Por Mario Casalla
(Especial para “Punto Uno”)
El joven Nahuel Sotelo es un soldado del presidente Milei, o como él dice, “un instrumento de las ideas y de la agenda del Presidente”. Tiene tan sólo 29 años Hace pocos meses asumió como nuevo “Secretario de Culto y Civilización”, un cargo que cambio de nombre y creció en atribuciones dentro de la Cancillería.
En la redacción de mi libro “América Latina en perspectiva” (CICCUS, Buenos Aires, 2021, 4.ª edición) puse especial empeño en distinguir los cuatro modelos diferentes que operaron en la conquista del continente americano: el ibérico, el inglés, el francés y el holandés.
El ibérico fue preponderante en Centro y Sudamérica; el inglés en Norteamérica y los dos últimos en el Caribe. Pero como a la vez estos modelos rivalizaban entre sí por sucesivos conflictos europeos, esto provocó desplazamientos geográficos, guerras coloniales (específicamente americanas) y contaminaciones culturales entre ellos.
Esto lo tratamos extensamente en ese libro, por eso amigo lector, le propongo ahora detenernos y hacer foco específicamente en el modelo francés de conquista y colonización. En lo cultural será clave y nos permitirá entender mucho mejor este presente americano.
Fuerte dirección estatal
Si bien el modelo francés comparte con los otros tres el interés económico y al afán de lucro, se diferencia por la fuerte y constante presencia del Estado en la conducción de las empresas coloniales. La vocación estatal de los franceses, compensó siempre a la prédica económica liberal inglesa y esto se nota también en su modelo colonizador.
La figura de Jean-Baptiste Colbert (1619-1683), el gran ministro de Luis XIV, fue en esto paradigmática. Nadie como él hizo tanto por reorganizar la estructura económica de Francia, incrementar sus ingresos y crear esa nación moderna y autosuficiente que la vieja corona terminó siendo. Primero como Controlador General de Finanzas y luego como Secretario de Marina, fue uno de los padres fundadores del estado francés moderno; ese mismo que aún hoy –en época de globalización creciente y transnacionalización casi absoluta de la economía- sigue sin embargo hablando de Estado y plantea el espacio común europeo como “la Europa de las patrias” (De Gaulle), antes que como un simple mercado donde fuerzas ocultas juegan a su antojo.
Es cierto que con altibajos y con mayor o menor sinceridad y eficacia, pero también lo es que hay un modo francés de organizar el Estado y de concebir la Nación. Fue Colbert quien reconstruyó el comercio y la industria de acuerdo con los principios de la nueva doctrina que revolucionó la economía la época: el Mercantilismo. Con tarifas proteccionistas, el control gubernativo de la industria y el comercio y la aplicación de las leyes de navegación, Colbert organizó el comercio y las empresas de colonización, estableció fábricas modelo y logró expandir la industria y el comercio francés por el mundo. Por supuesto, en competencia con el Liberalismo inglés.
Nació allí esa imagen tan difundida de una “Francia eterna” que la Revolución de 1789 expandió al ritmo de la Marsellesa, con una formidable síntesis política (Libertad, Igualdad, Fraternidad) y la imagen de aquélla mujer semidesnuda portando la bandera tricolor.
Ya a fines del XIX (ahora vestida) la transformó en Estatua de la Libertad y ese será su muy significativo regalo a los Estados Unidos, cuando le traslade la antorcha de los asuntos americanos, aunque no por cierto de los mundiales por los que siempre competirá. Para esto el término “civilización” le será a Francia y a sus intereses comerciales muy eficiente, sobre todo en lo que a posesiones coloniales hace.
Invasión francesa de México
Francia fue siempre astuta y pragmática en cuanto a lo ideológico. Mientras dominaba Haití –y ante la queja de los colonos franceses, aclaró rápidamente que los “Derechos del Hombre y del Ciudadano” no eran válidos en sus territorios coloniales. Por tanto, allí podrían seguir teniendo esclavos, sin hacerse problemas de conciencia.
Y la posterior invasión a México supo presentarla muy bien como “cruzada civilizatoria”; una suerte de misión de ayuda para que los sufridos mejicanos ingresen por fin en la cultura moderna. O sea que desdobló civilización de cultura y de allí en adelante ese fue su camino: el “civilizatorio”.
