07 20 casallaPor Mario Casalla
(Especial para Punto Uno)

Para Yolanda Fernández Acevedo

Si se quiere comprender un poco más a fondo por qué se pudo (y puede) votar a un candidato como Javier Milei para presidir la Argentina, hay un pequeño libro que viene como anillo al dedo. Me refiero al “Discurso sobre la servidumbre voluntaria o contra el Uno” de Étienne de la Boétie, escrito en el siglo XVI.

Aprovecho para decir que conocí este escrito través de Alejandra González quien hizo su tesis sobre este discurso. Dicho esto, vayamos al nudo de la cuestión: quién era y por qué nos es útil todavía hoy esa obrita ya clásica de la filosofía política.

Una vida realmente singular

Dijo el conde de Buffon, en su discurso de recepción en la Academia, aquello de “El estilo es el hombre” y en el caso de Étienne de la Boétie esto es así. Hay un “estilo Étienne” (Esteban, en castellano) que se traduce en un muy singular estilo de vida. Pasó por la vida tan veloz como profundamente, vivió apenas 32 años. Y fue a los 18 años que escribió su “Discurso sobre la servidumbre voluntaria o el contra el Uno” que tiene la misma extensión de la edad del redactor: 18 páginas. Prueba de que no es necesario escribir mucho para lograr algo que invite a pensar.

Montaigne quiso conocer al joven de La Boétie y nació de ese encuentro una amistad que sólo acabará con la muerte de éste, víctima de la denominada “peste negra” (la peste bubónica, provocada por las ratas). Suele atribuirse a Montaigne la publicación de la obra, pero no es seguro. Al parecer de manera fragmentaria, se hizo después de la muerte del autor y estuvo a cargo de los hugonotes (protestantes franceses) que también fueron quienes, posteriormente, lo editaron íntegro; en ambos casos muy manipulado, al menos con respecto a las copias que finalmente fueron encontradas durmiendo un sueño de siglos en alguna biblioteca.

A pesar de que Montaigne tenía intención de publicarlo en uno de los capítulos de sus “Ensayos”, en concreto uno dedicado a la amistad que debía servir de prólogo al “Discurso”, finalmente renunció a ello, justificando su omisión por el mal uso que se había hecho del mismo.

A partir de ese momento (1580), el “Discurso” comienza a desvanecerse en las conciencias, salvo en la de algunos coleccionistas y anticuarios que lo buscaban desesperadamente. Quizá fueran estas circunstancias las que provocaron que el manuscrito original desapareciera para siempre, probablemente consumido por las llamas de un fuego purificador ya que fueron prohibidos por la Inquisición en 1676, al ser considerados heréticos; hasta que, en 1724, un editor ginebrino, el hugonote Pierre Coste, decidió publicarlos en París, incluyendo además el “Discurso” de La Boétie, tomado lógicamente de la edición de sus correligionarios. A partir de aquí, los “Ensayos” de Montaigne incluyeron, por regla general, el “Discurso”. ¿Y de qué hablaba este pequeño tratado de tan azarosa gestación?

 

La condición humana

Se trata de una singular antropología filosófica, la cual deja al descubierto lo que él llama nuestra “condición bárbara”, esa tendencia nefasta que anida en el interior de cada uno y lo hace tender a resignar la libertad en una suerte de tirano benéfico y salvador. Su relación conceptual con el “Leviatán” (1651) de Thomas Hobbes es inevitable. Para Hobbes “El hombre, es el lobo del hombre” y de ese miedo reverencial surge el Estado y la veneración que siente por ese custodio terrible de la seguridad y de la propiedad. En cambio, para Étienne de la Boetie esto no es así, más bien el Estado es ese Uno que tiende a ser tiránico y la solución no está en él, sino en cambiar la matriz bárbara que habita en el interior de cada uno de nosotros. De esta manera el “Discurso” prefigura la teoría del “Contrato Social” e invita al lector a una minuciosa vigilancia siempre con la libertad como punto de mira.

Los numerosos ejemplos sacados de la Antigüedad clásica que -como era costumbre en la época- aparecen en el texto, le permiten criticar, bajo una apariencia de erudición, la situación política de su tiempo. Si bien la Boetie fue un servidor del orden público (de hecho, ejercía como Juez en Burdeos) es considerado por algunos como un precursor intelectual de la desobediencia civil y del anarquismo.

