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Cada 8 de marzo se multiplican las expresiones acerca de la importancia de la equidad para el lugar de la mujer en el mundo. Se reivindican las luchas feministas y se esperan cambios de conductas y legislaciones que allanen un camino que se inició hace más de un siglo.

Por Pablo Borla

Tampoco faltan quienes felicitan a las mujeres por su día o el jefe que les hace llegar flores, que generalmente son aceptadas con tolerancia, en espera de que el hombre comedido se dé cuenta, de una vez, por dónde viene la mano: que no se trata solo de hacerlas sentir queridas o especiales a través de un gesto efímero, sino de ponerse a la par en la lucha por condiciones de equidad y libertad, a las que las mujeres tienen derecho, ante todo por ser personas. Y esta palabra explica quizás que su lucha no se limite a sus propias condiciones de vida, sino que abarque también la de hombres, mujeres y niños que se encuentran en situación de vulnerabilidad y opresión.

Lo cierto es que los avances en la toma de conciencia y su traducción en la práctica aún son mínimos. Son pasos de hormiga.

Según un informe del Banco Mundial “El ritmo de las reformas hacia un trato igualitario de los derechos de la mujer ha caído al nivel más bajo en los últimos 20 años” y detalla que “El informe La Mujer, la Empresa y el Derecho 2023 mide leyes y regulaciones en 190 países en ocho áreas relacionadas con la participación económica de la mujer. Las ocho áreas son Movilidad, Trabajo, Remuneración, Matrimonio, Parentalidad, Empresariado, Activos y Jubilación. Los datos, que abarcan hasta el 1 de octubre de 2022, ofrecen parámetros de referencia objetivos para medir el progreso a nivel mundial hacia igualdad de género en el marco de la ley. En la actualidad, solo 14 países -todos ellos integrantes de las economías de ingreso alto- cuentan con leyes que otorgan a las mujeres los mismos derechos que a los hombres”.

Si en nuestras representaciones la mujer se asocia a la tierra y también al cuidado del hogar (el oikos griego), ellas nuevamente nos dan una lección sobre hacer de la debilidad una fortaleza, al ponerse al frente de las campañas de percepción del daño ambiental. Entendieron, y tuvieron la generosidad de recordarnos, que este mundo es nuestra casa, y es en esta tierra donde se juega nuestra supervivencia.

Más allá de la negativa de algunas mujeres a ser celebradas en ese día, o de que “todos los días deberían ser el día de la mujer”, el 8 de marzo no es sólo una fecha del calendario: es la oportunidad de decir lo que a veces damos por sentado, como las palabras de amor que callamos, a veces por pudor, a veces por no saber cómo decirlas. Es el día en que se reafirma que la mujer, cada una a su manera y a su gusto, tomó posesión de un lugar en el mundo. Es el día en que nos recuerdan que alzaron su voz para dejar de ser invisibilizadas y que luchan para que ese objetivo no les cueste la vida, como recuerda el hecho elegido para reconocerlas.

En Madrid, el 15 de junio de 1947, Eva dirigió un mensaje a la mujer española en el que dijo: “Este siglo no pasará a la historia con el nombre de “Siglo de la Desintegración Atómica”, sino con otro nombre mucho más significativo: “Siglo del Feminismo Victorioso”.

Aunque ese presagio, ese anhelo combativo, no se ha cumplido efectivamente aún, sino que se está construyendo. Su rumbo ya es irreversible. Es uno de los caminos hacia una sociedad más justa, más libre, más tolerante, más respetuosa e inclusiva.

Queda mucho camino por andar. La realidad, es que siguen muriendo mujeres solo por serlo; todavía perciben salarios inferiores a los de los hombres y son minoría en las candidaturas electorales y en los puestos en dónde se deciden los rumbos del país y del mundo, tanto en lo público como en lo privado. Aún son humilladas, cosificadas y reducidas a ser un objeto de posesión para muchos hombres, que se sienten acorralados ante el avance de los derechos de la mujer. Se trata de que también los hombres se atrevan a abandonar siglos de construcción social de patrones de conducta que han dejado una huella profunda y difícil de cambiar.

La capacidad de gestar de una mujer excede en mucho la maternidad: desde la diferencia que soporta, desde las inequidades que la relegan, puede gestar proyectos donde el arte, el humanismo, el trabajo entre varios y diversos potencie los recursos humanos, sociales y económicos que a veces nos limitan.

Ese progreso superará las voluntades de los gobiernos y llegará hasta el hogar de cada uno, cambiando los mandatos que nuestros hijos e hijas reciben a través de los roles que -ya más por costumbre que por convicción- les asignamos.

La revolución feminista también pasa por nuestra casa.