distintos países, distintas formas de vida y tecnologías fue un privilegio. En algunos lugares todo era más precario, en otros más avanzados, pero siempre emocionante. Cada puerto nos recibía con cariño, y eso hacía que nos sintiéramos como en casa”.
Recibimientos memorables
Entre las escalas más impactantes, Corrillo recordó la llegada a Puerto Limón, Costa Rica: “Nos recibió la Armada de ellos, con una banda y niños que tocaban música. Fue muy lindo, aunque no pudimos sacar fotos porque debíamos cumplir con las formaciones militares. Igual, quedó grabado en mi memoria”.
La travesía también tuvo momentos de tensión. “Nos tocó pasar por dos huracanes cerca de Santo Domingo. Tuvimos que ir más lento para no meternos en el medio. El barco estaba bien estructurado y resistió, pero el movimiento era fuerte. Al principio costó adaptarse, pero después el cuerpo se acomoda. Ya no tenía esos síntomas de vómito, aunque sí dolores de cabeza”, relató.
