Por Mario Casalla
(Especial para Punto UNO)
En no pocas oportunidades el peronismo se presentó a sí mismo como una “filosofía” y más aún a diferencia de otros partidos políticos argentinos existió casi siempre en su interior un cierto respeto por esa disciplina y por sus grandes cultores. Así, mientras que otras formaciones políticas pusieron más el acento en lo económico, el peronismo lo puso en lo filosófico y fue desde esa visión general que enfocó lo político, lo económico y lo social.
Los mismos conceptos de “doctrina” y de “ideología” que tanto aparecen en sus textos liminares remiten siempre a una visión filosófica que los sustenta. Más aún, en el comienzo y en el fin de su carrera política, Perón se esforzó por ofrecer textos de clara impronta filosófica: la Comunidad Organizada, en 1949; el Modelo Argentino para el Proyecto Nacional, en 1974.
Acaso este claro interés filosófico, sea también la explicación más profunda de por qué el justicialismo fue también el impulsor del hecho académico más importante de la filosofía argentina del siglo pasado: la realización del Primer Congreso Nacional de Filosofía, en 1949./
Reunión internacional que en cantidad y calidad no fue luego superada por ninguno de los posteriores congresos nacionales de esa disciplina en nuestro país. A él desearíamos referirnos ahora, teniendo siempre en cuenta el particular y legendario vínculo -desde la antigua Grecia- entre Filosofía y Política.
La Comunidad Organizada
A lo largo de nueve días consecutivos sesionó el Primer Congreso Nacional de Filosofía. Los resultados concretos de estas deliberaciones están fielmente registrados en los tres tomos que constituyen sus Actas, editadas en Buenos Aires al año siguiente con el sello de la Universidad Nacional de Cuyo.
El cuidado de las mismas estuvo a cargo de Luis Juan Guerrero, quien contó con la colaboración de una Comisión Asesora, entre cuyos miembros se destacaban hombres de la talla de Luis Felipe García de Onrubia, Miguel Ángel Virasoro, Carlos Astrada, Eugenio Pucciarelli, Ángel Vasallo, Octavio N. Derisi, César Pico, Jorge Hernán Zucchi, Carlos Cossio, Nimio de Anquín y Juan Carlos Zuretti. Todos ellos, además, participantes activos del Congreso celebrado en Mendoza.
Que éste fue polémico y animado, no cabe ningún lugar a dudas. En la “Advertencia” preliminar de las Actas se lo sugiere con elegancia al señalar que las ponencias “fueron sometidas a la discusión de los miembros presentes y motivaron, con frecuencia, sugestivos y aún recios intercambios de ideas”. Cincuenta y tres filósofos extranjeros estuvieron presentes en el Congreso de Mendoza, aunque las comunicaciones enviadas y publicadas en las Actas elevan el número a setenta y seis.
Entre los nombres más destacados pueden mencionarse a Nicola Abbagnano, Otto F. Bollnow, Walter Broker, Cornelio Fabro, Eugen Fink, Hans Georg Gadamer, Víctor García Hoz, Ernesto Grassi, Helmut Kuhn, Ludwig Landgrebe, Karl Löwith, Ugo Spirito, Wilhelm Szilasi, José Vasconcelos, Alberto Wag-ner de Reyna... Todos ellos estuvieron presentes en las deliberaciones.
Entre los que no lo hicieron, pero enviaron sus ponencias escritas, se encuentran primeras figuras del pensamiento filosófico de la época como Maurice Blondel, Emile Bréhier, Benedetto Croce, Galvano della Volpe, Juan D. García Bacca, Nicolai Hartmann, Martin Heidegger, Jean Hyppolite, Karl Jaspers, Louis Lavelle, Gabriel Marcel, Julián Marías, Bertrand Russell, Michele Federico Sciacca.
Puede afirmarse, sin exageraciones de ninguna naturaleza que, durante diez días, la República Argentina fue un centro de convocatoria del pensamiento filosófico mundial y que ello no volvió a suceder nunca más.
Dentro de ese contexto imponente tuvo lugar el Acto de Clausura en el cual el presidente Juan Perón disertara sobre “La Comunidad Organizada”. Lo acompañaban Evita, todos los ministros que integraban su gabinete, el vicepresidente de la Nación, los gobernadores de las provincias cuyanas, todos los rectores de las universidades nacionales y las mas altas autoridades civiles, militares y eclesiásticas del país.
Inauguró la sesión el Prof. Alberto Wagner de Reyna (de la Universidad Católica del Perú) quien, en representación de los miembros extranjeros, dijo: “Filósofos al fin, gente retraída y cavilosa, prisioneros de nuestras torres de marfil, de cristal o de papel, despertamos a una realidad espléndida, cuando nos recibisteis con los brazos abiertos y con el corazón en la mano”.
