Por Pablo Borla
En el último año ha estado circulando, con mayor o menor intensidad por momentos, una entrevista realizada en 1952 a Jonas Salk, el inventor de la vacuna contra la poliomielitis, un doloroso flagelo mundial en la que se le preguntaba acerca de si patentaría la vacuna. Salk respondió “¿Se puede patentar el Sol?”.
Salk decía que no existía patente, que la gente era la dueña de la vacuna.
Aun cuando la poliomielitis es una enfermedad de larga data, hacia 1930 creció a un ritmo inusual y una década después ya se consideraba una pandemia por su alcance. Inhabilitante y fatal, los niños pequeños eran sus mayores víctimas y la aprobación de la vacuna de Salk fue una verdadera bendición.
Albert Sabin, por su parte, creó una fórmula de vacuna -que tampoco patentó- y que se ponía en gotas sobre un terrón de azúcar para compensar su fuerte sabor y que era mucho más fácil de distribuir y lograr que llegue a la mayor cantidad de personas. Muchos argentinos recordamos la fila de la escuela y las gotitas sobre el terrón de azúcar, que se usó hasta hace un año, ya que se volvió a la dosis inyectable.
En 2019, según datos de la Organización Mundial de la Salud, en todo el mundo se notificaron 156 casos de polio y se estima que la vacuna pudo evitar más de 16 millones de casos de parálisis por el virus.
En entrevista con el diario colombiano El Espectador, el psiquiatra y presidente para Latinoamérica de Médicos Sin Fronteras, Germán Casas afirmó que “Estamos seguros de que si liberan las patentes estaríamos venciendo la pandemia en menos de 12 meses. Pero también estamos seguros de que si no lo hacen la pandemia no se va a ir, y lo que va a generarse, que ya se está viendo, es que haya una inequidad en la población global, en donde hay personas que puede acceder a la vacuna porque sus países tienen más plata, y hay otras que tienen grandes dificultades, (…) porque no tenemos la capacidad de comprarlas”.
Las vacunas son un bien que hasta hace no demasiado tiempo era investigado por los Estados bajo el impulso de la Organización Mundial de la Salud y de allí se han tenido grandes logros como la erradicación de la viruela. Pero actualmente es la Organización Mundial de Comercio (OMC) la organización que las regula.
Recientemente Katherine Chi Tai, una abogada estadounidense que se desempeña como asesora comercial principal del Comité de Medios y Arbitrios de la Cámara de los Estados Unidos y a la que el presidente Joe Biden nominó como Representante de Comercio de los EE.UU afirmó a través de su cuenta de Twitter que “Estos tiempos y circunstancias extraordinarios exigen medidas extraordinarias. Estados Unidos apoya la exención de las protecciones de propiedad intelectual en las vacunas COVID-19 para ayudar a poner fin a la pandemia y participaremos activamente en las negociaciones de la OMT para que eso suceda”.
La Unión Europea, por su parte, se declaró dispuesta a iniciar conversaciones al respecto, lo que motivo la inmediata negativa en tal sentido del presidente de Pfizer, uno de los laboratorios que produce la vacuna.
El lobby de algunos laboratorios para presionar a los gobiernos a través de líderes de la oposición, personalidades públicas y medios de comunicación ya es tan evidente que los involucrados ni se molestan en contestar las acusaciones al respecto.
La industria farmacéutica, junto con la armamentística y las comunicaciones forman un tridente de las actividades más rentables del mundo y si bien se debe reconocer que los laboratorios hacen una inversión cuantiosa y no son entidades sin fines de lucro tampoco se puede desconocer que en el caso de esta pandemia los aportes realizados por los estados nacionales fueron muy significativos.
También, las garantías que protegen a la inversión y a la iniciativa privada son respetables pero, como señala K. Thai, estamos ante circunstancias excepcionales y el interés público -sobre todo cuando la vida de las personas está en juego- debe priorizarse por sobre el interés particular al que luego, seguramente, se encontrará como recompensar.
En estas decisiones que se tomen al respecto veremos reflejado el rumbo que la Humanidad decida seguir.
En un sistema capitalista dominante, parte de las reglas de juego del mercado es tratar de que no te quedes sin consumidores -si apuntamos exclusivamente al interés de lucro- y si bien ya resulta inmoral la diferencia acentuada de riquezas y recursos entre los países desarrollados y el resto del planeta, la globalización impulsa la necesidad de soluciones de orden global y más aún ante una pandemia que no sólo ha producido más de 3.200.000 muertes sino que ha sumergido la producción mundial en escalas que no se veían desde la Gran Depresión.
El tiempo es ahora y la manera es todos juntos.