medranoPor Josefina Medrano (*)

Habrán escuchado a alguien: “Tengo fiebre, dolor de cabeza, me duele el cuerpo y el alma, me duele la garganta, se me caen los mocos y tengo una tos que me deja sin habla, me siento fatal, solo quiero ir a la cama”.

Soy de una familia de 4 hermanos que crecimos acá en Salta Capital. Tuve una infancia feliz con una madre que dedicó su vida a criarnos en valores, educándonos y mimándonos a la vez. Una mujer atenta con el cuidado de la salud, siguiendo los lineamientos de mi padre que era medico.

Ahora bien, parecía contradictorio que todo ese cuidado se viera amenazado por la gran frase maestra que durante los días fríos de invierno resonaba en las paredes de mi casa por la mañana antes de salir al colegio: ¡Abran las ventanas!

Después de muchos años comprendí la importancia de esta acción que durante años me pareció un atentado a mi salud, ¿de que valía enfriarnos y perder todo ese calor de hogar que habíamos acumulado durante 24 horas? Bueno, tenia su razón de ser…

Seguramente la semana pasada habrán escuchado a alguien de su entorno decir: “Tengo fiebre alta, dolor de cabeza, me duele el cuerpo y hasta el alma, me duele la garganta y estos mocos, con esta tos que me deja sin habla, me siento fatal solo quiero ir a la cama”. Pues bien, son los síntomas que indican la presencia ineludible de la gripe. Enfermedad respiratoria que nos amenaza en otoño e invierno, y que se contagia rápidamente en un abrir y cerrar de ojos.

Y vaya acá un poco de historia: A principios del 1900 y siguiendo el camino del patólogo americano Francis Rous (Premio Nobel en 1966), Goodpasture y Woodruf —americanos también— en 1931 lograrían recién aislar varios virus como la viruela, la gripe y el herpes simple.

En 1918 durante la primera guerra mundial aparecieron los primeros casos en EE.UU y al poco tiempo las tropas americanas la llevaron a Francia, enfermando miles de soldados y civiles de Europa. Tal es así que el General Von Ludendorf echó la culpa a la gripe de interrumpir el camino a la victoria de los alemanes. En solo cuatro meses ya había dado la vuelta al mundo, afectando con mayor incidencia a los españoles, por lo que esta enfermedad fue denominada popularmente como la “gripe española”. En solo un año perecieron por gripe 20 millones de personas, a diferencia del los 8.5 millones de militares fallecidos a causa de la guerra.

El culpable de la gripe hoy es bien conocido, se trata de la ancestral familia Influenza, que como toda gran familia tiene varios hijos: el A, B, C, D… y ellos a su vez también. Por ejemplo el A tiene sus hijos el h1n1, h3n2 etc. Así los días pasan y, por las influencias externas, van cambiando para no ser exactamente los mismos el año que viene. Como nosotros, que tendremos más canas, mas kilos o no, etc, ¿quién sabe?

Esta enfermedad aparece en forma de “epidemias estacionales”, elegante manera de decir: muchos casos en otoño e invierno todos los años. Siguiendo con el ejemplo didáctico, las familias de los virus compiten año tras año por ver quién enferma —y se reproduce— más, como los Sincicial Respiratorio, el Adenovirus, y quienes fueran la estrella en 2020: los Coronavirus.

Si nos enfermamos, seguramente nos sentiremos mejor en una o dos semanas solo con medidas básicas: reposo, agua y un buen manejo de la fiebre a la espera de que Influenza nos abandone. Pero hay que estar muy atento a determinadas personas que por su condición se pueden ver más susceptibles y por lo tanto más afectadas. Estos serían —según la Organización Panamericana de la Salud— los grupos de riesgo: niños pequeños, personas de edad, embarazadas y aquellos que sufren afecciones graves de salud como enfermedades crónicas, cardíacas, renales, hepáticas, neurológicas o personas con las defensas bajas, causadas eventualmente por enfermedades oncológicas, hiv, corticoterapia, etc.

Dada la forma de transmisión de la enfermedad, debemos estar atentos a las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud. Medidas sencillas que permiten disminuir los contagios y las formas graves y mortales de la enfermedad:

¡Vacúnense, lávense las manos, cúbranse la boca al estornudar, no se toquen los ojos, nariz y boca, aléjense de los enfermos y si se sienten mal quédense en casa! ¡Ah! ¡Y no se olviden, como hacía Martha, mi madre: Abran las ventanas! Aunque haga frío, para re circular el aire de las casas.

 

(*) Médica pediatra. Ex ministra de Salud de la Provincia de Salta.