Por Abel Cornejo
En los últimos días se conocieron dos reportajes realizados por medios estadounidenses al presidente Javier Milei. En uno apareció en la etapa del prestigioso The Economist, donde el primer mandatario se despachó a gusto con un sentimiento que tiene muy arraigado al manifestar “mi desprecio por el Estado es infinito”.
Con esta afirmación, ya no quedan dudas de cuál es el pensamiento profundo del presidente respecto al Estado. A su vez, Jon Lee Anderson, periodista del semanario The New Yorker y autor de una de las biografías más reconocidas de Ernesto “Che” Guevara, entre muchos otros libros, divulgó este lunes un extenso perfil del presidente Javier Milei para la revista estadounidense.
A través de distintas entrevistas no solo con el mandatario sino también de economistas norteamericanos, argentinos, referentes sociales y otras fuentes, construyó una descripción del jefe de Estado a quien calificó de “rimbombante y errático”, calificó sus políticas “de ultra derecha” y dijo que su ajuste recayó en gran parte sobre los jubilados y pensionados. Lee admite en su nota para The New Yorker que Milei le hace acordar a Alex, protagonista de “La Naranja Mecánica” de Stanley Kubrick.
El presidente Milei cultiva en los medios internacionales una imagen que es diferente a la que aspiraría un estadista promedio; no le interesa que se lo clasifique en nomenclatura, sino que le interesa que resalten su excentricidad y fundamentalmente su rol como referente o gurú de una nueva corriente del pensamiento económico y político, mediante la cual aspira a que se le otorgue el premio Nobel de Economía. Hay que reconocer que estas ambiciones presidenciales no son menores, ni mucho menos.
Un teórico como fue Carré de Malberg, enseñaba que el Estado es una entidad jurídica absolutamente diferente a la de la Nación, porque el Estado en sí mismo se trata de una organización que como tal, contiene a la Nación. No es una suma de individuos o como decía Ortega y Gasset un proyecto sugestivo de vida en común. Es la organización jurídica que permite una actuación en el orden interno e internacional, sin la cual sería imposible ser considerado un país.
Para que una Nación sea soberana, necesita de un Estado que la contenga y la represente. Así vemos en el pasado reciente muchas naciones sin Estado, como ocurría, por ejemplo, en la antigua Unión Soviética o como de algún modo son el País Vasco y La Comunidad Autónoma de Cataluña en España, entre otros ejemplos. La soberanía nacional implica una correspondencia exacta entre el Estado y la Nación. El Estado es quien le provee la instrumentación jurídica a una Nación. El Estado, a su vez, es en tanto Nación soberana, quien tiene derechos y contrae obligaciones.
Estas explicaciones son necesarias porque se produce un fenómeno que en lógica se llama tautología, es decir una repetición innecesaria de algo que ya se ha dicho sin aportar ninguna nueva información; y fundamentalmente una contradicción: no se puede ser presidente de un Estado si se pregona que se aborrece o se quiere la destrucción de un Estado.
Justamente la paradoja es un hecho contrario a la lógica. Se puede pretender un Estado de mayor o menor extensión desde su organización administrativa, pero nunca tomar como principio un sentimiento de abyección o destrucción.
Cabe preguntarse inexorablemente: ¿Querrá el presidente a su país? Hay algunos elementos que, al menos, permiten abrigar algunas dudas. Desde la admiración a una enemiga de la soberanía nacional argentina como Margaret Thatcher, a la execración de la industria nacional, pasando por la abolición de la moneda, no son rasgos auspiciosos de lo que los ciudadanos de a pie llamamos argentinidad.
También cabe preguntarse si en el juego de las palabras encontramos la verdadera matriz ideológica presidencial, debido a que las derechas conservadoras más liberales, por definición, no son antisistema. Las nuevas derechas extremas, no aborrecen al Estado en algunos pocos casos, pero sí tiene por denominador común bajarle el precio al valor de la democracia como el único sistema político posible para convivir en una sociedad civilizada ¿Cuál es el verdadero Mieli? ¿El que se lee en The Economist? ¿Al que se compara con el personaje central de La Naranja Mecánica en The New Yorker? ¿El que pacta con el kirchnerismo que no se sancione ficha limpia y pregona que quiere fulminar a la corrupción? ¿El que postula al juez Ariel Lijo a la Corte y a su vez pretende transparencia?
Tal vez, en lugar de leer a Carré de Malberg o a José Ortega y Gasset, debamos repasar lo que alguna vez escribió Anthony Burguess, quien al ver que su obra “La Naranja Mecánica” fue llevada e interpretada cinematográficamente por Stanley Kubrick, se arrepintió de haber sido el autor del libro. ¿Aquí sucederá igual?