03 10 casallaSi se desea avanzar un poco más allá de la noción de “voto castigo” con que se caracteriza usualmente el apoyo electoral al fenómeno Milei, es necesario ver que -en la estructura de los propios sujetos votantes- hay ciertas tendencias mortíferas que hacen posible que esto suceda.

Por Mario Casalla
(Especial para Punto Uno)

Freud ha tratado este tema a fondo al considerar el concepto de pulsión (Instinct, en alemán) diferenciándolo del deseo (Trieb). Mientras que la primera es esencialmente una demanda orgánica, irrefrenable que conecta lo humano con el mundo animal y exige satisfacción, el Deseo es algo específicamente humano que –al ingresarnos en el orden de la cultura- permite la postergación y la decisión.

La tendencia de las masas a votar por Milei es un fenómeno más de tipo pulsional que un deseo meditado o razonado. De aquí que el grito exasperado o el “porque sí” –tanto del candidato como de sus seguidores- frente a preguntas incomodas, sea cosa de todos los días. A veces parece moderarse, pero de inmediato “se le suelta la cadena”, como suele ocurrir con algunos de los perros con quien convive y que según él son clonación de difuntos (delirio muy propio del acto pulsional).

Pero Milei no es un caso de psicología individual, sino un típico caso del fenómeno de masas en el cual –por entronización de un líder mesiánico- un determinado grupo humano cede su Yo, sus ideales y hasta su pensamiento sin mayores cuestionamientos, a favor de dicho Amo. En su obra de 1921, “Psicología de las masas y análisis del yo”, Freud analiza a fondo este suceso y ese análisis es útil para comprender hoy el fenómeno Milei.

Por su parte Lacan releyendo a Freud dirá que “toda pulsión es virtualmente una pulsión de muerte”. De allí que votar a Milei supone (y es posible) a pesar del sufrimiento que implica para su votante, muchas veces vergonzante de su propio voto, lo cual a su vez no puede reconocer de ninguna manera. Milei ejerce así sobre su votante un efecto boomerang, lo destroza a la vez que lo atrapa. No es el amor al candidato lo que allí prevalece, sino un odio profundo y generalizado con el cual intentar razonar es tan imposible como inútil. No hay nada que hacer, si no lo paramos, es él quien hace algo con nosotros. Es por esto mismo que calificamos a este Amo como mortífero y del cual no puede esperar su eventual votante más que sufrimiento y desgracias. Y no exageramos, por cierto. Pero si retrocedemos al siglo XVI encontramos otro punto de apoyatura desde dónde pensar el fenómeno mileriano: el discurso sobre la servidumbre voluntaria del célebre jurista francés Étienne de la Boétie (1530-1563), ya un clásico de la teoría política.

La condición humana

Digo el conde de Buffon, en su discurso de recepción en la Academia, aquello de “El estilo es el hombre” y en el caso de Étienne de la Boétie esto es así. Hay un estilo Étienne (Esteban, en castellano) que se traduce en un muy singular estilo de vida.

Pasó por ella tan veloz como profundamente, vivió apenas 32 años. Y fue a los 18 años que escribió su “Discurso sobre la servidumbre voluntaria o el contra el Uno” que tiene la misma extensión de la edad del redactor: 18 páginas. Prueba de que no es necesario escribir mucho para lograr algo que invite a pensar. ¿Y de qué hablaba este pequeño tratado de tan azarosa gestación? Se trata de una singular antropología filosófica, la cual deja al descubierto nuestra “condición bárbara”, esa tendencia nefasta que anida en el interior de cada uno y lo hace tender a resignar la libertad en una suerte de tirano benéfico y salvador.

Su relación conceptual con el “Leviatán” (1651) de Thomas Hobbes es inevitable. Para Hobbes “El hombre, es el lobo del hombre” y de ese miedo reverencial surge el Estado y la veneración que siente por ese custodio terrible de la seguridad y de la propiedad. En cambio, para Étienne de la Boetie esto no es así, más bien el Estado es ese Uno que tiende a ser tiránico y la solución no está en él, sino en cambiar la matriz bárbara que habita en el interior de cada uno de nosotros. De esta manera el Discurso prefigura la teoría del Contrato Social e invita al lector a una minuciosa vigilancia siempre con la libertad como punto de mira. Los numerosos ejemplos sacados de la Antigüedad clásica que -como era costumbre en la época- aparecen en el texto, le permiten criticar, bajo una apariencia de erudición, la situación política de su tiempo.

