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En estos momentos en que el gobierno del Presidente Milei ve comunistas por todos lados (incluso hasta donde no los hay) y su Canciller Diana Mondino habla mal de Lula, de China, del Mercosur, de los BRICS y de cuanta cosa tenga para ella siquiera olor a “socialismo”, vale la pena recordar la valentía de un presidente argentino (Arturo Frondizi) y de uno de los líderes de la Revolución Cubana (Ernesto “Che” Guevara) y su encuentro en la Residencia de Olivos saltando por encima de los desacuerdos ideológicos y poniendo el interés nacional en primer lugar.

Por Mario Casalla
(Especial para Punto Uno)

La misma residencia que ahora ocupan Milei y sus cuatro mastines, por suerte todavía las paredes no hablan, que yo sepa. Quizás haya sido una de las entrevistas presidenciales que más ríos de tinta hizo correr en la Argentina del siglo pasado; este año su cumplirán 63 de su realización.

Fue exactamente el 18 de agosto de 1961 y sus dos principales protagonistas, como dijimos, Arturo Frondizi, presidente de la Nación desde hacía tres años y el Che Guevara, a la sazón ministro de Industria de Cuba y participante estrella en la reunión del CIES/OEA en Punta del Este, Uruguay. Reunión que terminaría con dos resoluciones que también harán historia: la aprobación de la “Alianza para el Progreso” (impulsada por el presidente Kennedy de los EEUU) y la expulsión de Cuba del seno de la OEA.

La misteriosa entrevista duró aproximadamente una hora y media y fue sin testigos, de manera que nadie sabe a ciencia cierta cómo y de qué hablaron allí adentro Frondizi y el Che. Las especulaciones, trascendidos y declaraciones posteriores acerca de lo sucedido nos llevarían por otro río de tinta, no menos profundo que el de su gestación. De ésta sí se conocen más pormenores y detalles. El gestor fue el entonces diputado nacional por la UCRI Julio Carretoni, participante argentino en esa misma reunión de la OEA y adversario político de Rogelio Frigerio en el entorno presidencial de Frondizi. Carretoni se acercó al Che por mediación del común amigo Ricardo Rojo y –a partir de una media aprobación- realizó varios viajes a Buenos Aires, habló en secreto con Frondizi, le garantizó al Che un razonable dispositivo de seguridad y el mediodía del 18 de agosto de 1961, aterrizó en el aeropuerto de Don Torcuato en una pequeña avioneta Piper alquilada en u$s20.000 y sin dar más detalles a nadie. Eran tres pasajeros y uno de ellos miraba desde el aire una ciudad que ya conocía. La cosa no fue de golpe, sino en varios y muy estudiados pasos.

 

Primer paso

7 de agosto de 1961, Punta del Este: Julio Carretoni se juega una ficha. El hombre era diputado nacional por la UCRI, engominado y pintón como correspondía a la época. Persona de confianza del presidente Frondizi y –dentro del propio círculo presidencial- activo enemigo de Rogelio Frigerio. Se concebía a sí mismo como un radical progresista (en la línea intransigente de Moisés Lebensohn) y ubicaba al poderoso Frigerio en la línea más conservadora y tecnócrata del partido. Por eso no dudó y utilizó una vía directa para llegar al Che: su común amistad con Ricardo Rojo. Este se lo presentó en el lobby del hotel donde se alojaba la delegación cubana y ya ante él, por las dudas, reforzó diciendo que era también amigo de Valdovinos, otro amigo de la infancia del Che. Tras eso, Carretoni dijo que el presidente Frondizi estaría gustoso de encontrarse con él en Buenos Aires. Al parecer el Che no puso reparos y la cosa quedó flotando en una suerte de media autorización para seguir trabajando en alguna posible reunión. Pero, ¿quién impulsaba a Carretoni? ¿era una iniciativa propia que luego presentaría (invertida) a Frondizi, causándole la bronca del caso a Rogelio Frigerio? ¿o bien Frondizi, reservadamente, le había encomendado ese tanteo? Aquí el caudal desborda y hay tinta para los dos lados. Pero, no naufraguemos.