A continuación hizo uso de la palabra el Rector de la Universidad Nacional de Cuyo, Dr. I. Fernando Cruz, quien, anunciando que Perón ocuparía la cátedra para disertar, señaló: “Sin precedencia histórica, según mi entender, un mandatario que sabe salir al encuentro de los humildes, sabe también ascender como hoy lo hace al alto estrado de la cátedra filosófica para debatir en ella su pensamiento y expresar los fundamentos de su doctrina. Gracias a su fe en la cultura, a la que considera simiente fundamental de la felicidad de los pueblos, nuestro Presidente ha calado con profundidad la significación espiritual decisiva que este Congreso tiene para el destino de la cultura argentina, puesto que solo haciendo el balance de sí misma en la reflexión filosófica, solo desde ahí, puede emprender su gran avenida de perfección sin atajos erróneos, abierta a la autenticidad de su perfil nacional”.
A continuación dicen las Actas: “en medio de una gran ovación por la concurrencia que llenaba el Teatro”, Perón se dirigió al escenario y pronunció su conferencia “La Comunidad Organizada”. Comenzó con la frase más arriba recordada: “Alejandro, el más grande general, tuvo por maestro a Aristóteles. Siempre he pensado entonces que mi oficio tenía algo que ver con la filosofía”. Para agregar de inmediato: “El destino me ha convertido en hombre público... No tendría jamás la pretensión de hacer filosofía pura frente a los maestros del mundo en tal disciplina científica. Pero, cuanto he de decir, se encuentra en la República en plena realización. La dificultad del hombre de Estado responsable, consiste casualmente en que está obligado a realizar cuanto afirma”.
Ocupaba ahora esa cátedra un “político” y lo que siguió fue la puesta en palabra de una realidad que le era inescindible. El país vivía una auténtica revolución nacional y popular y de ella quería darse cuenta bajo el título de la “comunidad organizada”. El Perón que llegaba allí a disertar de filosofía, lo hacía con los títulos y la autoridad intelectual y moral que le daban el haber acertado en la conducción de un Pueblo. No era el frío erudito de una disciplina más, sino el estratega comprometido en el logro de un destino común. Por eso pudo finalizar aquella memorable disertación afirmando: “Nuestra comunidad tenderá a ser de hombres y no de bestias. Nuestra disciplina tiende a ser conocimiento, busca ser cultura. Nuestra libertad, coexistencia de las libertades, que procede de una ética a la que el bien general se halla siempre vivo, presente, indeclinable. El progreso social no debe mendigar ni asesinar, sino realizarse por la conciencia plena de su inexorabilidad. La náusea está desterrada de este mundo, que podrá parecer ideal, porque es en nosotros el convencimiento de cosa realizable”. Este convencimiento no estaba precedido de largos tratados ni discursos, sino de un pensamiento hecho acción y de una acción, simultáneamente, meditada.
El pueblo argentino, fuera de esa sala repleta de filósofos ilustres, sabía que el que adentro estaba hablando, decía la verdad y no era poca cosa. El que allí dialogaba con Platón, Aristóteles y Hegel, era el mismo que, afuera, le había cambiado la cara y el espíritu a la Argentina real. En tres años de gobierno (1946-1949) había nacionalizado el Banco Central (marzo de 1946); ofrecido a la Nación un verdadero programa de desarrollo (Primer Plan Quinquenal, octubre de 1946); completado la independencia política, al proclamar en Tucumán la independencia económica (julio de 1947); promulgado la ley del voto femenino (septiembre de 1947); formulado la doctrina internacional de la “tercera posición”, que luego haría suya el Tercer Mundo (diciembre de 1947); recuperado para la soberanía nacional el sistema de transporte por ferrocarril (marzo de 1948); ayudado fraternalmente a España en su más difícil momento económico (abril de 1948); impulsado la Fundación de Ayuda Social porque las necesidades de su pueblo no podían esperar más (junio de 1948); proclamado los derechos de la ancianidad (agosto de 1948); creado el Consejo Económico y Social (enero de 1949) y promulgado al mes siguiente del Congreso de Filosofía una nueva Constitución Nacional, (mayo de 1949).
¿No eran éstos suficientes títulos para hablar en Mendoza de Filosofía? Por cierto que si, a no ser que a ésta se la confunda como decía Kant con esa torre alta del saber “en la que sopla mucho viento, pero la ropa no se seca”.
Si usted desea escuchar, amigo lector, el discurso que Perón pronunció ese día ante el Congreso de Filosofía, puede hacerlo en el link https://tuit.es/h57x5.