Si bien la Boetie fue un servidor del orden público (de hecho, ejercía como Juez en Burdeos) es considerado por algunos como un precursor intelectual de la desobediencia civil y del anarquismo. Su prédica “contra el Uno” lo acerca a esas ideas revolucionarias dos siglos antes de que irrumpieran la Revolución Francesa; más aún, el hecho que Napoleón acabara con ella y con los ideales populares, es una prueba más de que el simple orden estatal no asegura para siempre la libertad: es indispensable la participación activa de los ciudadanos.

Esta es necesaria porque si no el tirano (el Uno) desarraiga al hombre de la tierra de la libertad, destruye la amistad y destierra el pluralismo, saqueando las fronteras y alcanzando los reductos de la intimidad humana. “Es difícil creer que haya algo de público en este gobierno en el que todo es de Uno”, afirma. Muere así la res publica, el bien común, suplantado por la pretensión particular, subjetiva, de quien se erige en dueño de otros hombres. Agregando: “lo natural en el hombre es, por cierto, ser libre y querer serlo, pero su naturaleza es también tal que tiende espontáneamente a adoptar la forma que su naturaleza le confiere” y ésta, como ya bien sabemos es pasionalmente dual, dependerá en mucho de la costumbre y de a qué se lo convoca. Dios y demonio al mismo tiempo, será en el juego dramático de la Política donde se juegue su destino. Étienne muy bien intuía que el pueblo “es del todo abierto y disoluto para el placer que no puede experimentar honestamente, y al revés, para el dolor que honestamente no puede tolerar, insensible”.

Como se advertirá fácilmente, el actual fenómeno Milei tiene en esta ambigüedad existencial del hombre un pilar fuerte en el cual sostenerse y crecer.

 

Hacia una comunidad de hombres libres y amigos

A diferencia de los clásicos, no hay para el francés tiranía benéfica y tampoco se hace ilusiones; es consciente de que solo unos pocos tienen el coraje suficiente para querer ser libres, para reconocerse como tales. En su profética psicología de la servidumbre amalgama así dos vectores que, un poco más tarde, estarán condenados a divergir: libertad e igualdad. Porque, en efecto, si somos libres es porque no es posible que “la naturaleza haya puesto a alguien en servidumbre, habiéndonos puesto a todos en compañía”.

Más allá de esta condición ontológica, lo que denuncia la Boétie es la pérdida de esa enardecida pasión por defender la libertad que constituía la mejor defensa frente a quien buscara usurparla.

Es absolutamente necesario que los hombres se impliquen en Política y esto sin intereses espurios o manipulaciones sofísticas. Defensor acérrimo de las humanidades, considera la historia política como una lucha constante en favor de sostener las libertades.

En esto la Amistad entre los hombres es fundamental, tal cual lo decían Aristóteles y su amigo inseparable Montaigne. La consideran una virtud sagrada cuyo sentido cívico descubre el bien común que la fuerza tiránica del individualismo disipa. El tirano es incapaz de ser amigo de sus semejantes y esta imposibilidad de amar y ser amado debería resultarnos hoy insoportable.

Sólo una comunidad de hombres libres y amigos entre sí, hacen posible el sostenimiento de una vida auténticamente democrática. Pero precisamente lo que hoy está en jaque –a nivel global- es este tipo de vida. La crisis de representatividad es muy seria y recorre –como hilo de Ariadna- casi todos los países donde aún se pronuncia la palabra democracia; en realidad lo que se vive es una profunda insatisfacción democrática, la cual explica mucho de este denominado “voto bronca”, o más bien de esta “ruleta rusa”, donde somos capaces de dañarnos a nosotros mismos votando aquello que nos va a dañar y que nos los dice clarito, en la cara y a los gritos.

La motosierra más el negacionismo son una mala conformación, por cierto, aquí y en cualquier país del mundo donde se aspire a ese ideal de “hombres libres y amigos” que oponía Étienne de la Boétie frente a los peligros de la dictadura del Uno.

¿Seremos tan negadores como para ignorar esta realidad que ya está entre nosotros? Confío en que no, si lo hiciese no valdría la pena siquiera escribir estas líneas, amigo lector.