 

Segundo paso

14 de agosto, mueve Frondizi: bien temprano Carretoni recibe una llamada desde Buenos Aires, en la que “un mensajero” le dice que el presidente lo autorizaba a traer al hombre a Buenos Aires. Esa misma noche y luego de otra jornada agotadora en la conferencia de la OEA, el Che recibe a Carretoni en el hotel y –ante el avance de las gestiones- le preguntó por el “método” que utilizarían para entrar y salir de Argentina y la fecha posible de la entrevista. Dicen también que –de paso y ante un elogio de Carretoni a su presidente- el Che le deslizó que Frondizi al parecer “ya no era el mismo del libro Petróleo y Política. Pero Carretoni -esquivando la estocada- salió contento para tramitar la visa del Che en la Embajada Argentina en Uruguay. Además el tipo era resuelto, tenía contactos y evidentemente estaba apoyado bien desde arriba: la visa del Che se la extendió el consejero Rodolfo Recondo, sin conocimiento al parecer del embajador y al parecer ni del propio Canciller Miguel Angel Cárcano quien, dicho sea de paso, se opuso a la expulsión de Cuba del sistema interamericano (lo cual fue también una excepción en la región). En el medio, Carretoni hizo tres o cuatro viajes a Buenos Aires para evitar utilizar el teléfono. En una de esas vueltas, regresó a Montevideo con los veinte mil dólares que le costaría el alquiler de la avioneta Piper (matrícula 439 CX-AK P) en que viajarían a Buenos Aires.

 

Tercer paso

18 de agosto, en vuelo sobre el Río de la Plata. Eran las 6 de la mañana y el Che se presentó en el aeropuerto donde ya lo esperaba Carretoni, pero el viaje casi no se hace. Cuarenta años después Carretoni le contaría a Pacho O’Donnel –cuando éste lo entrevistó para su libro sobre el Che-: “'Mi instrucción establecía que Guevara debía viajar solo, por lo que al pie de la escalerilla le extiendo la mano para despedirme. -¿Usted no viaja? -me pregunta el Che. -No, ésas son mis instrucciones. -Entonces yo tampoco viajo -dijo cortante, y dando media vuelta se alejó”. A Carretoni no le quedó otra que subir al avión y así fue. Se ajustó muy bien a su nuevo papel, ya que en esa misma entrevista le contó a O’Donnel: “Descendí primero en Buenos Aires y aconsejé al Che permanecer en el avión hasta que yo le hiciera señas de que estaba todo bien”. Abajo el jefe de la custodia presidencial que lo recibió también demostró rapidez: le hizo la venia y se puso a sus órdenes. Sin embargo Carretoni agrega: “Nunca olvidaré que al capitán de fragata Fernando García, de la sorpresa, se le cayeron los blancos e inmaculados guantes sobre la pista”.

 

Coronación

Buenos Aires, 18 de agosto de 1961, ingreso en Olivos. Coinciden en que entraron al mediodía y que la entrevista terminó alrededor de la una y media. El vuelo había durado unos 45 minutos y aterrizó en el aeródromo de Don Torcuato. Cuentan que el Che durmió tranquilamente sobre el hombro de Ramón Aja Castro, el director para Asuntos Latinoamericanos de la cancillería cubana. Cuando el Che entró a entrevistarse a solas con Frondizi, Aja Castro lo esperó en la antesala acompañado del asesor presidencial Valotta. Adentro solo tomaron un té y un café. Pero cuando salió, el Che no vaciló en aceptar un churrasco “a caballo” con ensalada y fruta que la dueña de casa (Elena Faggionato, esposa de Frondizi) les ofreció, inesperadamente, a los tres. Al parecer la comida fue rápida y a su fin Aja Castro y el Che saludaron a Valotta, lo siguieron al todavía asombrado capitán García y salieron en auto por la puerta de la quinta presidencial que da a la calle Malaver. Antes de subir al avión de regreso, el Che se dio un gusto más: visitó a unos tíos que vivían camino del aeropuerto, en la calle Gelly y Obes. Para adentro seguramente recordó que desde allí tomaba a veces el colectivo para ir a jugar al rugby en el SIC.

Permítame agregar estimado lector que, por razones familiares, conocí personalmente a Elena Faggionato, a su hija Elenita y al propio Arturo Frondizi. A este último, ya viudo, lo vi por última vez en su departamento de la calle Berutti 2526 Buenos Aires (frente al Hospital Alemán) donde, austero, vivió antes y después de ser Presidente de la Nación. En el frente una placa recuerda que fue su última residencia. Lúcido y polemista como siempre, me regaló autografiado un folleto de su autoría sobre América Latina. Guardo de aquél encuentro un recuerdo grato. También recuerdo haberle preguntado por su entrevista con el Che del año 1961, sonrió, se quedó un rato pensativo y luego la charla siguió amablemente su curso.