mendietaPor Andrés Mendieta

En la bulliciosa ciudad de hace catorce años, surgió Punto Uno. ¡Ah, qué tiempos aquellos! El aroma a tinta fresca inundaba el aire mientras nuestras historias cobraban vida en las nóveles páginas. Éramos un equipo de periodistas desfachatados, algo irreverentes con la necesaria dosis de irresponsabilidad, dispuestos a desafiar los límites de la información y plasmar la realidad con nuestras palabras.

Las madrugadas se volvían cómplices de nuestras hazañas, los cafés eran nuestro combustible y las historias de la ciudad, nuestras musas inspiradoras.

Vivíamos inmersos en un mundo de letras y titulares, donde cada día era un desafío, una aventura por descubrir.

Pero como la vida es caprichosa, me llevó por otros caminos. Dejé aquel diario que se había convertido en mi hogar, en mi refugio de letras, para explorar nuevos horizontes. Sin embargo, aunque el tiempo haya pasado y los kilómetros nos separen, mi corazón aún late al ritmo de aquella rotativa, anhelando lejanos días de la buena bohemia periodística.

Hoy, al conmemorar un nuevo aniversario de la creación de Punto Uno, siento una profunda nostalgia. La modernidad ha transformado sus páginas, las ha digitalizado, pero sé que aún conserva el alma de aquellos viejos diarios que tanto amamos. Es una extraña simbiosis entre lo antiguo y lo nuevo, entre la tradición y la innovación.

Recuerdo las risas en la sala de redacción, las discusiones apasionadas por el titular perfecto, los nervios previos a la publicación de una primicia.

Cada reportaje, cada entrevista, cada artículo, eran piezas de un rompecabezas que juntos construíamos con pasión y dedicación.

Quizás sea la nostalgia del pasado o la añoranza por aquellos días lo que me impulsa a escribir estas líneas. Pero más allá de cualquier sentimiento, quiero rendir homenaje a ese diario que sigue siendo parte de mí, que marcó mi carrera y dejó una huella imborrable en mi corazón.

En cada línea que escribo, en cada palabra que pronuncio, siempre lleva la impronta de aquel diario. Porque aunque el tiempo avance y las circunstancias cambien, la esencia de lo que fuimos sigue latiendo inexorablemente.

Así que hoy, en este aniversario, elevo mi voz y mi copa en honor a todos aquellos que hicieron posible que ese diario fuera mucho más que simple noticias impresas. Fueron sueños compartidos, pasiones desbordantes y, sobre todo, un amor incondicional por el “oficio más hermoso del mundo”.

Que sigan las rotativas girando, que las historias sigan siendo contadas y que la esencia vagabunda de aquel diario nunca se pierda en el olvido. Porque mientras exista un periodista con un sueño, siempre habrá una página en blanco esperando ser llenada con nuevas historias.

Y así, alzo una copa de moscato con soda, brindando por todos los vates que aún creen en la palabra estampada en un tabloide. ¡Salud!