Su prédica “contra el Uno” lo acerca a esas ideas revolucionarias dos siglos antes de que irrumpieran la Revolución Francesa; más aún, el hecho que Napoleón acabara con ella y con los ideales populares, es una prueba más de que el simple orden estatal no asegura para siempre la libertad: es indispensable la participación activa de los ciudadanos. Esta es necesaria porque si no el tirano (el Uno) desarraiga al hombre de la tierra de la libertad, destruye la amistad y destierra el pluralismo, saqueando las fronteras y alcanzando los reductos de la intimidad humana. “Es difícil creer que haya algo de público en este gobierno en el que todo es de Uno”, afirma. Muere así la cosa pública, el bien común, suplantado por la pretensión particular, subjetiva, de quien se erige en dueño de otros hombres. Agregando: “lo natural en el hombre es, por cierto, ser libre y querer serlo, pero su naturaleza es también tal que tiende espontáneamente a adoptar la forma que su naturaleza le confiere” y ésta, como ya bien sabemos es pasionalmente dual, dependerá en mucho de la costumbre y de a qué se lo convoca. Dios y demonio al mismo tiempo, será en el juego dramático de la política donde se juegue su destino.

Étienne muy bien intuía que el pueblo “es del todo abierto y disoluto para el placer que no puede experimentar honestamente, y al revés, para el dolor que honestamente no puede tolerar, insensible”. Como se advertirá fácilmente, el actual fenómeno Milei tiene en esta ambigüedad existencial del hombre un pilar fuerte en el cual sostenerse y crecer.

 

La posibilidad de una comunidad de hombres libres y amigos

A diferencia de los clásicos, no hay para el francés tiranía benéfica y tampoco se hace ilusiones; es consciente de que no todos tienen el coraje suficiente para querer ser libres, para reconocerse como tales. En su profética psicología de la servidumbre amalgama así dos vectores que, un poco más tarde, estarán condenados a divergir: libertad e igualdad.

Porque, en efecto, si somos libres es porque no es posible que “la naturaleza haya puesto a alguien en servidumbre, habiéndonos puesto a todos en compañía”. Más allá de esta condición ontológica, lo que denuncia la Boétie es la pérdida de esa enardecida pasión por defender la libertad que constituía la mejor defensa frente a quien buscara usurparla. Es absolutamente necesario que los hombres se impliquen en política y esto sin intereses espurios o manipulaciones sofísticas. Defensor acérrimo de las humanidades, considera la historia política como una lucha constante en favor de sostener las libertades. En esto la Amistad entre los hombres es fundamental, tal cual lo decían Aristóteles y su amigo inseparable Montaigne. La consideran una virtud sagrada cuyo sentido cívico descubre el bien común que la fuerza tiránica del individualismo disipa. El tirano es incapaz de ser amigo de sus semejantes y esta imposibilidad de amar y ser amado debería resultarnos hoy insoportable. Sólo una comunidad de hombres libres y amigos entre sí, hacen posible el sostenimiento de una vida auténticamente democrática. Pero precisamente lo que hoy está en jaque –a nivel global- es este tipo de vida. La crisis de representatividad es muy seria y recorre –como hilo de Ariadna- casi todos los países donde aún se pronuncia la palabra democracia; en realidad lo que se vive es una profunda insatisfacción democrática, la cual explica mucho de este denominado “voto bronca”, o más bien de esta “ruleta rusa”, donde somos capaces de dañarnos a nosotros mismos votando aquello que nos va a dañar y que nos los dice clarito, en la cara y a los gritos. Y que lleva en su fórmula, como candidata a Vicepresidenta de la Nación, la otra versión más sutil del mismo antiproyecto y acaso por eso más dañina aún.

La motosierra más el negacionismo son una mala conformación, por cierto, aquí y en cualquier país del mundo donde se aspire a ese ideal de “hombres libres y amigos” que oponía Étienne de la Boétie frente a los peligros de la dictadura del Uno. ¿Seremos tan negadores como para ignorar esta realidad que ya está entre nosotros? Confío en que no, si lo hiciese no valdría la pena siquiera escribir estas líneas, amigo lector. Siempre he pensado que la política no es “la continuación de la guerra por otros medios” (como decía el Mariscal Clausewitz) sino por el contrario, la posibilidad de que no haya guerra. Lo cual no significa que en una sociedad no haya conflictos, el tema es cómo estos se enfrentan y se resuelven. Y con toda seguridad la “propuesta Milei” no es la solución, sino el problema. Cuando califica a la actividad política como una “casta”, lo que hace es obturar la solución. O peor aún, ponernos a contar cadáveres, tarea que ofende la condición humana. Creo, por el contrario, que la política, como decía Ana Arendt, “es el arte de hacerlo todo de nuevo”. Y esto no desde la nada, por cierto, sino a partir de las condiciones dadas en un momento determinado de la sociedad.

Estamos en los umbrales de un momento decisivo, es menester que asumamos esa responsabilidad. ¿Y si no ahora, cuándo?