Este fue un recurso muy publicitado al emprender una nueva conquista americana (después de haberlo perdido casi todo en mano de los ingleses). Cuando Napoleón III invadió México (1861), lo hizo en nombre de la civilización y de otro singular invento francés: la “latinidad”. Si bien la aventura duró poco y le salió mal, ambos significantes (civilización y latinidad) quedaron por estas tierras e hicieron su trabajo cultural y político. Pero la latinidad de la que hablaba Napoleón III, no debe ser confundida con la romana.
Se trataba de una nueva latinidad, que tenía directa relación con los reacomodamientos políticos de la Europa moderna y como reacción de poder y a la vez defensiva: un postrer intento francés para reagrupar pueblos y voluntades, que le permitan enfrentar a las otras dos tentativas europeas: la germánica o anglosajona (del norte) y la incipiente Europa eslava (del este).
Los franceses –reanimados y florecientes con otro Napoleón sentado en el trono- se proponen encabezar así su propia Europa y expandirla sobre América. Surge así este panlatinismo -de clara inspiración francesa- competidor del triunfante pangermanismo (conducido por Alemania e Inglaterra) y prevenido frente al peligroso paneslavismo encabezado por la Rusia del zar Alejandro II, quien además ya negociaba territorios en América con los flamantes EEUU.
Cobro a tiros de la deuda externa
Esta doble preocupación fue explícita en la obra del abate Doménech, grandes divulgadores del panlatinismo, quien así alertaba por aquellos años: “En cuando el águila rusa vuele sobre el Bósforo y el águila americana vuele sobre la ciudad de México, sólo quedarán dos grandes poderes en el mundo: Rusia y los Estados Unidos”. Había por eso que reunir a la latinidad para hacer frente a las dos águilas, una sobre Europa y la otra en América.
La conquista de México y el intento de imponer allí una monarquía francesa, formaba parte de este imperialismo panlatino. Comenzó con los reclamos franceses ante la suspensión del pago de la deuda por el gobierno de Benito Juárez y siguió con la invasión y el establecimiento del Segundo Imperio Mexicano, sostenido por tropas francesas, belgas y austriacas que ocuparon el país entre 1862 y 1867. Maximiliano de Habsburgo -al parecer- aceptó la propuesta francesa de ser rey bajo la influencia de su esposa Carlota (de Bélgica).
Mal consejo, porque ambos terminaron mal: Maximiliano fusilado en el Cerro de las Campanas (Querétaro) en 1867 y Carlota sesenta años después muere de pulmonía y con sus facultades mentales alteradas, en el Château de Bouchout (Meise, Bélgica), en 1927. Francia y sus acompañantes en la aventura no pudieron cobrar esa deuda, tal como años antes ya habían fracasado en la intentona contra Rosas de 1845 (esta vez coaligados con los ingleses).
Sin embargo, la impronta “civilizatoria” quedó impregnada en muchas de las elites locales, y la popularidad de la antinomia (civilización o barbarie) irá haciendo su trabajo cultural. Fue en ese mismo año del bloqueo anglo francés a Buenos Aires, que nuestro D. F Sarmiento huía a Chile y al cruzar los Andes para exilarse, escribiera, en carbonilla y sobre una piedra: “On ne tue point les idées” (Las ideas no se matan). Así, en francés como correspondía al célebre autor del “Facundo” o “Civilización y barbarie” (1845), aunque la frase al parecer era de Voltaire.
Pero los detalles no importan, lo que sí importa es recomponer el rompecabezas y entender la dignidad e igualdad de todas las culturas (aún diferentes entre sí) por sobre las trampas de civilizaciones (inferiores y superiores) que Francia introdujo para intentar justificar esas y sus futuras expansiones imperialistas. De paso recordemos que el jurista argentino Carlos Calvo fue precursor en dejar bien clarito –a comienzos del siglo XX- que las deudas externas no debían cobrarse a los tiros, sino sometiéndose a las leyes locales de los países deudores. Algo que muchos de nuestros “civilizados” locales parecen haber ahora olvidado. Colonialismo cultural, que le dicen.
¿El presidente Javier Milei, en nombre de la denominada Casta, habrá emprendido una nueva cruzada civilizatoria contra todos los que no piensan como él en nombre de “la libertad, carajo”, con motosierra y repartiendo mamporros a diestra y siniestra? Esperemos que no, aunque lo veo difícil.