Muchos pensamos que la reelección del gobernador Gustavo Sáenz era un hecho. E incluyo a la oposición en ese prejuicio. Posiblemente, el único que no se confió fue el propio Sáenz, quien optó por “ponerse la campaña al hombro”.
Por Pablo Borla
El intenso movimiento del líder motivó al resto de su equipo, que optó por una dinámica que fue bien recibida por votantes escépticos y desesperanzados por una administración nacional que aún no domina la desgastante inflación y la letanía fatalista de algunos medios de comunicación masiva, que desparraman desánimo 24/7.
Sáenz mostró lo propio: capacidad de cercanía, espalda para aguantar lonjazos, capacidad de gestión y dotes de armador político, manifestada sobre todo en la capacidad de barrenar entre ideologías diferentes para encontrar un eje de común interés para los salteños, cansados de tantos años de postergación y subestimaciones.
No era una estrategia novedosa: ya anteriores mandatarios la habían amagado y desechado, al no haber sido capaces de encontrar los consensos necesarios. Sáenz, sí los encontró. Sobre todo, porque no tuvo una actitud coyuntural: nadie puede achacarle que intentó armar un rejunte de ocasión, sino que lo viene proponiendo desde el 2015, en la idea de que ciertas necesidades y urgencias, de presencia centenaria, van más allá de un partido o de una ideología y que había que sumar voluntades para encontrar una salida viable.
En su discurso del pasado domingo, ya respaldado con la contundencia de los números del escrutinio, esa impronta fue uno de los pocos aspectos que destacó, mencionando la tarea de encontrar ejes comunes realizada pacientemente con los gobernadores del Norte Grande y con el aporte eficiente de su vicegobernador, el experimentado Antonio “Gringo” Marocco, conformando una dupla gobernante movediza y alejada de los escritorios, para estar con la gente, con los pares y con todos aquellos que pudieran aportar. Porque si hay poco dulce en el tarro, hay que rascar con ganas y sin descanso, pues la gente no quiere razones, sino soluciones.
La estrategia oficial dio frutos: la oposición fragmentó su oferta electoral, también influida por sus propias internas nacionales: Avancemos no convenció como una paleta de colores, sino que produjo el rechazo de la Hidra milenaria, que antes de la elección ya había fagocitado a importantes referentes como el gremialista Guaymás, el inefable Martín Grande y la experimentada Cristina Fiore.
Había cuatro ofertas del Frente de Todos y cuatro de la izquierda, más el urtubeycismo y la lista de Juntos por el Cambio, que recibió premio por su coherencia, logrando el segundo lugar -lejos- en el escrutinio.
Capítulo aparte fue la disputa por la intendencia de la Capital, que mostró como aspirantes destacados al abogado e influencer Emiliano Durand y a la intendenta actual, Bettina Romero.
El voto no se construye tres meses antes de la elección. Si bien las formas y los tiempos han ido variando con los elementos de la modernidad, aún sigue siendo valiosa la relación que se construye en el día a día, en el contacto directo con los vecinos y mostrándose como un factor valioso para la mejora de la calidad de vida de las personas y sus familias.
Durand construyó con paciencia y habilidad política esa relación, apoyándose en sus multimedios. Nadie salió a tirarle piedras antes de que formalizara sus aspiraciones. Quizás, lo subestimaron, y supo hacer jugar eso a su favor.
Bienvenido el ingenio, la capacidad política y la cercanía a la gestión municipal. Sin dudas, su perfil tiene muchos puntos de contacto con el de Gustavo Sáenz.
De lado del oficialismo comunal, la intendenta no supo estar a la altura de la capacidad estratégica y política que ha demostrado el romerismo desde el regreso de la democracia.
Dicen los especialistas en estética que el buen maquillaje es el que se nota poco. Con el arbitraje y el coaching pasa lo mismo: demasiado coaching quita naturalidad y suma distancia con el público. Bettina es un modelo perfecto: modales cuidados, vocabulario preciso, dicción impecable, gestos moderados, atuendo adecuado para cada ocasión. ¿Cómo podría el votante promedio reflejarse en ese espejo, que pareció más adecuado para hacer proselitismo en Puerto Madero?
A eso le ha sumado una serie de cambios constantes en su Gabinete; incorporación y alejamiento de talentosos mediadores en su tormentosa relación con el Concejo; algunas importantes contrataciones, de las que negaron dar explicaciones al Concejo que convocaba a sus funcionarios responsables, una ciudad detonada por la concentración de obra pública en los tres meses previos a la elección y la sucesión de expresiones agresivas, no solo de ella sino de miembros de su equipo, hacia su contendiente principal. Fue curioso encontrar entre ellas el que Durand haya sido parte de la gestión municipal isista, cuando muchos de los funcionarios principales de su Gabinete también lo fueron.
Salta ha elegido en defensa propia por proyectos que han propuesto intereses comunes y soluciones concretas a demandas urgentes y ha rechazado agravios y gestiones insatisfactorias. Ni Sáenz ni Durand respondieron a los agravios e incrementaron con ello la empatía construida.
De igual manera, entre las autoridades comunales y legislativas en muchos puntos de la Provincia aún se imponen antiguas costumbres (y personas) negativas, que sobreviven, sin cambio, pero éste ya les llegará.
Algo vamos aprendiendo y eso es la luz al final del túnel.