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En estos días en que el gobierno nacional renueva con bríos su peligrosa lealtad hacia los EEUU, el Estado de Israel y descuida con total desaprensión la situación colonial que sufren nuestras Islas Malvinas, es muy oportuno recordar el nombre que nuestros grandes patriotas pusieron a su causa: “Partido Americano”.

 Por Mario Casalla
(Especial para PUNTO UNO)

Todavía se peleaba por la libertad de toda América y no se había producido la balcanización regional de los grandes Virreinatos. Esa era de identificación que tenían frente al enemigo Realista que asolaba el continente al sur del río Bravo. “No soy español soy americano”, éste fue el santo y seña entre figuras de la talla de Bolívar, San Martín, Manuel Belgrano, Bernardo de O'Higgins, el General Morazán en Centroamérica, Miguel Hidalgo y Costilla en México, José Martí en Cuba y nuestro Martín Miguel de Güemes, defendiendo con gran valor la frontera norte de la Patria Grande, entre tantos otros.

Se peleaba por América y aún los EEUU no se había expropiado para sí mismo ese gentilicio. Después de la batalla de Salta, Manuel Belgrano recorrió el campo regado de cadáveres y -vivamente impresionado por el macabro espectáculo- escribe el parte posterior que envía a Buenos Aires “despedazado el corazón al ver derramarse tanta sangre americana”. Antes –y para evitar más- aceptó la rendición que le ofreció Pío Tristán, a condición de que ese ejército realista no tomase más las armas contra la causa criolla (lo cual molestó a Buenos Aires).

Tiempo después, en marcha con su ejército hacia Jujuy, le escribe a Chiclana (a quien había dejado como gobernador de Salta): “No busco glorias, sino la unión de los americanos”. ¿A qué esa insistencia con el gentilicio americanos?; ¿qué tenían de común vencederos y vencidos?; ¿se trataba acaso de una guerra civil, más que de la lucha contra un invasor sin más?; ¿por qué también San Martín se refería a sí mismo como un “americano”, si en realidad era español?

Para entender en profundidad la cuestión –que desde ese remoto pasado está hoy también presente en las actuales causas de la Unión Americana- es necesario ver qué significaba la expresión en ese momento: la “causa americana” y el “partido americano” era la identificaban tanto de criollos como de españoles aquí residentes, descontentos con el trato que España daba a sus colonias y con el atraso a que ese abandono las condenaba. En este sentido, tanto Alzaga (español de origen), como Saavedra (nacido en la actual Bolivia), se llamaban a sí mismos –orgullosamente- “americanos”.

 

España se planta con “Indias”

“América” era un nombre rebelde que España no utilizaba y que nunca terminó de aceptar del todo. En primer lugar, porque consagraba la picardía florentina de Américo Vespucio, quien pasaba entonces por ser su descubridor (“americanos”, por ser hijos del gran “Américo”), cosa que España no podía aceptar porque era Cristóbal Colón (aunque también italiano) su específico enviado y adelantado.

Y en segundo lugar porque era la denominación que utilizaban para si los criollos y los rebeldes españoles que allí vivían. ¡Así que, nada de “americanos”! El nombre oficial que España daba a estas tierras era el de “Indias” y –en consecuencia- los que aquí residían eran “indianos”. En esto seguía puntualmente la descripción geográfica del propio Cristóbal Colón, quien así las bautizó, “por ser esta tierra la oriental de la India, no conocida, y porque no tenía nombre particular”. Por lo tanto –y a pesar de sus entredichos con el Almirante- España se mantuvo en firme con el nombre y con el poder que de allí se derivaba a su favor.

Todavía en 1892 –año del Cuarto Centenario- en el gobierno español se hablaba de las “provincias ultramarinas”, pero el nombre preferido seguía siendo Indias. Y habían pasado ya cuatro siglos. Recién a mediados del siglo XX, España digirió a regañadientes el nombre de América. Claro que acompañándolo siempre del sonoro prefijo (o sufijo) Hispano; sustentado éste en una peculiar teoría de la hispanidad que -en su versión filosófica- nace con la generación liberal del ’98 (cuando España pierde su última colonia americana) y que en el siglo XX –con renovada y militante versión teológica- hará cumbre política con el falangismo primero y con el franquismo después.

Una pequeña anécdota personal: cuando con motivo del Quinto Centenario (1992) viajé a España acompañando a la delegación oficial en la Expo Sevilla, quisimos emplazar un busto al General José de San Martín. Con ese motivo gestionamos el correspondiente permiso ante el gobierno de España quien manifestó su conformidad, pero antes hubo que tramitar un permiso especial ante el Rey (de quien depende el Ejército) porque San Martín estaba todavía incluido en el listado de traidores a la Patria ya que allí había principiado su carrera militar. Ya no lo está, claro.

 

Los patriotas eran “americanos”

En cambio, los residentes en América, aceptaron enseguida y hasta de buenas ganas esa denominación. Y mucho más a medida que se acercaban los primeros tiempos revolucionarios. Ese fino observador que fue Alejandro Humboldt, escribió en sus notas de viaje por nuestras tierras (entre 1799 y 1804) que: “Los criollos prefieren que se les llame americanos y desde la Paz de Versalles y, especialmente desde 1789, se les oye decir muchas veces con orgullo: ¡yo no soy español, soy americano!”. Y esto precisamente porque el español puro (el residente en la península o presente aquí como funcionario real) despreciaba tanto al indiano (el español residente en América), como al criollo (sus hijos nacidos aquí).

Durante todo el período colonial los combatió con la burocracia y la interpretación retorcida de las Leyes de Indias (casi siempre en contra de los derechos locales); más tarde -cuando los indianos y criollos formaron ejércitos de patriotas y se alzaron en armas contra la corona- los combatió con una furia muy similar a la utilizada contra los aborígenes. Si aquellos no eran hombres (y por ende contra ellos estaba todo permitido) estos sí lo eran, pero de la peor calaña: eran traidores, habían traicionado a España y a su rey, se habían vuelto americanos. De un lado el partido americano, la causa americana, la unión americana; del otro los chapetones, gachupines o godos, es decir los españoles sin más (los europeos).

Si al principio se distinguían llamándose “españoles americanos”, ahora se llamaban americanos a secas. Y en esto basaban su orgullo: en su pertenencia al país, a la tierra, a lo que consideraban ya como su Patria. Atrás habían quedado las supuestas prosapias, los títulos de nobleza y los reyes de todo tipo. América ya no era el lugar de paso donde venían a buscar todo eso, para luego volver ricos a España; América era su nuevo hogar, la nueva tierra, un nuevo mundo, que fundaba una nacionalidad, la “americana”.

En estos días tan difíciles que corren, vale la pena recordar nuestro común origen y nuestras asignaturas pendientes.