Por Franco Hessling Herrera
Si se considera el grado de ajuste, empobrecimiento colectivo y desvergüenza en los actos y discursos de gobierno, cuesta creer la legitimidad social que sostiene el gobierno nacional. Hay que tomar registro sobre cierta hipótesis acerca del humor, más razón y menos dogma.
El gobierno nacional no detiene su marcha, aunque la mayor parte de los medios hegemónicos, grandes empresas con intereses como tales, se esfuercen por mostrar las internas entre funcionarios o la presidencia de Martín Lousteau de la comisión de Inteligencia del Senado como contramarchas para el oficialismo.
Y no lo digo desde un lugar oficialista, como sí hablan esos medios hegemónicos, lo digo desde una óptica crítica del gobierno: guste o no, nos quieran vender marchas y contramarchas, hasta ahora el gobierno ha transitado a placer su camino legal, administrativo y de gestión. Desde que asumió gobierno sin grandes sobresaltos.
Podríamos decir que el recambio de gobierno y la imagen disruptiva en cierto punto de Javier Gerardo Milei se combinaron para un cierto entusiasmo generalizado, al menos no rechazo tajante, con respecto a la administración libertaria. La primavera de los 100 días, no obstante, pasó hace rato y, sin embargo, el gobierno de La Libertad Avanza (LLA) no detuvo la marcha jamás. Ciertamente, gobernando uno no se detiene: acierta y marra -y no hablo de Ramiro, aunque bien podría ser-. Pero no detuvo el rumbo en su propia hoja de ruta, entonces y al fin de cuentas, no cesó de “aciertos” o conquistas de gestión.
Se aprobaron las leyes estructurales, se terminó resistiendo a un gabinete ya cuestionado por corrupción, se estallaron acuerdos y se reperfilaron ciertas desavenencias, hacia adentro y afuera del gobierno. Se continuó el gobierno sin, primero que nada, transigir a desestabilizaciones palaciegas o políticas, y luego consiguiendo la anuencia para conseguir resortes institucionales, legales y/o administrativos, indispensables para cualquier gobierno democrático, e incluso para este gobierno libertario y su dependencia a negociar con el FMI. ¿Por qué gobierna la LLA todavía con tanta calma social pese a la magnitud del empobrecimiento generalizado (dato irrefutable, con o sin alta inflación)?
Días atrás Durán Barba estuvo de ronda de medios en Argentina y siempre deja reflexiones válidas. Entre otras cosas, su más reciente hipótesis es que importan las imágenes que trascienden, ya ni siquiera los significantes vacíos del lenguaje, mucho menos los programas o plataformas de gobierno, y el sentido del humor. Ya no sólo las emociones en general, como ya teorizó antes, si no en particular el humor. La capacidad para hacer reír. Probablemente, siguiendo los silogismos duranbarbianos, la risa sea ahora la forma más efectiva de cautivar atención y emocionar a las “audiencias” ciudadanas.
A buena parte de la minoría no identificada con el mileisismo podrá no hacerle ninguna gracia, pero a esa mayoría que se entusiasmó con el recambio de gobierno las expresiones de odio en tono de humor del presidente les resultan un acto patriótico. Hay que admitir que sólo de esa forma puede entenderse que el gobierno siga su marcha con tanta holgura pese al ajuste y a las manifestaciones de odio con tono de chiste.
Al fin de cuentas, el humor tiende a incomodar. Sin embargo, deberíamos reeducarnos para gozarlo sin caer en reproducir estereotipos, alguna que otra discriminación y tal o cual expresión de odio. El humor aprendido en la cultura capitalista y consumista incomoda desde esos lugares. Si hay un movimiento social masivo e influyente que tuvo que aprender esto último de la peor manera fue la marea verde del feminismo argentino. Tanta corrección moral empezó a inhibir el humor. Así, la misma corrección moral de la que el progresismo hizo bandera es consecuencia de la emergencia de un fenómeno mediático y de redes que se volvió presidente.
Tal vez sea momento de reiniciar el debate del humor sin aceptar que, necesariamente, para reírse haya que humillar, degradar, odiar o inferiorizar. Habrá que ser creativos para dar lugar a la risa, a una risa que se vuelva masiva, sin descalificar. El desafío está en moralizar menos y razonar más. Y eso, aunque no parezca, es difícil para muchos sectores políticos, de la amplia gama de derecha a izquierda. Menos dogmatismo.